María Achón y Tuñón | 10 de julio de 2018
El embarazo supone para las mujeres un aumento generalizado en la necesidad de nutrientes. Sin embargo, los cambios fisiológicos que se producen durante la gestación implican una gran eficacia metabólica, por lo que los requerimientos nutricionales totales no suponen necesariamente la suma de los nutrientes acumulados en los tejidos, los productos propios del embarazo, y los propios del mantenimiento de la mujer en estado no grávido. La alimentación en el embarazo, por tanto, es crítica, ya que durante este estado fisiológico aumentan especialmente las demandas de energía, proteínas, vitaminas como el ácido fólico y la vitamina D, minerales como el hierro, yodo, calcio, zinc y los ácidos grasos poliinsaturados”
Estudios recientes ponen de manifiesto la relevancia de la llamada “nutrición de los 1.000 primeros días”. Este concepto explica cómo la alimentación de la madre durante el embarazo influye en el estado nutricional y, por tanto, en la salud y calidad de vida del niño, desde el momento de la fecundación y hasta los dos primeros años de vida del niño fuera del seno materno (1.000 primeros días de vida de una persona). Numerosos estudios demuestran que esta influencia se prolonga en la infancia, adolescencia e incluso en la edad adulta. Por ejemplo, una ingesta materna energética excesiva durante el embarazo puede aumentar el riesgo de diabetes gestacional y esta, a su vez, puede inducir un mayor riesgo de sobrepeso e incluso de diabetes tipo 2 en el hijo cuando alcance la edad adulta.
Más aun, la llamada “ventana de oportunidad” para una nutrición temprana óptima amplía aún más este periodo a los meses previos al embarazo, durante los cuales la madre debe, asimismo, llevar una adecuada alimentación. Un nutriente muy emblemático en este sentido es la vitamina hidrosoluble ácido fólico, presente de forma natural en verduras de hoja verde (folium en latín, de ahí su nombre) como espinacas, acelgas, también en legumbres como los garbanzos y en frutos secos como los cacahuetes y los anacardos. Está muy estudiada la relación entre la suplementación con ácido fólico en las semanas previas y posteriores a la concepción y la disminución del riesgo de niños con defectos del tubo neural (espina bífida) y otras malformaciones congénitas. Teniendo en cuenta que este tipo de malformaciones se producen durante los 28 primeros días de la gestación, cuando la mayor parte de las mujeres ignoran aún que están embarazadas, y que un elevado porcentaje de embarazos no son planificados (en torno al 50%), se pone de relieve la conveniencia de que las pautas nutricionales se dirijan a todas las mujeres en edad fértil.
Ácido fólico . Mejor la suplementación que la fortificación hasta saber el riesgo para la salud
Una adecuada alimentación en el embarazo, por tanto, va mucho más allá de la promoción del correcto crecimiento del feto: permite, además, la prevención de algunos defectos de nacimiento, partos prematuros e incluso muerte fetal; previene de diversas patologías que pueden configurar la salud futura del niño; facilita una lactancia materna exitosa (con su correspondiente influencia, asimismo, en la salud del hijo en la edad adulta) y, por supuesto, un correcto estado nutricional materno, tanto en la gestación como durante los intervalos intergenésicos.
A fin de alcanzar esta adecuada alimentación en el embarazo, se recomienda incluir: a diario, seis raciones de cereales preferentemente integrales (pan, arroz, pasta) y patatas; tres raciones de frutas; tres raciones de verduras y hortalizas; tres o cuatro raciones de aceite de oliva virgen; cuatro raciones de lácteos (leche, queso, yogur). Semanalmente, se aconseja incluir tres/cuatro raciones de legumbres; tres/cuatro raciones de pescado, tres raciones de carnes magras y aves; tres raciones de huevos; de tres a siete raciones de frutos secos. El resto de alimentos, como carnes rojas, embutidos (excluidos además específicamente los no sometidos a tratamiento térmico en su elaboración, en gestantes seronegativas frente a Toxoplasma), alimentos precocinados, altamente procesados, helados de nata, refrescos, dulces, productos de bollería, aperitivos salados procesados, mantequilla, margarina) deberían ser ocasionales, por tanto, con una frecuencia de consumo inferior a la semanal. El consumo de alcohol está absolutamente contraindicado.
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Dado que la alimentación que siguen las embarazadas no siempre es la aconsejada, se suelen pautar suplementos vitamínicos y minerales. Los suplementos más habituales son los de ácido fólico y yodo, así como los de hierro y, en ocasiones, los de calcio.