Javier Pérez Castells | 23 de julio de 2018
El asunto de las bolsas de plástico se podría encuadrar en una cuestión más amplia que podríamos llamar: “Ascenso y caída del plástico”. En los años 40-50 del siglo pasado, la mayor parte de la población mundial veía en el plástico una bendición que había dado un impulso sin precedentes a sus vidas. ¡Sí, gente joven, créanlo! ¡El plástico era el mayor hallazgo de la humanidad en mucho tiempo! Consiguió que grandes capas de la sociedad pudieran vestirse a la moda, tener juguetes y que pudieran fabricarse electrodomésticos sencillos, lo cual tuvo mucho que ver con la posibilidad de la incorporación de la mujer al mercado laboral.
El plástico tuvo un impacto ecológico positivo, porque se dejó de utilizar tanto tejido natural y tanto papel, disminuyendo el desgaste de los recursos naturales. Se fabricaba de forma barata y eficiente. En su libro Ébano, el premio Nobel Ryszard Kapuscinski justificaba una importante mejora de la calidad de vida en el continente africano, debida a la aparición del bidón de plástico, que permitía el transporte sencillo de agua potable.
Casi nadie pudo prever entonces la dimensión de algunos de los problemas ambientales que ha traído consigo el plástico. Su bajo precio ha disparado tanto su consumo y su despilfarro que se calcula que desde su descubrimiento se han producido 8.3 billones de toneladas, de las cuales casi el 80% se ha acumulado en los vertederos, un 12% se ha incinerado y tan solo un 9% se ha reciclado. Parte del plástico desechado acaba en los océanos. Su ligereza y poco valor lo hacen proclive a ser arrastrado accidentalmente o abandonado por incivismo y a que termine en los cursos de agua, y de ellos al mar. Se calcula que los océanos reciben 10.000 toneladas al año, la mayoría procedentes de países en vías de desarrollo, con China a la cabeza de forma muy destacada (casi un 10% de la polución por plástico de todo el planeta).
Las bolsas de plástico ligeras dejan de ser gratis desde el 1 de julio. Los comercios españoles no podrán suministrar de forma gratuita ninguna bolsa de plástico, salvo las muy finas para envasar alimentos a granel y las bolsas gruesas recicladas https://t.co/sP7xYe4RqY pic.twitter.com/UPcc5EG5AF
— OCU (@consumidores) July 2, 2018
Los primeros plásticos no eran degradables y contenían cloro. Actualmente, el polietileno es el material más habitual y sí que se degrada, en especial por la luz y el oxígeno, rompiéndose en pequeños pedazos que llegan a ser inapreciables a la vista. Pero la desaparición total supone una gran cantidad de tiempo, se dice que entre 500 y 1.000 años (como el plástico se conoce solo desde hace 80 años, no hay datos exactos sobre esto). Es decir, se degrada pero no se biodegrada, no se trasforma en otra cosa inocua, sino que se hace cada vez más pequeño. Como es sabido, existen en el mundo unas cinco “islas” semisumergidas formadas por pequeños trozos de plástico. La mayor de ellas, situada en el norte del Pacífico, ocupa una superficie que podría ser como la de Europa. Las corrientes marinas atrapan en sus giros la basura, que queda flotando y descomponiéndose indefinidamente.
Es imprescindible, pues, cambiar los hábitos de consumo y reducir el uso del plástico en la medida de lo posible. El foco se ha puesto en las bolsas. Posiblemente se ha buscado en ellas el paradigma de lo que se usa en exceso, lo que se da gratis, lo que tiene alternativas y es, además, particularmente escandaloso cuando se encuentra en el medio ambiente. Cambiar la mentalidad y la forma de usar las bolsas es, sin duda, un buen comienzo pedagógico y de un plumazo puede servir para evitar la cultura de lo gratuito, del despilfarro, etc.
La UE pone freno a los residuos de plástico . Una amenaza para la salud y la naturaleza
La verdad es que las bolsas tan solo suponen una pequeña parte de los usos del plástico y cumplen una función necesaria, que deberá ser ocupada por otro material si se llegan a prohibir, como se está sugiriendo. ¿Son las bolsas de plástico malas en sí mismas? En mi opinión, no lo son. De todos los materiales que se podrían utilizar para realizar contenedores de uso cotidiano para la población en general, me parece el menos agresivo para el medio ambiente, si contamos todas las fases. Fabricar una bolsa de plástico cuesta 70 veces menos energía que fabricar una de papel, y no digamos nada si es de tela sin tejer. Constituyen solo el 0,5% del total de los residuos sólidos en los países avanzados, son perfectamente reutilizables y también se pueden reciclar para obtener otros objetos de plástico. En los países occidentales, el 95% de las bolsas de plástico se recicla bien o se destruye correctamente. Por su escaso volumen, el consumo de energía para su transporte es muy pequeño. Haría falta siete veces más volumen de transporte para llevar el mismo número de bolsas de papel y, también, a la hora de tirarlas ocupan mucho menos espacio. Está claro que una bolsa reutilizable de papel o de tela parece más ecológica, pero habría que reutilizar 131 veces la bolsa de tela para que tuviera un impacto ecológico menor que la de plástico.
En definitiva, la bolsa de plástico no es mala sí misma. Lo malo es que sea gratis y que abusemos del número de bolsas a utilizar, que no las reutilicemos y no las tiremos correctamente a su contenedor.
Parece correcto que las bolsas se cobren, incluso a un precio disuasorio. Pero no le veo ventajas a la prohibición. Una reflexión acerca del modo en que se empaquetan los productos de consumo sí me parece importante. Y recuperar los envases retornables, evitar el menaje desechable, los envoltorios meramente estéticos y espectaculares de los regalos son cuestiones quizá más urgentes.