Antonio Alonso | 09 de octubre de 2018
Prácticamente desde que llegó a La Moncloa Pedro Sánchez, el Gobierno viene anunciando que va a sacar a Franco del Valle de los Caídos. Poco más se sabe de los planes concretos, específicos, de lo que sucederá y la lista de incógnitas es bastante larga. ¿Dónde lo llevarán? ¿Dónde ubicarán a José Antonio Primo de Rivera? ¿Puede Patrimonio Nacional redistribuir a su gusto las tumbas de este cementerio católico? ¿Qué harán con la basílica? ¿Qué papel juega la Iglesia en todo este asunto del segundo entierro de Franco? ¿Podrán llevar a cabo finalmente su plan?
En lo que se refiere a la motivación última de la decisión, hay dos posibles explicaciones que no tienen por qué excluirse mutuamente. La primera sirve como cortina de humo para el Gobierno, para distraer la atención de temas más urgentes (el 18% del paro, las pensiones, la financiación de las comunidades autónomas, la creciente deuda pública, la mejora de la educación universitaria y no universitaria…). La segunda, que es un acto de justicia para con las víctimas del franquismo, que lleva mucho tiempo sin ser reparada.
La primera razón se rebate por sí misma. Las cortinas de humo, los números de prestidigitación, puede que sean útiles a corto plazo, pero no resuelven los problemas reales del país y pueden crear otros nuevos. Quizá la cuestión de fondo sea esa, que nos hemos instalado en el cortoplacismo y aceptamos sin más que la acción de los políticos tiene esa fecha de caducidad llamada “próximas elecciones”.
La exhumación de Franco, oportunismo político sin relación con la concordia nacional
La segunda razón es más compleja. Franco no quería ser enterrado allí, fue decisión de su sucesor que acabara en la basílica de Cuelgamuros inaugurada en 1959, 20 años después de acabada la guerra, como lugar de reconciliación. Por eso se trasladaron hasta aquel lugar víctimas de ambos bandos; no solo combatientes, también civiles que sufrieron las represalias republicanas o nacionales. Es cierto que algunos familiares pueden estar insatisfechos con la idea de que su pariente esté a escasos metros de aquella persona contra la que lucharon y murieron. Sin embargo, quien conozca mínimamente el mecanismo real de aquel enterramiento entiende automáticamente que la tarea de sacar los restos de alguien en concreto se antoja una tarea dificilísima: primero, porque hay alrededor de 33.000 personas enterradas allí y, segundo, porque la disposición de los ataúdes, la humedad del ambiente y la podredumbre de la madera hace que, cuando se quiera extraer una caja en concreto, las demás se vengan encima y los restos de al menos diez personas queden mezclados, diez personas de las cuales nueve quizás no debían ser movidas. Es decir, que para cumplir con la voluntad de unos pocos se va a “incordiar” a unos muchos.
Como es lógico, en esta cuestión la Iglesia juega un papel esencial. En primer lugar, porque la basílica es pontificia y la dirigen los monjes benedictinos, dependientes de la abadía de Solesmes (Francia), y no depende de la Conferencia Episcopal Española. En segundo lugar, porque Franco no solo fue un bautizado más, sino que la salvó del “terror rojo” durante la Guerra Civil; más de 8.000 víctimas (sin contar laicos) lo atestiguan. Pero los tiempos han cambiado y la Iglesia, más que mirar al pasado, mira siempre al futuro, buscando extender el Reino de Dios en esta Tierra, y por eso le preocupa más la nueva evangelización que qué hacer con los restos mortales de quien fuera su protector. Lo que no puede hacer (ni hará) es no dar cristiana sepultura a un bautizado, sea el panadero, el lechero, o el jefe de Estado.
La misión de la Iglesia es la que es y no es política. Por cierto, que, semanas atrás, algunos medios trataban de sembrar confusión sobre el segundo entierro de Franco afirmando que el Arzobispado de Madrid iba a violar el propio Derecho Canónico para sepultar a Franco en la Almudena porque solo se puede enterrar en las iglesias a obispos y a algunos sacerdotes. Según el canon 1242, “No deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice o de sepultar en su propia iglesia a los Cardenales o a los Obispos diocesanos, incluso «eméritos»”. En este caso concreto, no sería en la iglesia, sino en la cripta, donde ya hay enterradas unas 1.500 personas. Ahí Franco sería uno más.
Hay una serie de detalles que dan a entender que todo este proceso está hecho con prisas y sin fijarse en los detalles. Ahí van un par de ejemplos. En este segundo entierro de Franco, parece ser que, si Franco fue jefe de Estado, durante el traslado de sus restos mortales deberá recibir honores militares y civiles de acuerdo con su rango. Y, si al final, Franco acaba reposando en la cripta de la Almudena, ¿no acabará a escasos metros de donde recibía sus baños de masas hasta sus últimos días y donde colas interminables le rindieron un último homenaje ante su féretro, la Plaza de Oriente?
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