Javier Urra | 15 de octubre de 2018
Hay jóvenes que no se encuentran bien consigo mismos, que aprecian vacío existencial, que no se sienten relevantes, que no cuentan con un proyecto. Estos jóvenes, ocasionalmente, se agrupan desde la violencia contra el otro, y es una forma de sublimar su sufrimiento, incapaces de conocerse y de cuidarse. Es la consecuencia de los ultras en el fútbol.
El fútbol mueve pasiones, emociones, sentimientos, banderas, colores y pertenencia. Pertenecer a un club te hace sentirte unido a otros. Y cuando te conviertes en un defensor a ultranza, en un fanático, acabas de llenar parte de tu vida, de esa vida vacía que mencionábamos.
No se dude: en no pocas ocasiones, los ultras en el fútbol, de un equipo o de otro, se necesitan para quedar y enfrentarse, para ganar o para perder, pero siempre para golpear.
Los beneficios del VAR son evidentes. La Liga gana en prestigio, modernidad y justicia
El fútbol es una excusa, una cortina de humo. La violencia es personal, individual, y se incrementa en el apoyo con y desde los otros.
Resulta quizás difícil de comprender algo tan simple, tan grotesco como gustar de quedar con un grupo para romperle la cara con un bate de béisbol a alguien que no conoces, pero que sabes enemigo, pues defiende otros colores.
En conclusión: los ultras en el fútbol buscan ese escape, protegidos por el anonimato y la falta de responsabilidad de algunos clubes que no persiguen esas conductas deplorables.
Añádase que ahora, con las nuevas tecnologías, se puede en poco tiempo organizar “quedadas” para encontrarse con los otros y zaherirte.
La base esencial está, repito, en el sentimiento de pertenencia, de lazos vinculares y de apego, cuando hay carencias, cuando hay vacíos, cuando hay náusea.
Hemos sufrido hechos lamentables e irreversibles con pérdidas de algunos aficionados, pero bien es cierto que alguno de ellos también había quedado para machacar al otro.
Estamos hablando de lo más instintivo, animal y reprobable del ser humano, que diluye su unicidad en un grupo, cuya característica, cuyo objetivo, cuya razón de ser es la violencia.
Añádase el alcohol, y la impunidad, en muchos casos, de encontrarse en otras ciudades, dando pie a desfogarse, a dañar el mobiliario urbano y todo aquello que se encuentra por delante.
También las Fuerzas de Seguridad son utilizadas como divertimento de violencia, como un frente contra el que chocar y lanzar todo aquello que está al alcance de la mano.
El individuo puede ser problemático, pero la suma de individuos problemáticos resulta terrible, peligroso, es como la marabunta.
¿Y cómo prevenir esta realidad? En primer lugar, desde la responsabilidad de los clubes, expulsando a los que han demostrado conductas violentas. Segundo, contando con grupos policiales específicos que conocen de esta realidad y se pueden infiltrar para prevenir. Y, primordialmente, educando en el autorrespeto, el autodominio, educando en la repulsa a la violencia. Y eso hay que hacerlo desde muy corta edad, llenando de contenido la vida de nuestros hijos, que no quiere decir darles de todo, muy al contrario, enseñarles a valorar lo esencial, a respetar, a contactar con la naturaleza, a practicar deporte. Sí, practicar deporte o, en todo caso, verlo, aplaudirlo, no utilizarlo para ejercer una estúpida e impotente violencia.