Ricardo Morales | 03 de noviembre de 2018
En noviembre de 2017, el mundo conoció el documental El problema de Apu. Hari Kondabolu, el guionista y cómico detrás de este artefacto, consiguió entonces envalentonar a algunos de sus compatriotas bajo la premisa de que el dueño del badulaque les había “fastidiado” la vida durante su adolescencia, estigmatizándolos y asociándolos a un estereotipo que los denigra como ciudadanos estadounidenses de origen indio.
Entre los entrevistados hay un buen puñado de rostros conocidos de la televisión y del cine americano: Kal Penn (de la saga de Harold y Kumar o Superviviente designado), Aziz Ansari (Master of None) o Utkarsh Ambudkar (The Mindy Project), que llegó incluso a dar voz al sobrino de Apu en uno de los capítulos de la vigesimoséptima temporada y que, tras su visionado, renegó de su colaboración con la factoría de Matt Groening.
“Los Simpson”, una serie inagotable que refleja, entre risas, grandes valores familiares
Lo que los intervinientes vienen a decir en el documental es que han crecido con el jingle del “Gracias, vuelvan pronto” y que aquello, en este momento, donde la hipersensibilización emotivista parece ser el filtro desde el que se juzga y dictamina sobre lo que es «correcto» – también en Los Simpson–, se tiene que acabar.
Para aderezar un poco el collage de caras y justificar buena parte de los 49 minutos de metraje, Kondabolu se crea un enemigo a su medida; por eso de cumplir con el supuesto narrativo de tener a un malo en cada historia. El villano en cuestión es Hank Azaria, responsable de esa voz inconfundible -lengua golpeteando la parte posterior del paladar- con la que millones de personas de todo el mundo vinculan al personaje de Apu Nahasapeemapetilon.
Visto desde la distancia, toda esta polémica sugiere al menos tres lecturas para los espectadores españoles que estén más o menos familiarizados con el universo de la familia de Springfield.
En primer lugar, el planteamiento del documental. La sensación constante de estar viendo una reapropiación de causas mal conducidas. Kondabolu, si se le toma en serio, propone ir más lejos de lo que Donald Trump, en sus sueños más macabros, jamás podrá llegar a ambicionar. Esto es: deportar a un inmigrante legal en una serie de ficción.
En segundo lugar, es casi inevitable simpatizar con el “malestar” de Adi Shankar, productor de la serie, que, ante los titubeos de FOX sobre si eliminar o no a Apu del mundo amarillo, incendió las redes por lo absurdo de la cuestión.
Apu isn't a stereotype and isn't satire. Apu is a mockery.
— Adi Shankar (@adishankarbrand) June 13, 2018
Y, por último, sobre “los límites del humor”. Hablar de estigmatización, racismo encubierto o estereotipación reduccionista en una serie que funciona gracias a la caricaturización de la sociedad y el multiculturalismo es una soberana estupidez. Si seguimos el dogma de lo “políticamente correcto”, entonces no habría que quitar a Apu. Habría que eliminar Los Simpson por completo.
Solo hace falta poner cualquier capítulo al azar para darse cuenta de que cuando no se toman a risa el encuentro con la sociedad japonesa (episodio 23 de la décima temporada), lo hacen con los colombianos (episodio 15 de la decimotercera). Cuando no le toca a Luigi, le toca al Hombre Abejorro. Si no, al gordo de los cómics, al científico flaco, al paleto fracasado, al engreído vendehúmos… Así hasta la pequeña (y cuasi asesina) Maggie.
Las constantes bajadas de nivel, fundamento del humor según Alfonso López Quintás, son el gancho de cualquier chiste, broma funcional e incluso, en algunas ocasiones, justificación de la trama de algunos capítulos de Los Simpson (como aquel en el que Homer y Lisa, en la décima temporada, acuden a una tienda esotérica para un viaje sensorial).
El correctismo político de hoy, eufemismo de la mentecatería más pacata, tiene que entrar en permanente diálogo con el sentido común si verdaderamente quieren una transformación social/cultural significativa.
Hay que atender a los matices, claro que sí. Sobre todo si hay intención de seguir produciendo una serie cuyo fin principal es el de entretener a dos generaciones de espectadores, que van a Los Simpson a disfrutar de la animación y de historias sencillas bien contadas, no a tomar nota, al estilo del censor de prensa en épocas menos libertinas, sobre lo que se dice o deja de decir, sobre si se ataca o no a según qué colectivo minoritario, mayoritario o millonario.
¿Dónde residiría la comedia de Los Simpson, como dijo Dana Gould -productor ejecutivo de la serie de 2002 a 2007-, si vieran a Homer triunfando en la universidad, a Smithers cumpliendo su idilio y siendo correspondido por el señor Burns o a Barney sobrio de por vida? No existiría. O, lo que es lo mismo, significaría haber perdido uno de los activos del entretenimiento audiovisual más importantes de las últimas décadas.
Que cada cual, a partir de este momento, decida con qué ojos quiere ver a la familia amarilla y su caótico, valioso y desternillante universo.