Javier Fernández Arribas | 19 de noviembre de 2018
El asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi es un terrible eslabón más de una cadena que ha vuelto a incrementarse en 2018. Hace pocos meses, surgió un halo de esperanza para poder ejercer con mayor libertad el oficio de contar lo que pasa, porque en 2017 el número de periodistas asesinados había descendido a 47. Sin duda, no es admisible ni una sola muerte, ni una tortura, ni un encarcelamiento sin motivo, ni una prisión prolongada sin cargos. Todo esto ocurre en países como México, Afganistán, Siria, Yemen, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y, lo que es bastante indignante, en Turquía. Resulta una afrenta que el presidente turco, Recep Tayip Erdogan, se coloque como el adalid de la libertad de prensa y de la defensa de los periodistas, cuando en su país hay más de cien profesionales presos, y más de la mitad llevan dos años encarcelados sin cargos. Todo gracias a unos decretos fruto de un supuesto golpe de Estado, en julio de 2016.
En la historia, nunca hemos asistido a un intento de golpe de Estado fracasado donde fueran detenidos más de un centenar de generales y almirantes de las Fuerzas Armadas. Por favor, que nadie interprete que la condena a un presidente represor y censor de los medios de comunicación críticos exime de responsabilidad alguna al asesino de Khashoggi y, sobre todo, al que ordenó y organizó el abominable asesinato.
La desaparición de Khashoggi, un crimen que no debe quedar impune
Entre las claves que podemos discernir a la hora de plantear una de las causas de este asesinato se encuentra lo que el periodista podía escribir, más que las críticas que había escrito hasta el momento de su asesinato. Para el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, el mayor riesgo que puede derivar de las informaciones y artículos periodísticos es que puedan avanzar el fracaso de sus reformas, de la denominada agenda 2030, con la que pretende diversificar la economía y el desarrollo de su país para no depender únicamente de la venta del petróleo.
El príncipe Salman se ha ganado peligrosos enemigos internos porque su padre, el rey Salman, se ha saltado la línea de sucesión y, sobre todo, por la lucha contra la corrupción que llevó a cabo con el encarcelamiento en un hotel de cinco estrellas de numerosos príncipes y empresarios, que tuvieron que pagar muchos millones de dólares, según lo que habían robado, para conseguir su libertad. Hay que tocar todos los palillos para lograr acercarnos, lo más posible, a la verdad de lo ocurrido en Estambul. Lo que queda claro es que hay quien opina que puede asesinar en un recinto oficial como un consulado, con total impunidad, a un conocido opositor, sea periodista o abogado o economista o alfarero. Es la teoría, porque, si no hubiera sido periodista de buena familia saudí, quizá la repercusión y la campaña del presidente Erdogan no hubieran sido tan intensas.
Más allá de consideraciones concretas sobre el asesinato de Khashoggi, hay que considerar la degradación casi total del respeto hacia el periodista y los medios de comunicación y, por tanto, a la sociedad para la que trabajan, por parte de dirigentes de regímenes totalitarios, dictadores, mafiosos, criminales y de quienes los encubren, apoyan o miran hacia otro lado sin hacer nada. La función de los periodistas es contar hechos ciertos relevantes que alguien no quiere que se sepa por las repercusiones que tendrían en todos los ámbitos. Los ciudadanos deben tener claro que, cuando los periodistas reivindicamos unas condiciones de respeto, seguridad y acceso a la información, no es por capricho, para ser más o menos estupendos o famosos.
califica de bárbaras las prácticas de #ArabiaSaudi para silenciar a los periodistas, que incluyen latigazos, torturas, secuestros e incluso asesinatos, como le ha ocurrido a Jamal Kashoggi (Informe Anual de @RSF_ES https://t.co/1UPVNelnNC) pic.twitter.com/nxSAvJwOOe
— RSF España (@RSF_ES) 24 de octubre de 2018
El objetivo principal debe ser el de realizar un servicio a la sociedad para que esté lo más y mejor informada posible sobre lo que está ocurriendo y pueda formarse su propia opinión para tomar decisiones. Es una de las claves básicas de un Estado de derecho y de un régimen democrático: que los ciudadanos dispongan de información, opinión, reportajes, entrevistas, imágenes de todos y cada uno de los sectores existentes, con respeto a las leyes vigentes.
Hemos hablado de periodistas asesinados o encarcelados en México, Turquía o Afganistán, entre otros países, pero habría que llamar la atención sobre los siete periodistas asesinados en Europa en poco más de un año. Y también buena parte de estos crímenes quedan impunes. Entre los casos más relevantes se encuentra la muerte brutal de la periodista de investigación maltesa Daphne Caruana Galizia que, siguiendo la pista de los Panama papers, había descubierto numerosos casos de corrupción y lavado de dinero en la isla mediterránea. En este caso, hay tres acusados en el banquillo.
También Eslovaquia se estremecía con el asesinato de un joven periodista, Ján Kuciak -y de su novia-, que investigaba casos de corrupción y evasión fiscal. Queda por determinar si el caso de la periodista búlgara Viktoria Marinova está relacionado con su trabajo. Otro caso es el que Kim Wall, periodista sueca asesinada supuestamente por el empresario danés Peter Madsen mientras realizaba un reportaje sobre un prototipo de submarino civil. La lista de asesinatos en suelo europeo la completan Dimitri Popkov en Minusinsk (Siberia), Saeed Karimian en Estambul y Nicolai Andrushchenko en San Petersburgo.
No hay que olvidar a Rusia o China cuando se habla de represión de la libertad de prensa y de asesinatos de periodistas. Se completa el círculo de causas: políticas, mafiosas, tráfico de drogas, corrupción y terrorismo. Un último apunte. Los terroristas del Daesh echaron a los periodistas de Siria y del norte de Iraq para que no se contaran sus asesinatos y desmanes de todos los calibres, con secuestros de periodistas para ganar notoriedad al principio y financiación con los rescates, y con asesinatos para amedrentar a los profesionales y a sus medios. Subrayar que los periodistas occidentales salimos de esos países y de otros como Libia o Yemen, pero el trabajo informativo lo han seguido realizando los periodistas locales, con gran mérito y enormes sacrificios.
La verdad, la información, es una de las armas más valiosas para los buenos y muy incómoda para los malos.