María Fernández Portaencasa | 21 de noviembre de 2018
Cartas al Rey
Palacio Real de Madrid. Salas de Exposiciones TemporalesPlaza de Oriente (Madrid)Hasta el 3 de marzo de 2019Entrada: 5 €Todos los días, de 10 a 18 h.Sitio webEra abril de 1917. A Sylvanie Sartor, de nacionalidad francesa y 8 años de edad, le ocurrió como suele ocurrirles a muchos niños que, por desgracia, son víctimas de la crueldad de la guerra: se vuelven adultos de repente. Y, en su tristeza, decidió que el monarca que regía en esa España neutral, cuyos lazos de sangre y de matrimonio le hacían leal a toda Europa, podría ser su única esperanza. Así, se dirigió a él: «Majestad, mamá llora a todas horas desde que tiene a su hermano prisionero. Majestad, mamá acaba de recibir una postal ayer en la que le decía que iba a morir de hambre. Majestad, si quisierais enviarle a Suiza, pues hace dos años que está prisionero y mamá va a enfermar con seguridad. Majestad, os lo agradezco por adelantado. Vuestra servidora Sylvanie”.
Contra todo pronóstico, Alfonso XIII contestó el mismo día: “Querida señorita: Yo procuraré lo mejor que sepa hacer que su mamá no llore; por lo tanto, tenga la bondad de darme noticias precisas sobre su tío para que yo pueda enterarme de su estado de salud y si es posible internarlo en Suiza. Mis mejores recuerdos. Alfonso XIII Rey”. El prisionero de guerra francés Achille Delmonte fue hallado a los pocos meses por el embajador de España en Berlín, y pudo ser rescatado por la comisión médica suiza.
El final feliz de esta historia tuvo una importantísima repercusión en la prensa internacional y disparó la llegada de cartas con peticiones de auxilio dirigidas a Alfonso XIII. Sin embargo, la labor del monarca había comenzado mucho antes. La exposición Cartas al Rey, que puede verse en el Palacio Real de Madrid, recuerda esos trabajos de socorro.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en verano de 1914, Alfonso XIII llevaba doce años en el trono. En 1902, poco antes de asumir la jefatura del Estado, había plasmado en su diario personal el enfoque que pretendía darle a su reinado: “Yo espero reinar en España como Rey justo. Espero al mismo tiempo poder regenerar la Patria y hacerla, si no poderosa, al menos buscada, o sea, que la busquen como aliada”. Este pensamiento sería decisivo para el escenario vivido por Europa una década más tarde.
Tras el estallido del conflicto, el Gobierno de Eduardo Dato decretó que España se mantendría neutral, y esta neutralidad sería clave para posibilitar el establecimiento de la Oficina de la Guerra Europea en las dependencias palaciegas, instalada oficialmente en otoño de 1914, tras la llegada de la petición de una lavandera francesa cuyo marido había desaparecido en Charleroi, y financiada exclusivamente con dinero de la corona, para asegurar la neutralidad gubernamental.
La exposición Cartas al Rey, coincidiendo con el primer centenario del Armisticio de 1918, que puso fin a la Gran Guerra, es el fruto de la investigación y el trabajo de años del personal del Archivo General de Palacio, donde se conserva toda la documentación generada durante esta época.
La oficina, creada por decisión personal del Rey, y a la que no cesó de llegar un enorme flujo de cartas procedentes de todos los países contendientes, comenzó con 6 y terminó con 46 personas trabajando en ella a tiempo completo. Sus principales objetivos fueron la indagación acerca de soldados desaparecidos, de los que se desconocía si habían muerto o se encontraban en algún hospital o prisión, las solicitudes de indulto, la gestión para el envío de dinero y bienes básicos de parte de familiares, y las repatriaciones. Durante sus años de existencia, llevó a cabo una labor humanitaria sin precedentes, de la que España fue protagonista.
La labor humanitaria de Alfonso XIII durante la Gran Guerra . En busca de desaparecidos
La exposición Cartas al Rey nos permite leer desesperadas misivas que llegaban de países como Inglaterra: “Cuando uno de nosotros se inquieta y llora por la suerte de un desaparecido, de un prisionero, todos le aconsejan ‘escribe al Rey de España’”. Y en otra misiva: “[…] No tengo el honor de ser una de vuestras súbditas, pero pertenezco a vuestra segunda patria: la humanidad […]”.
En total, se recibieron 202.268 peticiones, de las que, tristemente, solo un 5% obtuvo resultado favorable. Miles de familias anónimas pusieron sus esperanzas en Alfonso XIII, y algunas otras no tan anónimas, como el escritor Rudyard Kipling, que había perdido a su hijo John; el compositor Giacomo Puccini, que buscaba a su sobrino, o personajes de la talla de Miguel de Unamuno y Santiago Ramón y Cajal, preocupados por amigos franceses.
Tal vez uno de los testimonios más significativos de los que se pueden contemplar en Cartas al Rey sea el del propio Alfonso XIII, pues, tal como escribió: “Tengo la intención de transformar todas nuestras oficinas del Servicio de Prisioneros y Desaparecidos de Guerra, establecidas en el Palacio Real, en un museo que será como recuerdo vivo de una obra a la cual me he consagrado con toda el alma, sabiendo que con ella podía aliviar muchos dolores, hacer renacer algunas veces muchas esperanzas, y ocasionar, muy raramente, por desgracia, algunas satisfacciones. Pero el tesoro de este proyectado museo, tesoro que me enorgullece mucho, lo constituirán todas esas admirables cartas”. Con la inauguración de esta exposición, su voluntad se ve cumplida cien años después.