Luis E. Togores | 24 de noviembre de 2018
A mediados del siglo XIX, la apertura de la China de los manchúes mediante el uso criminal del opio, por Inglaterra, y de la guerra, por ingleses y franceses en las dos Guerras del Opio, era una de las cuestiones que más preocupaban a los europeos de aquellos tiempos. Revolución Meiji
España, con intereses en Filipinas desde 1565, veía con relativa atención lo que estaba ocurriendo en China. En 1840, el primer diplomático español, Sinibaldo de Mas, destinado a negociar un primer tratado hispano-chino, llegó a Cantón enviado por Isabel II. A partir de este momento, los Gobiernos de Isabel II y los capitanes generales de Manila adoptaron una política errática en relación con China y todo lo relativo a la expansión europea por Extremo Oriente.
El 98º regimiento de infantería británica en el ataque a Chin-Kiang-Foo durante la Primera Guerra del Opio un 21 de julio de 1842. Ilustración de Richard Simkin. pic.twitter.com/5qx5tKty8g
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China aparecía ante el imaginario europeo como un país repleto de enormes y exóticas riquezas, al tiempo que un mercado inagotable al que venderle los productos manufacturados nacidos de la Primera Revolución Industrial. Las autoridades de Madrid y Manila, las primeras más preocupadas por los problemas interiores de España y las segundas por extender y consolidar su presencia en las siete mil islas filipinas, no quisieron o no pudieron prestar toda la atención que los sucesos que estaban acaeciendo en el Celeste Imperio merecían.
Los emperadores manchúes fueron incapaces de comprender la amenaza que sobre su reino se cernía al menospreciar el poder militar de los europeos. China, una de las naciones más antiguas y pobladas de la Tierra, fue incapaz de resistir la fuerza militar y fabril de Occidente. Entre 1842 y 1912, fue progresivamente convirtiéndose en un títere, en una nación intervenida, en manos de los políticos y comerciantes occidentales.
Esta situación fue posible por causa de la incapacidad de los nobles manchúes y de los funcionarios chinos, los mandarines, de comprender la terrible amenaza que suponían para su independencia y forma de vida los comerciantes y soldados de Inglaterra, Francia y, tras ellos, de toda Europa. La apertura de China llevó a que otros territorios de Asia Oriental apareciesen en el punto de mira de los colonialistas europeos: Vietnam, Tailandia, Camboya… y Japón.
El archipiélago japonés estaba cerrado a los occidentales desde 1640 por los regentes de la familia Tokugawa. Durante los dos siglos que los Tokugawa gobernaron Japón, la nación quedó parada en el tiempo, viviendo circunscrita a un modo de vida feudal, de guerreros samuráis y campesinos, aislada del mundo, de todo lo que ocurría fuera de sus islas. Entre 1844 y 1854, flotas de guerra y buques de comercio europeos y norteamericanos se acercaron a las costas japonesas, con la finalidad de lograr la apertura del Japón al comercio y para lograr establecer relaciones diplomáticas con las autoridades niponas.
Las noticias que llegaban de China al Japón llevaron a las autoridades niponas, compuestas básicamente por soldados, a abrir el país a Occidente y firmar en 1854 el tratado de Kanagawa, un primer tratado con los Estados Unidos que suponía la apertura voluntaria del Japón al mundo. Los japoneses eran conscientes de que la oposición a mantener relaciones diplomáticas y comerciales con los occidentales podía llevarles a correr la misma suerte que China. Las espadas de los samuráis estaban condenadas a ser derrotadas por las armas de fuego de los occidentales.
Contra todo pronóstico, la apertura del Japón terminó por apartar del poder a la familia del entonces décimo segundo Shogun Tokugawa Ieyoshi, para dar paso al regreso del 122 emperador y dios viviente Mutsuhito, que procedió a una rápida y exitosa occidentalización del país. Comenzaba la Revolución Meiji, una revolución industrial, política, militar y social que iba a cambiar el futuro del Japón.
España, ante las noticias que llegaban del Japón, que informaban de que resultaba fácil y barato firmar acuerdos con el emperador Meiji, decidió enviar una legación para negociar un tratado. El 12 de noviembre de 1868, el diplomático español Heriberto García de Quevedo, tras tres días de negociaciones, lograba la firma del primer tratado de amistad entre la España de Isabel II y el Japón del emperador Meiji. Inmediatamente, se encargó al segundo secretario de la legación, señor Otín, que partiese para España para gestionar la ratificación del nuevo tratado.
今日は私たちの誕生日をお祝いしましょう。150年前の11月12日、スペインと日本は友好関係、貿易、航海に関する協定に署名しました。これによって様々なことを共有する有益な関係性を築く基礎が確立されたのです。詳細をこのビデオで ?#Cumpleaños ??❤️??@MofaJapan_jp pic.twitter.com/x5KwvKEo7L
— ??España en Japón ?? (@EmbEspJapon) November 11, 2018
Cuando el tratado llegó a Madrid, se había producido un cambio político de enorme importancia en España. La Revolución Gloriosa había apartado del poder a Isabel II el 30 de septiembre 1868, dando paso a la etapa de la historia de España conocida como el Sexenio.
En el momento de la firma del tratado con Japón, Heriberto García de Quevedo era enviado plenipotenciario de un Gobierno de Isabel II sin saber que, 43 días antes, la monarquía isabelina había pasado a la historia. El plenipotenciario español había firmado un acuerdo con el Mikado en nombre de una monarquía que ya no existía.
Cuando se planteó al Gobierno Provisional español el problema de la ratificación del tratado con Japón, un texto firmado por una Reina que en el momento de la firma ya había sido derrocada, las autoridades españolas pensaron que resultaba muy difícil y costoso explicar los avatares de la política interior española al Mikado, la monarquía más antigua del mundo, y que, incluso, podía suponer tener que negociar otra vez todo el tratado. El tratado se ratificó el 8 de abril de 1870 y se publicó en la Gaceta de Madrid el 31 de enero de 1871, un tratado que aparecía firmado por una Reina sin corona.
Hace 150 años que, con esta anomalía política, España abrió sus relaciones amistosas con Japón.
El 3 de febrero de 1868, Mutsuhito sucedió a su padre, el emperador Kōmei. Fue proclamado emperador Meiji, dando comienzo una nueva era, la de la Revolución Meiji, con la que se puso fin a 265 años de gobierno del Shogunato de los señores feudales de la familia Tokugawa.
Con la Revolución Meiji el Japón procedió, a una enorme velocidad, a realizar grandes cambios que, provocados desde arriba, cambiaron totalmente la forma de vida y el destino de todos los japoneses. El Japón pasó de ser una nación y un pueblo amenazado, de convertirse en una colonia de Occidente, a ser una nación moderna, industrializada –sin perder sus valores y tradiciones- y ansiosa de competir con los grandes imperios de su tiempo por ocupar un puesto entre las grandes potencias y lograr una expansión colonial equivalente a la de Inglaterra, Francia, Alemania o Rusia.
En la década de los años 90 del siglo XIX, los españoles estuvieron convencidos de que España perdería sus posesiones en Asia a manos del Japón, «el peligro amarillo», pero en 1898 Estados Unidos arrebató a España las Filipinas. El único posible conflicto entre España y Japón no se produjo.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.