Manuel Martínez Sospedra | 08 de diciembre de 2018
La irrupción de VOX en el Parlamento andaluz se ha convertido en el rasgo más sobresaliente del resultado de las elecciones andaluzas del pasado domingo 2 de diciembre, eclipsando que la alternancia llegue a San Telmo. Nada menos que a la caída del “régimen” que ha gobernado la mayor autonomía de España desde la Transición. Motivo no falta: esa irrupción acaba con una peculiaridad española, ya somos políticamente europeos, ya tenemos un partido nacionalista de derecha radical. Veamos en qué consiste la novedad.
VOX es un partido nacionalista español, pero no de un nacionalismo cualquiera. Para ser exactos, VOX es la imagen especular del nacionalismo catalán, versión Carles Puigdemont, frente al que se alza. Como en el caso del nacionalismo catalán, el nacionalismo de VOX es populista. Como en el caso del nacionalismo catalán, el de VOX es un nacionalismo de definición étnica; como en el caso del nacionalismo catalán, la determinación étnica del “hecho nacional” adolece de cierto perfume casticista; como en el caso del nacionalismo catalán, el de VOX tiene un fuerte contenido autoritario; como en el caso catalán, el nacionalismo de VOX desconoce -y es hostil a- la constitutiva pluralidad de la nación realmente existente; como en el caso catalán, el nacionalismo de VOX aspira a eliminar la plasmación institucional de aquel pluralismo y defiende una organización política centralizada.
Como en el caso catalán, los socios con los que se cuenta se ubican en la derecha radical. Como en el caso catalán, el nacionalismo de VOX es anti Unión Europea; como en el caso catalán y el del brexit, se aspira a liberarnos de la tiranía de los tribunales europeos en nombre de la soberanía judicial. Con dos diferencias importantes: el nacionalismo español de VOX tiene fuertes conexiones con el conservadurismo USA, versión Miami, y participó en el encuentro de Coblenza en el que Steve Bannon reunió a sus parientes, desde Marine Le Pen a Matteo Salvini, y donde estuvo Santiago Abascal.
El discurso de VOX se basa en la combinación de tres componentes esenciales: el primero es el ya citado nacionalismo étnico y sus consecuencias. El segundo es su reverso: la hostilidad al diferente por serlo y, en consecuencia, la hostilidad a la inmigración vestida de procura de la “preferencia nacional”, en términos más claros, el discurso de la mixtura del odio y del miedo; más anticristiano resulta difícil ser. El tercero, unas propuestas económicas que convierten en rojerío el ordoliberalismo germánico y comportan la liquidación por inanición del Estado de bienestar.
Elecciones andaluzas. Las banderas de España se traducen en votos
Que esas propuestas sean, a la larga, incompatibles con el nacionalismo que se profesa indican claramente su fragilidad. Como la adopción de un criterio étnico para establecer la preferencia nacional conduce al casticismo (en el caso, con equitación y tauromaquia incluidas), no debe extrañar que se decore con la hostilidad al cosmopolitismo y, por ello, sea constitutivamente antieuropeísta; y, como corolario, sea asimismo hostil a la “cultura liberal” en sus manifestaciones e invoque un tradicionalismo moral, no porque las propuestas de este sean acertadas, sino porque son las nuestras. Eso no es “fascismo”, es otra cosa, que tiene más que ver con Donald Trump que con Benito Mussolini.
A día de hoy, la base social y política que sostiene la organización consiste en una articulación, emocionalmente generada, entre un núcleo de electores urbanos, de nivel educativo elevado, de renta media o alta, mayoritariamente de viejas clases medias, y un segundo núcleo de electores rurales, de bajo nivel de estudios, de rentas inferiores a la media y que sufren la competencia, no siempre legal, de la inmigración, que presiona a la baja sus salarios y hace un uso intensivo de los servicios sanitarios y sociales. Y que normalmente provienen de antiguos votantes del Partido Popular (en el caso andaluz, casi el 80% de los votantes de VOX tiene esa procedencia), lo que, a mi juicio, acredita el escaso acierto de la estrategia seguida por el partido conservador.
En contra de lo que se dice, yo no creo que las encuestas hayan fallado esta vez. Lo que ha fallado son otras dos cosas: de un lado, que nadie previó el impacto de la fatiga con el “régimen” andaluz y sus pésimos rendimientos recientes, que se halla detrás de la baja participación electoral; del otro, la decantación a muy última hora de un voto indeciso muy marcado por aquel hartazgo. Porque las encuestas, cuando ya no se podían publicar, sí registraban esos dos fenómenos: queremos un cambio y para eso votamos a quien sea. En ese sentido, el voto a VOX es hijo legítimo de la ausencia prolongada de alternancia. El tiempo dirá si, más allá del muy peculiar contexto andaluz, el especial nacionalismo de VOX tiene recorrido. En buen medida, las respuestas van a depender de lo que haga (o no haga) el Partido Popular. Alguien debería decir en Génova que el original acaba por ser preferido a la copia.
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