Fernando Díaz Villanueva | 15 de diciembre de 2018
En el mundo hay gente para todo. Para lo bueno y para lo malo. Para esto último siempre abundan los candidatos. Lo novedoso de los tiempos que vivimos es que se puede perpetrar una fechoría haciéndola pasar por una aguda ocurrencia de marketing. Esto es exactamente lo que acaba de suceder en Pamplona con la iniciativa de un grupo de llamados «guías turísticos» que han anunciado la próxima puesta en marcha de un tour guiado por la ciudad en el que, de la mano de unos «profesionales» del ramo, se visiten los lugares por los que pasó La Manada durante la fatídica noche del 7 de julio de 2016.
Compartimos la preocupación que supone para la ciudadanía la división de criterios en la judicatura respecto a la sentencia de #LaManada. Se trata de unos hechos muy graves, que generan inseguridad entre las mujeres.
— Carmen Calvo (@carmencalvo_) December 5, 2018
Aquello, al margen de la relevancia política que posteriormente adquirió, supone uno de los episodios más vergonzosos de la crónica de sucesos de Navarra y no es precisamente motivo de homenaje turístico ni de recuerdo in situ. El denominado «Tour de La Manada» nos viene a recordar que el mal gusto y la canallería suelen ir de la mano pero, en estos tiempos de selfis, Instagram e insoportable superficialidad, se nos olvida. Porque, no contentos con ofrecer el recorrido completo de estos cinco maleantes que culminó con su identificación y arresto junto a la plaza de toros, los organizadores de esta macarrada habían previsto una parada técnica en el circuito para adquirir las camisetas que llevaban puestas los miembros de La Manada la noche de autos. De no estar acostumbrados a este tipo de payasadas, algo así nos escandalizaría, pero ya estamos curados de espanto.
Decía Hannah Arendt en su monumental Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal, escrito tras presenciar el juicio al criminal de guerra nazi, que el mal a menudo se presenta con un aspecto anodino. Adolf Eichmann cometió incontables crímenes porque así entendía que sería promocionado en la maquinaria política del tercer Reich. No había nada personal contra los millones de judíos inocentes que envió a Belzec, Sobibor o Treblinka, eran solo negocios, sus negocios. En todo lo demás, Eichmann parecía un tipo normal, a pesar de que era un individuo retorcido y mentalmente enfermo. Todo lo hizo porque era su trabajo, sin reparar en si lo que hacía estaba bien o mal.
Salvando las distancias de tiempo, de lugar y de gravedad de los hechos, nos encontramos ante un caso de banalización del mal muy similar. Los actos de La Manada no solo fueron punibles desde el punto de vista penal, sino también repugnantes desde la óptica moral. Recorrer sus pasos por Pamplona -que, por lo demás, es una ciudad preciosa con grandes atractivos turísticos- no es ilegal, pero sí síntoma de la cochambre moral que se ha enseñoreado de todo.
La Manada. Castigar la depravación moral de quien alardea del desprecio por el derecho
Algunos han apuntado, en descarga de estos «emprendedores», que en Londres se realizan tours de Jack el Destripador por el barrio de Whitechapel. Es cierto, se hacen, y con gran afluencia de inscritos. Pero los asesinatos de Jack el Destripador tuvieron lugar hace 130 años. El tiempo importa, ha pasado casi siglo y medio de aquello, nadie lo recuerda porque ningún londinense actual estaba vivo entonces. Ni ellos, ni sus padres, ni sus abuelos. Jack el Destripador es, tras siglo y pico de películas y dramatizaciones, un recurso turístico.
El caso de La Manada es reciente, de ayer por la tarde, prácticamente. Tanto los autores como la víctima de los abusos sexuales están vivos y el caso acaba de ser juzgado. Buena parte de la sociedad sigue, además, conmocionada por los hechos. No creo que sea la mejor idea tomarse a broma algo así, poniendo el dedo en una herida que aún no se ha cerrado.
Por si no bastase con la ruindad de haber anunciado semejante «iniciativa turística», los autores de la misma, siempre desde el anonimato, se defendieron de la indignación general arguyendo que era una noticia falsa para engañar a los periódicos. Buscaron con rapidez una coartada, cambiaron la portada de la página para colocar recortes de los diarios que se habían hecho eco de la historia. Pero no era una noticia falsa. Anunciaron el tour en una página web realizada al efecto y explícita en sus intenciones. Los medios se limitaron a informar de algo que estaba ahí. Hicieron, en definitiva, su trabajo.
Es como si en una página web concreta se describe con todo lujo de detalles la venta de órganos, que es algo ilegal e inmoral. La existencia de esa web llega a los medios y, cuando estos se lo muestran a sus lectores, los autores de la misma se excusan diciendo que era mentira y que los culpables son los propios medios por informar que en esa página se ofertan órganos humanos.
El asunto de La Manada está, por descontado, abierto al debate, pero no debería estarlo a la caricaturización morbosa. Por respeto a la víctima, naturalmente, pero, sobre todo, por respeto a nosotros mismos como sociedad civilizada. Desconozco si es legal vender este tipo de paquetes turísticos. Tal vez lo sea o tal vez no. Algo así podría encajar dentro del delito de odio. Que sea la Fiscalía quien lo determine. De no ser perseguible por la ley, sí tendría que ser condenable por las normas más elementales de urbanidad, una vieja virtud cívica que, de no ejercerla, poco a poco se va perdiendo.