Belén Becerril | 14 de diciembre de 2018
“Lo cierto es que, en este caso, éramos más pragmáticos que los ingleses”. Con estas palabras, recordaba Jean Monnet su viaje a Londres, en mayo de 1950, para tratar inútilmente de ganar el apoyo británico a la incipiente Comunidad Europea. Los franceses ofrecían una base y un método de discusión, pero los británicos planteaban toda una serie de problemas particulares, “reales o imaginarios, actuales o caducos”.
También en estos tiempos, y de nuevo en relación con Europa, el célebre pragmatismo británico parece ausente. Hasta que David Cameron convocó aquel referéndum en 2016, pocos británicos mencionaban la Unión Europea entre los problemas que más les preocupaban. Hoy, sin embargo, este debate, planteado por los brexiteers en términos de sentimientos y de identidad, ha fragmentado por completo a la sociedad.
Durante más de dos años, buena parte del debate público británico, en otro tiempo tan admirado, ha estado más cerca de la fantasía que de la realidad. Pero el tiempo se acaba, y el 29 de marzo, día en que el Reino Unido dejará de ser un Estado miembro de la Unión, se aproxima. Si para entonces no ha entrado en vigor el acuerdo de retirada, no habrá período transitorio y el Reino Unido se encontrará al borde del precipicio. Es difícil exagerar el impacto que tal cosa tendría en sus ciudadanos y en su economía.
Tras superar este miércoles la moción de confianza, el liderazgo de la primera ministra se mantiene, pero queda por delante la tarea, aún más difícil, de lograr que el Parlamento británico apoye el acuerdo negociado con la Unión antes del próximo 21 de enero, último día que permitiría su entrada en vigor a tiempo.
Con ‘brexit’ o sin él, Gran Bretaña no cambiará su posición sobre la soberanía de Gibraltar
En contra del acuerdo de Theresa May se pronuncian en Westminster los brexiteers más combativos (denominados «extremistas» por el propio conservador Philip Hammond), como Jacob Rees-Mogg o Boris Johnson, que parecen dispuestos a abandonar la Unión sin acuerdo antes que apoyar el texto negociado por la primera ministra.
También están en contra los partidarios de un nuevo referéndum, que ven con optimismo cómo los sondeos indican que la opinión pública apoya cada vez en mayor medida la permanencia. Muchos de ellos podrían estar dispuestos incluso a arriesgar una salida sin acuerdo, con la esperanza de forzar un nuevo referéndum que diese una oportunidad a la permanencia. Hace unos días, la reciente sentencia del Tribunal de Justicia, que ha confirmado que el Reino Unido podría revocar unilateralmente el artículo 50, es decir, retirar la solicitud de retirada sin necesidad del acuerdo de los veintisiete, ha dado alas a los remainers.
El 29 de marzo se acerca. Esperemos que lo poco que queda, en lo que a la política europea respecta, del pragmatismo británico y el sentido de responsabilidad de los miembros del Parlamento baste para salvar al Reino Unido del peor de los escenarios, una retirada sin acuerdo.
Y en lo que respecta al futuro de la Unión, no está de más recordar las palabras de Jean Monnet, cuando sus amigos británicos le preguntaban, en 1950, si Francia se comprometería con Alemania sin el Reino Unido: “Deseo de todo corazón que se comprometan en esta empresa (..). Pero, si no fuera el caso, seguiríamos adelante sin ustedes; y estoy seguro de que, siendo realistas como son, se ajustarán a los hechos cuando comprueben que hemos tenido éxito”.