Fernando Rayón | 02 de enero de 2019
El resultado de las elecciones en Andalucía ha dejado varias lecturas que, una vez superado el estado de shock de los partidos, estos mismos se aprestan a asumir de cara a las próximas convocatorias electorales que tendremos este año.
La primera es que, pese al postureo de Ciudadanos que pretendía la presidencia de la Junta de Andalucía, y no negociar con Vox, han tenido que recular pues, no en vano el partido de Santiago Abascal puede pegarles un mordisco importante en las futuras elecciones y, en cualquier caso, hacer necesario su apoyo allí donde consigan superar al Partido Popular: comunidades autónomas o ayuntamientos.
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La segunda es que nadie –quizá salvo el PP y Vox- reclaman elecciones adelantadas. Ciudadanos ha bajado el pistón pues, ni siquiera en Cataluña, podría repetir su victoria. La irrupción de esta nueva formación podría quitarle muchos votos, al menos en aquella comunidad.
La tercera gran lección es que la derecha suma. O el centro más la derecha, o como ustedes quieran llamarlo. Los populares no se habían aún recuperado de la pérdida del Gobierno de Mariano Rajoy a manos del conglomerado PSOE más nacionalistas, mas independentistas, más todo lo demás, cuando de repente Sánchez ha visto como su partido perdía el Gobierno de su caladero de votos histórico a mano de otro conglomerado –esta vez de derechas- que ni siquiera sus Redondos y Tezanos habían pronosticado en sus estrategias y encuestas.Encuestas electorales fallidas. Una cocina de autor que cada vez genera menos crédito
Y esa es otra de las consecuencias del pasado 2 de diciembre: la crisis abierta en el PSOE. Mientras Sánchez se dedica a ganar tiempo como sea: pactando con los independentistas catalanes, o brindando con Otegi, su partido –al margen de las necesidades de supervivencia sanchistas- se desangra en votos.
Los líderes regionales ya lo han detectado, y empiezan a mirar de reojo a aquel Comité Federal del partido de 2015 en que pusieron los puntos sobre las íes a un secretario general que quería pactar con Podemos y también reconocer el llamado ‘derecho a decidir’ de los catalanes a la independencia. Pero luego pasó lo que pasó, y vino la reforma de los estatutos socialistas. Hoy, el partido es rehén de Sánchez y de sus intereses.
El PP tampoco está en su mejor momento, pero recibió un mensaje en Andalucía que aún digieren. Tras el batacazo catalán –que aún se podría ahondar si hacemos caso a las encuestas-, Pablo Casado echó el resto en la campaña andaluza y consiguió sobrevivir a un candidato que no era suyo, a un Ciudadanos pujante –heredero en parte del voto socialista- y a la sorpresa de Vox. Conclusión: salvó la cabeza de la clasificación tripartita y de paso la de su líder tan poco carismático.
Pero allí se jugaba mucho más. En las municipales el PP es fuerte: siempre tuvo buenos candidatos, aunque algunos fueron desechados por el marianismo o sorayismo. Esa es ahora su batalla, también porque el ascenso de Vox le obliga a recuperar su discurso. O espabila y se quita los complejos, o en las europeas el mordisco de Abascal será antológico.
Y Podemos. Solo hemos tenido que escuchar la reacción de los de Iglesias al éxito de Vox para valorar en su justa medida la sacudida que esta irrupción ha provocado en la casa morada. Aparentemente Podemos es lo más opuesto a Vox, pero como muy bien han señalado los analistas, sus votantes no son tan ajenos. El voto antisistema ya no se queda en casa. Tiene donde votar. Y las opciones son dos. No una.
Y es que las consecuencias del terremoto de Andalucía no han hecho más que empezar. El mapa electoral va a cambiar mucho en España.
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