Miguel Ángel Gozalo | 03 de enero de 2019
La conmoción producida por las recientes elecciones andaluzas ha sacudido a todos los partidos y, como auguraba todo el mundo (con excepción quizá de la presidenta en funciones de la Junta, Susana Díaz, que creía que lo que se jugaba era un simple encuentro regional), su onda expansiva ha puesto patas arriba el escenario político. El epicentro es, por supuesto, Andalucía, donde está a punto de producirse el milagro del desalojo del PSOE de un poder blindado por 37 años de clientelismo y corrupción. Pero ningún partido nacional ha salido indemne del trance.
Uno de los que más lo ha notado ha sido Izquierda Unida, la última versión del comunismo de toda la vida adaptada al momento actual. El comunismo, en el mundo democrático, con elecciones y libertad de expresión, tiene un techo electoral limitado. La Transición fue un ejemplo de ello, como Cuba lo es de lo contrario: sesenta años después de la entrada de Fidel Castro en La Habana a bordo de un tanque, el tanque sigue ahí. Sin tanques, el pensamiento único se ve reducido a una expresión totalitaria que no apoya la mayoría.
José María Faraldo y la policía secreta comunista en “El Debate de la Historia”
Aquí, en la izquierda, un partido socialista aleccionado por la socialdemocracia alemana se alzó con el santo y la limosna, desde la moderación, frente a un Partido Comunista que había llevado el peso de la resistencia al dictador que Pedro Sánchez quiere desahuciar del Valle de los Caídos. A lo más a lo que ha podido aspirar es a ser compañeros de viaje (eso que los comunistas han buscado siempre a su alrededor) de los hegemónicos socialistas.
Izquierda Unida fue precisamente la fórmula puesta en marcha por quienes intentaban, desde el comunismo, alcanzar el poder que se le negaba al PCE. En los años noventa, reunió en torno a quien entonces era el secretario general del Partido Comunista, Gerardo Iglesias, a una serie de pequeños partidos y alcanzó, con Julio Anguita al frente, sus mayores dosis de influencia.
Tras los ocho años de Gaspar Llamazares como coordinador de Izquierda Unida, de 2000 a 2008, la formación fue dirigida por Cayo Lara (otros ocho años) y, desde hace tres, por Alberto Garzón. Pero no ha mejorado sus resultados electorales. En las elecciones autonómicas de Andalucía de 2012, Izquierda Unida se quedó en 12 diputados, y bajó a 5 en las siguientes, celebradas en 2015, mientras Podemos, que aspiraba a confirmar el llamado «sorpasso», alcanzó 13.
En lo que Llamazares ha calificado de error mayúsculo, Alberto Garzón se alió con Pablo Iglesias, el otrora líder carismático de Podemos, que, desde que se apuntó a la burguesía de chalet en la sierra, ha perdido influencia. En Andalucía, la joint venture de Izquierda Unida y Podemos ha cosechado menos escaños que los 20 que sumaban ambos partidos por separado: solo 17. Una seria advertencia para los dos.
Pablo Iglesias ya no vive aquí . Los enemigos del capitalismo reciben de su propia medicina
El terremoto andaluz, que quizá presagia un nuevo mapa de poder en España, con tres partidos conservadores aliados para volver a superar a la izquierda (o a las izquierdas, por utilizar el mismo lenguaje del gobierno de Sánchez), ha llevado a Gaspar Llamazares a acentuar sus críticas. Su pronóstico es muy pesimista. «El corazón de la izquierda no bombea bien, está roto, a punto de fallo cardiaco», ha declarado, en plan médico, el pasado domingo a «El mundo».
Diputado por Izquierda Unida en el Parlamento de Asturias, Llamazares, después de haber enredado con una formación, Izquierda Abierta, a la que se sumaron personas políticamente amortizadas, como Cristina Almeida y Federico Mayor Zaragoza, creó una plataforma, Actúa, con, entre otros, el exjuez Baltasar Garzón. Al otro Garzón, Alberto, la cosa no le ha hecho ninguna gracia y ha pedido a Llamazares (que ha dimitido de sus cargos, pero no como diputado) que se vaya del todo. Pero el excoordinador no ceja en su idea de «dar voz a esa izquierda que se queda en casa, que no vota por estar desencantada, por no decir asqueada. Y si tengo que desvestir a un santo (IU) para vestir otro (Actúa) estoy dispuesto».
Llamazares cree que IU, atada a Podemos, se ha debilitado y que en España hay un millón de huérfanos de izquierda. En 1940, el poeta Dámaso Alonso, en una noche de insomnio, imaginó que Madrid era una ciudad de un millón de cadáveres. Pero el que fue director de la Real Academia no se refería a la vida política, sino a la condición humana que lleva al hombre a preguntarle a Dios qué huerto quiere abonar con nuestra podredumbre.
Desde Asturias, tierra de reconquista, Llamazares pretende iniciar esa batalla que le lleve al sur, donde se refugia su rival, el malagueño Alberto Garzón. Pero también VOX quiere, desde una Andalucía que le ha dado un poderoso aliento, proseguir su impetuosa aventura. El año electoral 2019 llega lleno de luchas, emociones y expectativas. Con todos llamados a ser, como vaticinó el gran poeta, Hijos de la ira.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.