María Solano | 08 de enero de 2019
¿En qué se parece la España de posguerra de 1941 a la España de 2018? Prácticamente en nada, salvo que hemos alcanzado un triste récord: la población decrece en índices que no se habían registrado desde hace casi 80 años. Si miramos al problema con una perspectiva cortoplacista y limitada, obtendremos una explicación equivocada que distorsiona nuestra percepción. Pero no son pocos los que se obcecan con este análisis como una forma sencilla de «echar balones fuera»: la culpa es de la crisis económica. Las familias tienen menos hijos porque no tienen dinero, se dicen. Y el razonamiento que siguen es que en cuanto mejore la economía se solucionará el problema. Pero hay algo equivocado en su planteamiento.
Es cierto -las cifras lo demuestran- que la natalidad creció hasta 2008, año en el que se sitúa el arranque de la crisis económica, y ha descendido de manera continua. Son diversos los factores que explican este proceso: tardía emancipación, tardía primera maternidad y un volumen de población en edad fértil cada vez menor, porque ya no son los hijos de aquel boom de los 70, sino los de las posteriores generaciones, mucho más reducidas. Pero esa coyuntura económica puntual no permite explicar el conjunto de un problema que se acusa desde hace ya casi cuatro décadas.
¿Por qué si, año tras año, la familia sigue siendo la institución mejor valorada por la población, las parejas se animan cada vez menos a tener hijos? La correlación -que no necesaria relación- entre dinero e hijos no deja de ser simplista. Es la respuesta fácil que permite «lavarse las manos» ante el problema, puesto que la marcha de la economía escapa a nuestro control.
Natalidad, cuesta abajo y sin frenos
La respuesta profunda, la respuesta que explica el porqué de las decisiones vitales de hombres y mujeres de nuestro tiempo la ha dado la Encuesta de Fecundidad del Instituto Nacional de Estadística. Y, de una manera rotunda, el problema no está en el dinero sino en el tiempo. De hecho, basta con preguntar a cualquier familia. Por supuesto que no les vendría mal ganar más, pero su principal demanda es tener más tiempo disponible o poder organizar mejor el equilibrio entre trabajo y vida personal, para dedicar horas a sus hijos.
Las cifras son tan elocuentes que cuesta entender por qué no hemos centrado suficientemente el foco de atención en el verdadero problema. La conciliación representa el principal problema en todas las franjas de edad consultadas, siempre por delante de la economía. Es decir, la economía preocupa menos porque tenemos la capacidad de adaptarnos a la situación que nos toque vivir, pero necesitamos el tiempo para dedicar a la familia.
Entonces, ¿por qué existe esa marcada correlación entre crisis económica y descenso de la natalidad? ¿Tener menos dinero es la principal razón para tener menos hijos? Si analizamos las consecuencias de la crisis para las personas en edad fértil, no cabe duda de que el descenso de los salarios es una de ellas. Pero lo que de verdad preocupa a quienes piensan en ser padres es que se trabaja más por menos y sin ninguna sensación de estabilidad.
Si esas parejas supieran que van a tener un sueldo, el que sea, que cubra sus necesidades básicas, aunque no dé para mucho más, que el trabajo está más o menos garantizado si cumplen con su deber y que tendrán horarios razonables que les permitan criar a sus hijos, no nos enfrentaríamos a la dura respuesta que se desprende de la encuesta del INE: 3 de cada 4 españolas querrían tener al menos dos hijos. Echemos la vista atrás: ¿por qué 1941 supuso un punto de inflexión? Porque después de la guerra no tenían dinero, pero sí tiempo para lo que de verdad importa: la familia.