Cristina Noriega | 16 de enero de 2019
La familia es considerada la institución más estable en nuestro contexto sociocultural. Sin embargo, en los últimos años estamos observando una serie de cambios significativos en los patrones familiares no presentes en generaciones anteriores, entre los que cabe destacar el retraso de la emancipación de los jóvenes.
Los jóvenes actuales se están apalancando en casa de sus padres. Así lo reflejan los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística: un tercio de los jóvenes de entre 25 y 34 años sigue viviendo con sus padres o con alguno de los ellos (edades en las que sería esperable una emancipación de la mayoría), ascendiendo esta cifra hasta el 48,5% para el rango comprendido entre los 25 y 29 años.
¿Qué lleva a los jóvenes a mantenerse en casa de los padres?
Este interrogante no tiene una respuesta sencilla. Cuando consultamos artículos, informes y medios de comunicación, la primera explicación que sale a la luz hace referencia a los motivos económicos. La alta tasa de desempleo juvenil y la extensión de la precariedad laboral (salarios bajos, temporalidad de contratos, parcialidad involuntaria), junto con el ascenso desmesurado de los precios de la vivienda, los requisitos de solvencia económica y la ausencia de proyectos oficiales que ayuden a los jóvenes a emanciparse parecen razones objetivas que frenan la salida del hogar familiar.
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Si el futuro es tan incierto, ¿Por qué abandonar la seguridad del nido para arriesgarse a formar un hogar propio cuando no saben si podrán o no comprometerse a medio o largo plazo? La confianza en un futuro que conceda una estabilidad suficiente como para costearse el acceso a la vivienda con un mínimo de calidad de vida es lo que suele dar el empujón a los jóvenes a emanciparse. Por el contrario, la desconfianza y la incertidumbre les lleva a esperar, aumentando el riesgo de quedar atrapados en el hogar familiar.
Aunque existen numerosos estudios que apoyan la relación entre inseguridad financiera y retraso en la emancipación, la explicación económica parece insuficiente. Por ejemplo, generaciones anteriores también han sufrido incertidumbre e inseguridad laboral en su juventud y, en cambio, la edad a la que se abandonaba el nido nunca había alcanzado cifras tan elevadas. Por tanto, parece más apropiado hablar de este fenómeno como algo multicausal, en el que se entremezclan factores económicos, culturales y psicológicos.
La visión de la familia como principal institución proveedora de soporte y estabilidad parece ser una constante en nuestra identidad cultural. Estas actitudes se enmarcan dentro de una cultura de solidaridad familiar, basada en un intercambio mutuo de afecto y bienes materiales. Esto, frente a la limitada atención a los jóvenes por parte las instituciones, da lugar a que sea la familia el gran refugio para los jóvenes.
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La existencia de unos vínculos fuertes entre padres e hijos, junto con la mayor permisividad familiar y la flexibilidad de la autoridad, han permitido a los jóvenes obtener muchas comodidades derivadas de vivir con sus padres. Considerando que las estrategias familiares generalmente intentan que los hijos logren movilidad ascendente con respecto a sus padres y el incremento de valores consumistas, en muchas ocasiones se decide retrasar la emancipación y alargar la dependencia familiar hasta que se pueda adquirir un estatus similar o superior a los padres (estando esta decisión fomentada en muchos casos por los propios padres).
Esta dependencia familiar, por un lado, evidencia algo muy positivo, como es la fortaleza de las redes familiares en nuestro contexto sociocultural. Sin embargo, si hay una sobreprotección excesiva y falta de límites, puede dificultar que los jóvenes alcancen hitos importantes de su ciclo vital (ej: matrimonio y descendencia), asuman la responsabilidad de sus actos y su vida adulta, desarrollen una vida laboral fructífera y tengan relaciones maduras y comprometidas.
Las causas asociadas al retraso de la emancipación de los jóvenes españoles son muy variadas. Es importante no generalizar y considerar que algunos factores afectan a segmentos concretos de la población. Lo esencial no lo ubicaría tanto en la edad en la que se abandona el nido (aunque también sea muy importante intervenir sobre ello), sino con qué bases salen. Para lo que es necesario subrayar los valores que sirvan como faros para orientar el futuro de los jóvenes de hoy, donde lo importante no sea tanto el “tener” como el ayudar, el esfuerzo, la espiritualidad, la autonomía, la tolerancia a la frustración, el asumir responsabilidades y el desarrollo de proyectos vitales.