Esther Carrera | 22 de enero de 2019
Cada vez es mayor el interés de los consumidores por todo lo que nos recuerda a lo “saludable”, “natural” y/o “sostenible”. Y, en este contexto, merecen mención especial los productos ecológicos, biológicos, orgánicos, eco o bio, términos que se utilizan indistintamente en nuestro país para referirnos a productos alimenticios que se han obtenido por medio de sistemas de producción ecológica (Reglamento 2018/848 sobre producción ecológica y etiquetado de los productos ecológicos), prescindiendo de fertilizantes químicos, plaguicidas y, en general, todo tipo de productos químicos de síntesis, no naturales.
Según la última encuesta realizada por el Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica (FiBL) en 2016, el mercado global de productos ecológicos está en aumento (más de 80 billones de euros), así como el número de productores ecológicos (2,7 millones), habiéndose incrementado desde el año 2015 en un 12,5%.
Por otro lado, el continente con más hectáreas de cultivo orgánico es Oceanía (27,3 millones de hectáreas), seguido de Europa (13,5 millones de hectáreas). A su vez, el cultivo ecológico en 2016 se ha llevado a cabo en 178 países, un 15% más de los que había en 2015. Australia (27,1 millones de hectáreas), Argentina (3 millones de hectáreas) y China (2,3 millones de hectáreas) son los países que más tierra cultivada con producción ecológica tienen, seguidos de España en quinto lugar; Irlanda es el país que más ha visto crecer (21,8%) su mercado de producto ecológico y Dinamarca, el que cuenta con mayor cuota de mercado (9,7%).
Los datos mencionados responden a una creciente demanda de este tipo de producto por parte del consumidor. En las cadenas de distribución, cada vez es mayor la superficie destinada al producto ecológico, tanto fresco como procesado. Pero, ¿qué busca exactamente el consumidor detrás de un producto ecológico?, ¿productos más seguros, más nutritivos, más apetecibles y/o productos más sostenibles para el medio ambiente?
Probióticos, ¿hay evidencias científicas de su eficacia?
Respecto a la inocuidad alimentaria, la gestión del riesgo en Europa, en el contexto de los residuos de plaguicidas y fertilizantes en los alimentos, obliga a establecer Límites Máximos de Residuos (LMR), con el fin de reducir su riesgo, siempre sobre la base de la evidencia científica, a niveles aceptables para la salud del consumidor (de todos es sabido que el riesgo cero no existe). Dicho esto, el producto ecológico debería carecer de residuos de plaguicidas/fertilizantes por su método de obtención, mientras que el producto no ecológico, si contiene residuos de plaguicidas, deben estar por debajo de niveles (LMR) que los hagan seguros. Según el último informe de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), el 98,1% de las muestras tomadas en España durante el año 2016 respetó el LMR establecido por la legislación alimentaria.
Por otro lado, hoy por hoy no existe clara evidencia científica que muestre mejoras significativas en las características organolépticas y nutricionales de los productos ecológicos, si bien algunos consumidores afirman que los productos eco saben mejor que los no eco. No obstante, es cierto que la producción ecológica se caracteriza por llevar a cabo prácticas relacionadas con términos como “natural”o “tradicional”, atributos de gran interés para la mayoría de los consumidores de hoy en día. Así mismo, los productos ecológicos necesitan más tiempo y trabajo para su producción y requieren certificaciones y controles adicionales que incrementan su coste, repercutiendo en el precio final al consumidor, que puede ser interpretado como un valor añadido a su calidad, ya que ha sido producido respetando el medio ambiente y el bienestar animal.
En relación con la sostenibilidad, la agricultura ecológica ejerce, en general, un menor impacto medioambiental, debido a su limitación en el uso de compuestos químicos y optimización en el uso del abono, la rotación de los cultivos, los sistemas de producción mixtos (ganaderos y agrícolas) o los programas de cultivo extensivo, haciendo que sea más respetuosa con el medio ambiente. Sin embargo, el rendimiento del cultivo ecológico es menor si lo comparamos con la agricultura convencional. Desde este punto de vista, pueden surgir dudas razonables ante la posibilidad de que en un futuro toda la producción agrícola europea se llevase a cabo mediante los sistemas de producción ecológica recogidos en el Reglamento 2018/848.
Superalimentos, un reclamo comercial que no justifica su precio
Por último, es importante resaltar que el consumidor, teniendo en cuenta sus preferencias y gustos, requiere de información (etiquetado alimentario) y de formación adecuadas para elegir con buen criterio los alimentos que van a formar parte de su dieta. Los vegetales, independientemente de si se producen o no con un sistema ecológico, poseen características nutricionales por todos conocidas, al igual que otros muchos productos procesados (galletas, cereales de desayuno, chocolate, mermeladas, etc.), sin que el sistema de producción ecológico cambie significativamente el valor nutricional de estos alimentos y sus propiedades saludables. El producto ecológico es el resultado de un método de producción comprometido con el medio ambiente, siendo este su principal beneficio para la sociedad.