César Cervera | 02 de febrero de 2019
Cada efeméride de nuestra historia se convierte, año tras año, en una patata caliente para el Gobierno de turno. Cuando se les pregunta por alguna conmemoración, como la semana pasada al ministro José Guirao a cuenta de los 500 años del inicio de la conquista de México, la primera reacción es de sorpresa; luego, se limitan a prometer toda una serie de vagas iniciativas, desde conferencias a exposiciones, que tendrán lugar a lo largo del año, pero que, en la práctica, se organizan tarde y mal en el mejor de los casos. Magallanes
Esto ocurre sea el Gobierno de izquierdas o de derechas y sea el personaje o el hecho en cuestión polémico, como Hernán Cortés, o totalmente blanco, como la primera circunnavegación a la Tierra o el aniversario de la muerte de algún escritor.
La última demostración de esta desidia ha tenido lugar con la conmemoración de los cinco siglos de la primera vuelta al mundo por parte de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522), llamada así no porque Juan Sebastián Elcano fuera el promotor de esta empresa junto a Fernando de Magallanes, sino porque fue el navegante vasco quien completó la odisea. Tras la muerte del comandante portugués en la isla de Mactán, a solo unos días de las Molucas (Indonesia), y poco después la de Duarte Barbosa, el vizcaíno Elcano se encargó de dirigir con mucho esfuerzo y aplomo a los supervivientes hasta España, aunque para la visión nacionalista portuguesa aquello solo fue un golpe de fortuna a cargo de un hombre traicionero.
España, ingrata con sus valientes
Y es que, mientras España se ha entretenido en preguntarse cómo iba a honrar la efeméride, si es que lo iba a hacer, la nación de Magallanes, menos acomplejado por su pasado, tomó la decisión, con alevosía y premeditación, de pedir a la Unesco que reconociese «la Ruta Magallanes» como Patrimonio de la Humanidad. Por supuesto, no hubo rastro alguno del marino vasco en la propuesta presentada por el Gobierno del país vecino, a excepción de una escueta mención en el documento a que comandó el viaje de regreso, «porque el navegante luso había fallecido en Filipinas un año antes». Poco más, y poco menos.
La desafortunada decisión del Gobierno luso ha sido más tarde rectificada y sustituida por una iniciativa conjunta entre Portugal y España, que, según el ministro de Exteriores, Josep Borrell, debe «disipar todas las dudas o especulaciones de descoordinación, porque vamos a ir de la mano a todas partes». Y, ciertamente, ese fue el espíritu de la expedición Magallanes-Elcano, que puso los cimientos para la globalización. Cuantos más países, incluido Filipinas, se sumen a la conmemoración ibérica más habrá en ella de lo que buscaba Carlos I en el Pacífico.
España debe aceptar, así, que el artífice del proyecto era portugués y que la gesta bebía en parte de los prodigios de la navegación de este país en el siglo XV, del mismo modo que Portugal debe asumir, sin lugar a dudas, que la empresa fue castellana, respondía a intereses españoles y que, de hecho, la corona lusa boicoteó e incluso intentó asesinar a Magallanes. Así lo aseguró el cronista Martín Fernández de Navarrete en Expediciones al Maluco, viage de Magallanes y Elcano: «En Zaragoza se dijo públicamente que se pensaba o intentaba matar a Magallanes o a Faleiro».
Carlos I de España apoyó sin reparos la idea de Fernando de Magallanes de viajar a las Indias orientales, después de que Manuel I de Portugal despachara de malos modos al navegante. Desde ese momento, los portugueses procuraron por todos los medios, mandando incluso una flota en su búsqueda, evitar que los barcos castellanos hallaran una nueva ruta hacia las islas de las especias, las Molucas, que consideraban dentro de los límites propios que marcaba el Tratado de Tordesillas (1494), calificado por el rey de Francia como «el testamento de Adán» que repartió el mundo entre las dos naciones ibéricas.
Así llegó, en 1522, la expedición Magallanes/Elcano tras ser los primeros en dar la vuelta al mundo. pic.twitter.com/ataVbFiBQf
— Fund. Museo Naval (@Museo_Naval) September 6, 2018
El nacionalismo portugués más casposo ha camuflado en su relato lo mucho que se esforzó su corona para evitar que se llevara a buen puerto la empresa, que con tanto afán quieren ahora encabezar. Como también han preservado a Magallanes como el bueno de la película, frente a los traicioneros e incrédulos españoles, representados por Elcano, como así refleja Antonio Pigafetta, el aventurero italiano que escribió la crónica del viaje más conocida. De sus textos emana la tendencia historiográfica y literaria de agrandar la figura del portugués a costa de achicar la del vasco. No en vano, la historia rigurosa siempre es mala aliada de los tentáculos nacionalistas.
Recientes trabajos, como el de la historiadora norteamericana Carla Rahn Phillips, han recordado que Magallanes actuó de forma tiránica durante la travesía, no permitió preguntas, guardó en secreto el rumbo y no consultó sus planes con los capitanes ni tampoco los representantes del rey. Además, condenó a muerte a 40 hombres y los sustituyó por portugueses y familiares, tras el motín en San Julián, sin que mediara un proceso con las suficientes garantías legales.
No escatimó para ello en brutalidad: Luis de Mendoza y Gaspar de Quesada, los oficiales máximos designados por Carlos I, fueron descabezados y descuartizados. Sus cuerpos fueron puestos en una horca para pudrirse y recordar constantemente que nadie podía desafiar a Magallanes. Que el portugués naturalizado castellano era allí la autoridad suprema.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.