Ricardo Morales | 01 de febrero de 2019
La ciudad de Panamá, a vista de turista religioso que va a tiro hecho, tiene mucho de campamento bereber. No es porque por esta tierra hirviente se vea el mismo tipo de lonas de arpillera colorida donde los nómadas del Sáhara suelen montar sus tenderetes de mercadeo. Y, por sentado, no ha de ser por la fauna o flora de la selva panameña. Dudo mucho que un centroamericano haya visto jamás un camello si no es por algún exotismo televisivo que se cuela entre noticieros y novelas.
Sin embargo, los panameños sí que comparten ese estado de itinerancia permanente, de creer que la fortuna reside en cualquier lugar menos en este.
Daba igual el taxi, establecimiento o peregrino local con el que me cruzase. Todos ellos, de una forma u otra, tenían planes fuera de Panamá para después de esta Jornada Mundial de la Juventud.
Mi primer paseo por la zona financiera fue el testigo de hormigón y cristal de las tan justificadas ganas de huir del istmo caribeño. Una suerte de Benidorm peripuesto para los amantes de la baja presión fiscal, de la vida al calor del tungsteno de lujo y el fast and furious entre baches y la policía de tránsito.
La JMJ, un acontecimiento vivo descrito por los jóvenes
Las calles del casco antiguo, revestidas de bosquejos coloniales y una peculiaridad -como la acogida de la primera diócesis en tierra en el continente americano- mudan su rareza al caer la noche sobre el malecón. Durante esta JMJ 2019, visitar el centro urbano pasadas las 20 horas parecía un viaje a una ciudad sitiada, como en Argo, donde las luces y el ruido -entre un fabuloso despliegue policial y militar en cada esquina- tratan de anestesiar lo que ocurre fuera del maquillaje turístico.
Concertinas y verjas en jardines familiares con pasto picoso para disuadir a maleantes y rateros locales; concesionarios para ostentosos -poco amigos de la doctrina fransciscana- insertos en los arrabales donde se fermenta la tajada, bajo el unánime lamento de que este tal Juan Carlos Varela –llaman «El tortugón» al presidente de Panamá por su inmovilismo en lo social- no ha hecho nada “por los de abajo”.
Este país, por cómo exhibe su historia ante los extranjeros, podría definirse como la ciudad donde el contraste de cartera significa tu predisposición a la petulancia o a la misericordia.
Vayan y testimonien lo que han visto y oído, no con muchas palabras, sino mediante gestos sencillos, cotidianos. No sé si estaré en la próxima JMJ, pero seguramente estará Pedro y los confirmará en la fe. #Panama2019
— Papa Francisco (@Pontifex_es) January 27, 2019
Y fue a este entorno el papa Francisco; y 300.000 inscritos; y 700.000 peregrinos y panameños dispuestos a dormir en el pedregal, a hacer sus necesidades en cuartuchos de plástico sin más movimiento que sus propios efluvios y a seguir torrando su tono mulato a la escucha de un mensaje de esperanza pronunciado por un punto blanco en el horizonte.
“Es fácil volarse sin raíces”.
“El mundo no es solo para los fuertes”.
“Solo lo que se ama puede ser salvado”.
Estas jornadas, inauguradas hace 35 años por san Juan Pablo II, no vienen a mostrar al mundo el poder de convocatoria del sucesor de san Pedro ni la megalomanía de la Iglesia Católica para con la cúspide jerárquica. Tampoco buscan ser una agencia de matrimonios encubierta, donde jóvenes católicos se encuentran para prolongar esta especie en vía de extinción.
Cada JMJ se presenta como un consuelo para una Iglesia cuyo mensaje ya solo resuena en el eco de los sagrarios fríos. Es en este contexto de contracción espiritual donde el papa Francisco nos demanda salvaguardar con creatividad el espíritu misionero que ha de empujar a la Iglesia -a una Iglesia diversa y en actitud de salida- hacia los confines del mundo con una alegría esperanzada. Y para ello, como dijo Francisco, hay que responder al ahora de Dios enamorándonos de nuestra misión, de nuestra vocación. “Porque si falta la pasión del amor por el hoy, faltará todo lo demás”.
Ahora solo el tiempo dirá los frutos del paso fugaz pero decidido de Francisco por esta Jornada Mundial de la Juventud en Panamá. Esperemos que se hagan palpables en nuestra vida antes de que la vida procrastine nuestros sueños.