Max Römer | 05 de febrero de 2019
Venezuela ha ocupado las portadas de todos los medios de comunicación desde el pasado 10 de enero. Una sobreexposición necesaria ante la situación límite que devora al pueblo por culpa del régimen de Nicolás Maduro.
Pedro Sánchez lanzó un guante a Nicolás Maduro. Le dio ocho días para que lo recogiera. Le dio ocho días para que convocara elecciones libres y transparentes. Y ocho días pasaron. Ocho días con el aliento contenido por parte del grupo de países que apoyan a Juan Guaidó como presidente interino. Ocho días de gritos del presidente Maduro contra Sánchez. Ocho días de angustias. Ocho días de Maduro tratando de vender, una vez más, una revolución que no ha dado resultados.
Finalmente, en una comparecencia pública, Pedro Sánchez dio el espaldarazo necesario. La respuesta esperada desde España. Una respuesta que tuvo efecto dominó: diecinueve países europeos se suman a la gesta de la Asamblea Nacional venezolana por un cambio de Gobierno en paz, con formas adecuadas a la comunidad internacional y, sobre todo, que ayude a paliar la crisis humanitaria venezolana.
El Gobierno de #España impulsará el Grupo de Contacto Internacional creado por la UE para acompañar a #Venezuela en la convocatoria de elecciones libres y democráticas.
Dedicaremos todo nuestro esfuerzo para alcanzar la paz, la libertad y la concordia del pueblo venezolano. pic.twitter.com/QzUj9uIl3Q— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) February 4, 2019
Imaginar la emoción de los venezolanos ante el anuncio de Sánchez no es un ejercicio fácil. Va más allá de las angustias que produce una final de fútbol. Es una emoción que encierra hambre acumulada, pérdida de peso, niños malnutridos, enfermedades que se han llevado a muchos familiares.
Tras ocho días, se han movilizado las alianzas internacionales. Van en camino ingentes cantidades de alimentos y medicinas que pretenden atravesar las fronteras venezolanas desde Colombia, Brasil y alguna isla en el mar Caribe. Una visión desde Europa que puede parecer hasta paradisíaca, siempre y cuando no se tenga esa hambre dentro de la piel desde hace tantos años. Años de oprobio, de expropiaciones, de desmantelamiento del aparato productivo y agrario. Los venezolanos, más que la comunidad internacional, están ilusionados con la salida de Maduro, con la próxima convocatoria electoral, con un Consejo Nacional saneado en el que se pueda confiar.
Entre tanto, y en horario estelar, el pasado domingo 3 de febrero Jordi Évole mostró a un Maduro ojeroso. Un hombre agotado por su insomnio, aunque lo negara en el programa. Un programa que, aunque se haya visto desde España como de altura en respuesta por parte del dictador, los venezolanos que lo pudieron sintonizar escucharon una sarta de mentiras, todas entretejidas en el discurso chavista.
Un discurso que ha dividido y pretende seguir haciéndolo. Palabras ofensivas, modos altisonantes, venganzas por doquier, agendas salidas del odio acumulado tras los veinte años de chavismo. Maduro tuvo el tupé de poner sobre la mesa, así como si fuera parte de la discusión de su salida del poder, una condición más del juego de suma y sigue, el tema catalán. Dijo: «Es como si yo obligara a la Unión Europea a reconocer la república de Cataluña».
Señor Maduro, no se trata de que usted ponga condiciones al agobio que generó a su pueblo. Se trata de que usted no representa a Venezuela. No se equivoque con las agendas. En la agenda de Cataluña no aparece usted, salvo como apoyo de quienes pretenden la independencia.
Los problemas catalanes son de España, y los problemas del hambre y necesidades de todo tipo de los venezolanos han pasado a manos de la comunidad internacional, porque usted no ha sabido gestionar a su país. Han pasado porque usted ha ofrecido diálogos sordos, mesa de negociación solo con mantel y comida en su plato. Ya se agotó la paciencia internacional. Ya usted se pasó de la raya hace rato. Mire. Escuche con cuidado. No tiene cara para negociar nada. Ha logrado varios récords en su gestión: detenciones arbitrarias, cercenamiento de libertades, hiperinflación. No son, por decirlo así, motivos de orgullo. ¿No lo cree?
Desde el momento en el que juramentó Juan Guaidó como presidente interino, los Estados Unidos y en especial su presidente, Donald Trump, su vicepresidente, Mike Pence, y su secretario de Estado, Mike Pompeo, dieron el respaldo inmediato a la acción constitucional del presidente de la Asamblea Nacional.
Los Estados Unidos se han abrogado el respaldo a Guaidó, y las preguntas surgen. La lista de preguntas circula por las redes sociales y, en especial, sobre los intereses en materia petrolera y geoestratégica. Surgen preguntas que no tienen respuesta inmediata. Las preguntas sobre el tratado INF se mezclan con la soberanía venezolana. Ingenuas tretas aparecen en el panorama misilístico mundial desde el territorio venezolano. La pregunta es, ¿hacia dónde?
Por lo pronto, y así parece que han hecho Guaidó y el equipo internacional que le rodea, las propuestas de Estados Unidos son relativas a la ayuda humanitaria, a la convocatoria de elecciones libres y transparentes, en fin, el apoyo necesario para poder sacar de los niveles negativos a Venezuela y ofrecer lo que merecen sus ciudadanos, al menos, en el corto plazo.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.