Jorge Aznal | 07 de febrero de 2019
Admiro desde hace tiempo a Andreu Buenafuente, aunque alguno de sus chistes me haya hecho alguna vez torcer el gesto y frenarme la risa. Más allá de la mera coincidencia de cumplir años el mismo día que él, de su profesionalidad y de su sencillez cada vez que lo he entrevistado, se lo perdono por la cantidad de ocasiones en las que me ha hecho reír cuando no tenía ganas. Por eso, porque me parece un genio del humor y porque, antes que eso, Buenafuente me parece “buenagente”.
Al final de la ceremonia de los Goya, que presentó junto a Silvia Abril -me gustaron los dos, ojalá que repitan como presentadores en las próximas galas-, Buenafuente pidió protección para el humor. Estoy de acuerdo con él, pero en un sentido diferente: el humor hay que protegerlo de lo que no es humor. Y no lo es -no puede serlo-, reírse de una desgracia ni de una tragedia, como han hecho en varias ocasiones en La resistencia, el programa de Movistar presentado por David Broncano.
Radiografía del humor español en el siglo XXI
Hay frescura y originalidad en La resistencia y en la caótica forma de conducir el programa de David Broncano. Reconozco que me he reído unas cuantas veces con él. Pero un día la risa, a diferencia de lo que me ha ocurrido alguna vez con Andreu Buenafuente, no se me frenó. Se cortó de golpe. Y, desde entonces, no veo a Broncano con la misma indulgencia. Es más: desde entonces y hasta su intervención con Berto Romero en la gala de los Goya, no había vuelto a ver a Broncano.
En el monólogo de un programa de La resistencia, al hilo de un suceso, Broncano realizó una comparación desafortunada. La noticia ya invitaba a poca broma: un hombre que entró en una casa con la intención de matar a otro a cuchilladas. El asaltante fue acusado de tentativa de homicidio y de allanamiento de morada y reconoció que él no entró en la casa para robar, sino para matar. Fue entonces cuando vino la comparación tan innecesaria como lamentable. Broncano comparó la acusación por allanamiento de morada con los atentados del 11-M. Más o menos, la frase fue “es como si a los asesinos de Atocha les culpasen de tener el abono C1, en vez del C2”.
Lo peor es que esa frase no se le ocurrió a Broncano en el momento. De hecho, es muy probable que ni siquiera se le ocurriera a él, sino a un guionista. Esa comparación estúpida formaba parte del monólogo inicial del programa y no era fruto de una ocurrencia sin gracia del momento, sino de un guion.
Esa broma de muy mal gusto no fue un hecho aislado. La etiqueta del mal gusto también sirve para calificar, por ejemplo, su recreación de la sección «¿culo o codo?» del programa El hormiguero, donde el invitado tenía que adivinar si la imagen que le mostraban era de una u otra parte del cuerpo. La versión de La resistencia tiró por lo macabro: «¿Muerto o dormido?» Tal cual. Jorge Ponce mostraba una imagen para que la invitada adivinara si la persona que aparecía en pantalla estaba dormida o estaba muerta.
Otra versión irreverente del «¿culo o codo?» de El hormiguero ideada por el equipo de La resistencia me parece aún más deleznable: la de «¿mago o pederasta?». Jorge Ponce enseñaba la imagen de una persona y la actriz Adriana Torrebejano tenía que decir justo eso: si se trataba de un mago o de un pederasta.
Lo bueno que pueda tener La resistencia se pierde con cosas así. Es muy triste que una parte del humor de ahora consista en decir una burrada mayor que la anterior o que la de otro. Ya es transgresor preguntar a los invitados del programa cuánto dinero tienen, no hace falta hacer daño a nadie para hacer reír a los demás. Esa es otra. Asusta pensar cuántos (y cuánto) se ríen con bromas de este tipo.
Pedimos protección para el humor, ¿pero quién protege a las víctimas y familiares del 11-M de ese supuesto humor que no lo es? ¿Y a los niños que han sufrido el abuso de esos pederastas? Admirado Andreu, siento haber tocado el humor como pediste que no hiciéramos, pero permíteme que lance otra reflexión: ¿por qué no protegemos al humor del mal gusto?