Javier Redondo | 09 de febrero de 2019
Hace unos días, el militante Antonio Maestre volvió a convertir un embuste -que ahora se llama fake– en viral. Lo lanzó en una tertulia de televisión y lo replicó Pablo Echenique en Twitter. Maestre dijo sin pudor que Uber y Cabify subieron sus tarifas cuando ni siquiera existían, o sea, durante el traslado de heridos tras los atentados de Nueva York y Londres. Tampoco pudo hacerlo Cabify en Sidney porque no opera allí. Pero el militante Maestre, a la sazón tertuliano televisivo, no vive de analizar hechos, sino de viralizar consignas. Da igual que en su tarjeta de visita ponga que es periodista. No practica el oficio, aunque tiene dos cualidades que lo convierten en reclamo televisivo: es cuota de trinchera y se muestra dispuesto a polemizar gratuitamente y mostrar fatuo su desprecio por el público y los hechos.
¿Qué hicieron Uber y Cabify tras los atentados de Sidney, Londres o Nueva York? ? Aumentar las tarifas para ganar más dinero con el caos. ??
— ᴘᴀʙʟᴏ ᴇᴄʜᴇɴɪQᴜᴇ ?? (@pnique) January 28, 2019
¿Qué hicieron los taxistas tras los atentados de Madrid? ? Llevar gratis a la gente. ??
Lo explica @AntonioMaestre ?? pic.twitter.com/2Ne67zPTrb
Hace décadas, no precisamos ni atinamos cuando pensamos que la televisión deterioraba el espacio público por promover contenidos zafios. En puridad, lo ha averiado mucho más desde que introdujo la zafiedad camuflada en programas que se venden como de análisis político. Primero fue la superficialidad, luego la emotividad, luego el espectáculo… y por fin sucumbieron todos: periodistas de prestigio, expertos, pseudoexpertos y políticos se hicieron tertulianos ocasionales o a tiempo completo.
Todos polemizan contra todos y el gañán, el arribista, el trepa televisivo se iguala y confunde con el artesano, escrupuloso o competente. Es una batalla desigual, porque el tertuliano profesional se adapta al medio con mucha mayor facilidad. La audiencia ruge. Desde que el público aplaude a rabiar y convierte el plató en un circo romano que blinda y condena gladiadores, el populismo se ha instalado en las tertulias televisivas. El tertuliano exitoso descuida la verdad y la reflexión por un puñado de likes. El liderazgo de opinión no es reputacional, tiene ya más que ver con la habilidad para la agitación y con sumar seguidores.
Suele decir Juan Pablo Colmenarejo que la radio es conversación. Por eso, el análisis político en radio se parece a lo que verdaderamente es y conserva su esencia, mientras que las tertulias políticas en las teles espectáculo huyen de la conversación y se instalan en el griterío.
Los medios ante el caso Gabriel . ¡A por la audiencia! ¡Espectáculo! ¡Viva la hipocresía!
El medio ha engendrado una especie autóctona que contamina el formato: el tertuliano televisivo, un histrión imbatible en la lógica de las audiencias, que se reduce a la lógica de la multitud y contraviene la lógica de la razón. No siempre fue así. Sin necesidad de remontarnos a la La Clave o a los «programas de Hermida», en la era de la tele espectáculo La Mirada Crítica, en Telecinco, incluyó primero una mesa de debate que después se convirtió en el corazón del informativo. Vicente Vallés y Montserrat Domínguez condujeron durante años una conversación en televisión al estilo de las que mantienen en las públicas La1 o el Canal 24horas.
En los años 90, el sociólogo francés Pierre Bourdieu pretendió desafiar la ley natural de la televisión y realizó un experimento: dictó dos conferencias sobre las “patologías” y desviaciones que la televisión provoca sobre los hechos. Venía a decir, desde su posición estructuralista, lo que ya había explicado dos décadas antes Umberto Eco: la cultura de masas transforma el arte, la realidad y la información. Saltó a la arena televisiva sin adornos: ni colores, ni imágenes, ni brevedad ni conexiones con el exterior.
Las dos conferencias («Sobre la televisión» y «El campo periodístico y la televisión»), emitidas por Paris Premier, carecieron, evidentemente, del respaldo de la audiencia. La anécdota no vendría al caso si no fuera porque, frente a las tertulias espectáculo, Pablo Iglesias quiso dotar a las suyas en La Tuerka de un prurito de sobriedad y reposo que elevara la credibilidad de los contenidos. No era casual que su tono y el de sus invitados se adaptasen camaleónicamente en función del público; el de La Tuerka: escogido, selecto, militante, convencido, que quiere más razones; frente al disperso, heterogéneo, no atento y que prescinde de las razones porque busca mero entretenimiento.
El infotainment, el uso del recurso del humor, la diversión y el espectáculo para hacer digerible la información, desvirtúa el periodismo y debilita el espacio público. Cuando sagaces comentaristas -la mayoría de ellos humoristas o dibujantes- se reunieron, primero, en un estudio de radio y, luego, en un plató de televisión para darle un «repaso» al país, no confundían a nadie: hacían humor, no impartían doctrina.
Hoy, el tertuliano televisivo asume lo que le cuenta el personaje de Newsroom a su presentadora para convencerla de que aligere los contenidos informativos: “El país está polarizado (…) La gente escoge la verdad que quiere creer”, su propia ficción. El tipo de tertuliano que engendra este formato lo sabe y retroalimenta esa polarización. Lo que ignora es que la audiencia es caprichosa y las modas, pasajeras.