María Rodríguez Velasco | 17 de febrero de 2019
La preservación del patrimonio histórico beneficia a España en diferentes campos. Además de fomentar sectores como el turismo cultural, ayuda a reflexionar sobre nuestro pasado para entender mejor el presente.
Recorrer las tierras de España implica, en muchas ocasiones, encontrarnos con lugares que en los siglos pasados contribuyeron a forjar nuestra historia y hoy permanecen olvidados. La despoblación de muchos ámbitos rurales conlleva el abandono y progresivo deterioro de construcciones admiradas en el pasado, cuando fueron elevadas a la categoría de obras de arte. Tampoco las ciudades escapan de este olvido del patrimonio histórico, como se observa en la Casa de la Moneda de Sevilla, o en el convento de San Francisco, en Burgos, por citar únicamente dos ejemplos de los muchos que desgraciadamente podrían mencionarse.
Al plantear estos casos, se apunta a la culpabilidad de gestores e instituciones por una administración deficiente. Pero siendo necesaria la participación de estos organismos en última instancia, a mi juicio, la cuestión es previa y afecta a todos. La falta de interés por preservar el patrimonio histórico no es más que una consecuencia de cómo se está relegando la reflexión sobre el hombre y la historia, en favor de otras disciplinas cuya finalidad es el resultado útil o el beneficio material.
En este sentido, al considerar el patrimonio histórico no abordamos únicamente un conjunto de ruinas carentes de significado, sino que las piedras nos hablan de nuestra historia, nos permiten reconstruir los tiempos pasados y descubrir las inquietudes del hombre a lo largo de los siglos. Es preciso recordar que el patrimonio material se completa con un patrimonio inmaterial que nos ayuda a evocar modos de vida de nuestros antepasados. Y es necesario conocer el pasado para comprender plenamente el presente.
El problema es que muchas veces no nos concebimos pertenecientes a nuestra historia, no percibimos la historia como algo que nos constituye. Además, sin conocer y sin apreciar el patrimonio histórico, es difícil que tengamos interés por preservarlo. ¿Por qué querer conservar lo que no conocemos?
Se podría decir que hoy en día hemos perdido la capacidad de admiración ante lo que contemplamos y la curiosidad por lo que fue en su día. Ante cualquier obra o vestigio de la Antigüedad, debieran despertarse un sinfín de preguntas respecto a su función original, sus promotores, su estructura, su disposición, sus líneas, colores… cuyas respuestas nos ayudarían a rescatar un determinado contexto y a hacer memoria de acontecimientos pasados.
Por eso, es fundamental la labor de asociaciones como Hispania Nostra, que plantea la valoración y preservación del patrimonio histórico partiendo de iniciativas de educación patrimonial dirigidas a todas las edades. Atentos a la realidad actual, también se han implicado en la propuesta de la WeekCR, que invitaba a difundir vía Twitter lugares necesitados de una rápida intervención para su conservación. Este llamamiento se ha hecho coincidir con el día del restaurador, celebrado el 27 de enero, fecha del aniversario del nacimiento de Eugène Viollet le Duc (1814-1879), uno de los más notables restauradores del siglo XIX en Francia, conocido sobre todo por su intervención en la catedral de Notre Dame de París.
Acciones como estas son muy pertinentes para concienciarnos de la necesidad de respetar nuestro patrimonio histórico, ya que está comprobado que ciertas construcciones del pasado se han convertido en cantera para las poblaciones vecinas, a la vez que se han llevado a cabo intervenciones sobre pinturas y esculturas sin la preparación adecuada, como se denunció en el Ecce Homo del Santuario de la Misericordia de Borja (Zaragoza).
#weekCR Una destacada intervención finalizada en 2018 ha sido la restauración del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela. Proyecto promovido por Fundación Barrié y Fundación Catedral en colaboración con IPCE y Conxelleria de Cultura de Xunta de Galicia. pic.twitter.com/yViigyhxLU
— IPCE (@ipcepatrimonio) January 25, 2019
Los procesos de restauración actuales son, por el contrario, fuente de conocimiento para los historiadores en la medida en que, partiendo de una minuciosa investigación sobre las obras en cuestión, sus métodos permiten un conocimiento técnico de materiales, análisis dendrocronológicos, pigmentos, posibles correcciones durante la ejecución…. El rigor científico de los restauradores ha llevado en algunos casos a la revisión de autorías y cronologías.
La custodia de nuestro rico patrimonio histórico también debe evitar el expolio o la venta de manifestaciones artísticas al mejor postor, como ocurrió con el maravilloso conjunto de frescos románicos de San Baudelio de Berlanga (Casillas de Berlanga, Soria), que fue adquirido en 1922 por el coleccionista Gabriel Dereppe y que hoy podemos contemplar en el Museo de Bellas Artes de Boston, en The Cloisters de Nueva York o en Indianápolis, en cualquier caso, disperso y lejos del monasteriolo para el que fueron creadas estas pinturas como un programa unitario.
Por todo lo dicho, tenemos que poner en valor nuestro patrimonio histórico para un mejor y mayor conocimiento de nuestra historia.