Miguel Serrano | 20 de febrero de 2019
Balthus
Museo Thyssen-BornemiszaPaseo del Prado, 8. MadridHasta el 26 de mayo de 2019Entrada general: 13 € Entrada reducida: 9 €Martes a domingo, de 10 a 19 h. Sábado, de 10 a 21 h.Sitio webLlega al Museo Thyssen-Bornemisza una de las exposiciones del año, Balthus, que nos ofrece un monográfico interesantísimo y muy completo sobre uno de los grandes maestros de la pintura del siglo XX. La muestra, que se podrá visitar hasta el 26 de mayo, reúne 47 obras, casi todas de gran formato, que cubren todas las etapas de la carrera de Balthasar Klossowski de Rola (1908-2001), más conocido como Balthus. Es uno de los pintores más personales de su tiempo que, en un momento en que los artistas se embarcaban sin rumbo en la aventura de las vanguardias, tomó un camino único y diferente a todos los demás, uno que no puede dejar a nadie indiferente.
Porque Balthus es un pintor que polariza a quien contempla sus obras. O se le admira o se le odia, pero detenerse seriamente ante un cuadro de Balthus es una experiencia de la que el espectador sale cambiado. Si bien en los aspectos formales, aparentemente, no hay nada especialmente novedoso ni llamativo, un simple visionado rápido genera una impresión de inquietud, de nerviosismo tenebroso. Hay algo casi místico en la obra pictórica de Balthus, una sensación de estar entrando en otro mundo, en otra realidad.
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— Museo Thyssen (@museothyssen) February 19, 2019
Esa trascendencia podría vincularlo en cierto modo al surrealismo, pero Balthus va mucho más allá. No se limita a recorrer o buscar la realidad del subconsciente, sino que explora otra dimensión, al mismo tiempo que invita al espectador a penetrar en ella. Son imágenes llenas de tensiones y contradicciones: tranquilas a la par que inquietantes, misteriosas pero realistas, eróticas e inocentes. Los sueños se funden con la vida cotidiana, creando una realidad enigmática y perturbadora, enormemente ambigua.
Hasta aquí, la descripción de la obra de Balthus podría estar haciendo referencia a René Magritte, Salvador Dalí o a cualquier otro pintor surrealista. La principal diferencia radica en su relación con la tradición. Los vanguardistas mostraban un rechazo radical a la tradición, una oposición frontal a todo lo anterior. De ahí ese interés por la innovación formal pura, por crear algo absolutamente nuevo, que no se pareciera en nada a cualquier obra de arte ya producida.
Por el contrario, Balthus nunca cayó en esa pretensión de genialidad original. Siempre aceptó con orgullo las técnicas y formas de la tradición artística. Tomó lo que tenía a mano y, con ello, creó algo nuevo. Porque, si bien a primera vista los cuadros de Balthus son convencionales, en ellos subyace una realidad psicológica compleja y tortuosa que los diferencia de todo lo demás.
Es de agradecer que la pinacoteca madrileña acoja una exposición de este gran artista sin ningún tipo de censura. Fue muy sonado el escándalo causado por la petición pública de la retirada de un cuadro de Balthus del Metropolitan de Nueva York en 2017. El cuadro en cuestión es Thérèse soñando, en el que el pintor francés retrató a una niña dormida a la que se le veía la ropa interior. Finalmente, venció la lógica y la sensatez y no se retiró la obra. Pero el simple nombre de Balthus da escalofríos a un sector del público, lo que ha generado problemas a la hora de organizar exposiciones sobre él.
Por eso, es necesario, como decía, agradecer al Thyssen la valentía de ofrecer al público una retrospectiva tan completa en esta época de puritanismo hipócrita y estúpido. Precisamente los que se llenan la boca de la palabra “libertad” son los que se escandalizan ante estos cuadros y pretenden purgar toda la historia del arte y la literatura, haciendo una criba de todo aquello que pueda incomodar a sus conciencias adormiladas. Y precisamente eso, si no andamos con cuidado, puede llevarnos en muy poco tiempo a una idiotez social absoluta.
Necesitamos el arte incómodo, aunque sea para recurrir a él como advertencia o espejo negativo. Pero también es necesario advertir de que no todo vale, hay ciertos límites que no deben rebasarse, líneas que no se pueden cruzar. Aunque el peligro está también en quien pone esos límites. El debate es espinoso y muy difícil, y entrar en él supone adentrarse en terrenos muy pantanosos, porque hace referencia a cuestiones peligrosas y potencialmente dolorosas. Es necesaria una educación seria y fundamentada en valores sólidos para que el debate llegue a su fin.
Balthus era polémico, pero porque él quería serlo. Su intención era llamar la atención, crear escándalo entre el público y la crítica. En última instancia, lo que pretendía Balthus era distanciarse de la modernidad, y ese desapego es lo que lo convierte en el primer artista posmoderno. La distancia no solo la establecía con esa cercanía a la tradición y las formas clásicas, sino también en el rechazo a la aceleración y la velocidad. Su arte es, en sus propias palabras, el “arte de la lentitud». El tiempo se detiene en esos personajes adormecidos, en esos espacios cerrados. Sus cuadros son una reivindicación de la pausa y la paciencia, tan necesarias en estos tiempos desbocados y caóticos.
En definitiva, visiten Balthus. No les dejará indiferentes. Y, como siempre digo, aprovechen para visitar el Thyssen, ese tesoro precioso a la sombra de su poderoso vecino el Museo del Prado. Nunca defrauda.