Javier Pérez Castells | 25 de febrero de 2019
Mucha gente se pregunta si el ser humano tiende a la monogamia por naturaleza o si esta es un constructo social (en claro retroceso). Aunque la cuestión tiene muchos perfiles, vamos a enfocarnos en datos neurológicos y estudios con animales que pueden arrojar algo de luz a la cuestión. En efecto, una forma de estudiar la monogamia es utilizar modelos animales.
Se ha sugerido que el enamoramiento, del que hablamos en un artículo anterior, es equivalente al cortejo que realizan los animales, puesto que comparte con este algunos elementos tales como el incremento de la producción de energía, la focalización de la atención, el seguimiento obsesivo, los gestos de apego y la guarda posesiva de la pareja. El cortejo es parte del inicio del apego, que es el medio para mantener a los progenitores juntos durante el proceso de cría de la descendencia y se da en las especies en las que se precisa la cooperación de los dos para sacar adelante a las crías.
Enamoramiento, un desmadre químico estudiado por la neurociencia
Es frecuente que este apego solo dure el tiempo de la estación de cría, pero hay especies animales en las que se producen apegos que duran toda la vida. Una especie monógama es la que tiene una organización social en la que un macho y una hembra se aparean exclusivamente entre ellos, aunque puedan ocurrir algunas cópulas fuera de la pareja. El término se refiere, pues, a la preferencia selectiva pero no exclusiva para la filiación y la copulación, así como para compartir el nido.
En el proceso de formación de la pareja, los compuestos químicos más involucrados son la oxitocina y la vasopresina. Para estudiar el papel de estos dos neuropéptidos y sus receptores, se ha utilizado casi siempre como modelo animal a los topillos de las praderas americanas, una especie de roedor conocido por su monogamia vitalicia y muy relacionado con los topos de las montañas, que son promiscuos. Se ha relacionado su diferente comportamiento con la distinta densidad de receptores de oxitocina en el cerebro, especialmente en el corte pre-límbico, en el núcleo accumbens y en el complejo amigdálico, involucrado este último en la formación de la memoria emotiva.
Los topillos monógamos también tienen mayores niveles de receptores de vasopresina en el lateral de la amígdala y el pallidum ventral, con papeles en la motivación y en el sistema de recompensa. La administración de antagonistas (bloqueadores) de los receptores de oxitocina y vasopresina impide la formación de parejas. Los topillos de las praderas se vuelven promiscuos. No se puede fomentar la monogamia en los topillos de montaña, aunque se les administre oxitocina y vasopresina, porque no tienen receptores y no tiene efecto. Pero si se sobre-expresa el receptor de vasopresina en los topillos de montaña, estos se convierten en monógamos.
Dado que el apareamiento está relacionado con el sistema de recompensa del cerebro, se ha hipotetizado que el emparejamiento a largo plazo puede resultar de aprendizajes condicionados por la recompensa, en los que se asocian las experiencias del acto sexual con la signatura olfativa del compañero. Así pues, en estudios realizados con ratones a los que se permite recorrer un circuito se ve que prefieren estar más tiempo en las cámaras donde han copulado.
Es discutible si la especie humana tiene tendencia biológica hacia la monogamia vitalicia o temporal (sucesión de monogamias). Se especula con que el Homo sapiens podría estar programado para que su relación con la pareja dure el tiempo que vendría a ser necesario para sacar adelante a la primera cría (unos cuatro años) o a las dos primeras (unos siete años). Algunas estadísticas muestran que se producen numerosas rupturas al cabo de cuatro o siete años de relación, cuestión que también tiene que ver con el cambio de etapa en el amor romántico, como ya comentamos en el artículo precedente.
Quizá sea cierto que, como animales, tengamos programados unos comportamientos en lo referente al amor y al compromiso con la pareja y la descendencia. Podríamos especular con una idea que se me antoja hermosa. En la medida en que seamos capaces de superar nuestro programa para conseguir que el apego dure toda la vida, tanto con la pareja como con los hijos, estaríamos siendo más humanos (por oposición a más animales). Lograríamos, así, superar nuestro condicionamiento natural a través de una decisión auténticamente libre. Porque el ser humano siempre rompe los esquemas, «quien lo probó lo sabe».