Antonio Miguel Jiménez | 04 de marzo de 2019
Soldados, frailes, colonos y nativos americanos; caballos, mulas y vacas. En definitiva, sin la necesidad de añadir nada más, cualquiera diría que nos encontramos en el escenario de legendarias películas de género western como Fort Apache, Río Grande o Chisum –en efecto, las tres protagonizadas por el inigualable John Wayne–. Pero lo cierto es que los hechos reales que se cuentan en el libro Pioneros franciscanos. Tres aventureros en el Oeste son, nada más y nada menos, que 100 años anteriores a todas las peripecias contadas en esos clásicos títulos de western.
De hecho, cuando Juan Bautista de Anza y los franciscanos protagonistas de este libro, Pedro Font, Francisco Garcés y Juan Crespí, fundaban las misiones y presidios de las que nacerían, andando el tiempo, las principales ciudades de la California actual, como Los Ángeles, San Francisco y Sacramento –nombres significativos como poco– ni siquiera existían los Estados Unidos de América, manteniéndose como Trece Colonias dependientes del rey Jorge de Inglaterra. Es decir, que cuando Estados Unidos aún no había nacido, lo que acaecería en 1776, los españoles ya colonizaban todo el Oeste americano, y en el libro que nos ocupa concretamente desde 1768, con la autorización del rey Carlos III de España de realizar “una expedición real para fundar misiones y presidios”, como apunta Robert A. Kittle, autor de la obra.
Pero, ¿qué encontramos en este libro? Para empezar, lo más trivial, aunque no por ello menos importante: un sinfín de aventuras. A través de los diarios y cartas, tanto de los franciscanos como de los militares españoles, Kittle ha reconstruido de manera realista y atractiva la colonización española del Oeste americano. Cómo se preparaban las expediciones, ya fuera por mar o por tierra, el desarrollo de las mismas, haciendo hincapié en las terrestres, en las que los encuentros con los nativos americanos, las inclemencias del tiempo y la geografía y la escasez de víveres y agua convertían estas peregrinaciones en auténticas odiseas, y cómo vivían los protagonistas la llegada a su destino, fundando el presidio o la misión y entonando el Te Deum.
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En segundo lugar, hay que decir que Kittle ofrece una visión que denota intento de objetividad y cercanía a la realidad de los hechos: ni santifica ni demoniza. Y debido a esto último, el lector puede contemplar una historia plagada de matices y claroscuros. Ya lo señala al final de su introducción el autor, quien rechaza tanto la ingenuidad eurocéntrica por la que se cree en la necesidad de los nativos americanos “de recibir la religión y la cultura españolas”, como la posición revisionista extrema que “tiende a denigrar a los misioneros como autores de un genocidio”. Sin duda, para entender a los franciscanos “no basta con analizarlos bajo la lupa de los criterios contemporáneos, sino que se debe recurrir al complejo contexto histórico en el que vivieron”.
Llama mucho la atención, por poner un ejemplo, la relación entre frailes y soldados, entre soldados y nativos, y entre estos y frailes. Y, a su vez, las relaciones internas de estos grupos: las desavenencias entre capitanes y comandantes, como fue el caso de Juan Bautista de Anza y Fernando Rivera, o entre líderes nativos de facciones opuestas, como el caso del jefe los yumas (o quechan), a quien los españoles llamaban Salvador Palma, y el rebelde Pablo, e incluso, aunque en menor medida, entre franciscanos.
Pero en estos últimos cabe hacer salvedades de peso. En primer lugar, siempre arreglaban sus problemas por el bien ajeno, ya fuera de la expedición, de la misión o de la misma orden. En segundo lugar, lo que remarca el propio Kittle es que se distinguían por su humildad y sus pocas pretensiones. Y, en tercer lugar, por su celo evangélico: llama la atención, leyendo tanto los escritos de los mismos frailes como los de los militares, cómo el único objetivo para los franciscanos que acompañaban a las peligrosas expediciones colonizadoras por territorio nativo –pasando por zonas verdaderamente peligrosas, como las de los apaches o los kumeyaay– era convertir y salvar las almas de los indios.
Pioneros franciscanos hará las delicias de quien desee adentrarse en la historia de los colonizadores españoles en el Oeste norteamericano y sus encuentros con los nativos, teniendo como perspectiva la de unos frailes cuyo objetivo no era otro que el ganar almas para el Cielo. Y aunque hoy día esa afirmación parezca estúpida, o ilusa como poco, hay que tener en cuenta que entre los siglos XVI y XVIII miles de españoles dejaron sus hogares y marcharon hacia todo tipo de tierras lejanas e ignotas para los europeos, convirtiéndose la mayoría de las veces en pioneros.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.