Ignacio Álvarez O´Dogherty | 12 de enero de 2017
Desde que aquel primer filme de Underworld (2003), que en gran medida debió su éxito a la inteligente similitud que había logrado sacar de una obra maestra como Matrix (1999), la historia de la soldado-vampiro Selene (Kate Beckinsale) ha ido funcionando considerablemente bien en el cine de entretenimiento.
En esta ocasión la aventura prosigue con Selene en medio de otra nueva encrucijada entre vampiros y licántropos. Renegada por los primeros, perseguida por los segundos, es convencida por su amigo David (Theo James) para que deje de seguir huyendo y regrese con los de su especie para evitar una nueva masacre que amenaza con extinguirlos.
Como es bien sabido, cuando la industria se encuentra con una fórmula que funciona, suele intentar darla de sí todo lo que puede. Esta saga es una muestra de ello. Ahora bien, el chicle estirado no se ha roto aún y la película se deja ver. Los creadores de este mundo han cuidado ciertos leitmotiv que ayudan a hacer reconocible la historia y a seguir generando la expectativa adecuada para los simpatizantes de esta franquicia.
Por hablar de algo, algunos críticos tratan de señalar las diferencias cualitativas de este último episodio con respecto al resto por el hecho de que quien lo dirige ahora es una mujer, Anna Foerster. Yo no digo nada. Que debatan los fans, si quieren.