David Reyero | 30 de enero de 2017
Comenzar una caza de brujas entre los filósofos clásicos basándose en los postulados contemporáneos parece descabellado y lejano del interés que debería guiar la Universidad: la búsqueda de la verdad a través de la Historia.
Recientemente ha tenido cierto eco una curiosa noticia: un grupo de alumnos de la Universidad de Londres pertenecientes al sindicato de estudiantes de la Facultad de estudios Africanos y de Oriente Próximo (SOAS Union) ha solicitado revisión crítica de lo que la gente ilustrada considera filósofos clásicos: Platón, Descartes, etc. Su petición se engloba dentro de la finalidad de construir una “universidad descolonizada” y para ellos asunto de vital importancia.
Según puede recogerse en la página web del sindicato, su intención es denunciar el “mito” de la universalidad del conocimiento mediante el que Occidente trata de imponer una peculiar concepción del ser humano. Su objetivo es situar en el mismo plano otros “sistemas metafísicos y trascendentales de conocimiento” propios de lo que llaman “sur global”.
Lo peculiar no es que los estudiantes emitan opiniones más o menos sensatas. Lo significativo es que suelen ganar estas partidas por mucho que al principio parezcan deslavazadas y poco fundadas
¿Extraño? Pues no tanto. El caso ejemplifica dos aspectos claves de nuestra actual relación con el saber. Por un lado la propia tiranía historicista y relativista que impide analizar a los autores más allá del contexto en el que vivieron. Un contexto que explicaría completamente su pensamiento; y un pensamiento que no refleja una realidad sino que resulta ser un amasijo de intereses y juegos lingüísticos que tiene como fin último el mantenimiento de unas relaciones que siempre son de dominación. Lo que el otro dice siempre es sospechoso. No se trata de descubrir si tenían razón o si su pensamiento era verdadero, quizás porque el concepto de verdad ya no opera en el mundo de las Humanidades y las Ciencias Sociales, sino de desentrañar su procedencia y, por lo tanto, sus intereses, que siempre serán espurios.
Es esta una actitud ciertamente distinta a la que mantuvieron, por ejemplo, los primeros cristianos en su diálogo con las filosofías griega y latina. El cristianismo no tuvo ningún reparo en admitir aquellas ideas que eran verdaderas y reflejaban mejor la naturaleza del mundo y del propio ser humano. Tomás de Aquino, uno de los pensadores más grandes de la cristiandad, no tenía mayores problemas en referirse a Aristóteles como “el filósofo” y reconocer sus enormes contribuciones al saber por más que, evidentemente, no era cristiano y su tradición griega del siglo IV a.C tenía notables diferencias con el cristianismo del siglo XIII. La clave está en poner en primer lugar la búsqueda de la verdad y no la desconfianza y el victimismo.
Tomás de Aquino, uno de los pensadores más grandes de la cristiandad, no tenía mayores problemas en referirse a Aristóteles como “el filósofo” y reconocer sus enormes contribuciones al saber
El segundo de los asuntos en juego que desvela este caso es el papel de los estudiantes en las decisiones de lo que se estudia. ¿Quién está legitimado a fijar los contenidos y quién no? Hubo un tiempo en el que los profesores no eran simples “facilitadores del aprendizaje” sino personas con la autoridad de un conocimiento superior al de aquellos que acudían a sus clases. Eran ellos los legitimados para decidir el contenido, la profundidad con la convenía acercarse a él en función de los conocimientos previos, los sistemas de evaluación y el ritmo de la enseñanza.
Toda esa legitimidad está ahora en cuestión pues como dice Baroness Wolf del Kings College refiriéndose a este caso: las universidades han puesto la clave de su función en la satisfacción de los estudiantes y tienden a no contrariarles. Volvemos pues por otro camino al asunto del conocimiento y la confianza. Lo peculiar no es que los estudiantes emitan opiniones más o menos sensatas o más o menos fundadas. Lo significativo es que suelen ganar estas partidas por mucho que al principio parezcan deslavazadas y poco fundadas. Bienvenidos al mundo de la postmodernidad.