Pablo Gutiérrez Carreras | 20 de septiembre de 2016
‘Eight days a week’ (título de una canción del cuarto LP de los Fab Four) se centra en los primeros años de Los Beatles, relatados en un orden cronológico, lineal, desde 1962 a 1967. Esto años se caracterizaron por un vertiginoso ritmo de giras, grabaciones, ruedas de prensa, actuaciones en TV, hoteles, autobuses, aviones, policía, coches protegidos, etc… (durante ocho días a la semana, por lo menos).
En 1966, extenuados, Los Beatles abandonaron las giras y los escenarios y se refugiaron en el estudio de grabación de Abbey Road, donde fueron los demiurgos que eligió la Providencia para regalar a la humanidad algunas de las melodías y de los sonidos más asombrosos de todo el siglo XX.
La inmensa mayoría de lo que vamos a ver y oír en Eight days a week lo conocemos ya; no hay revelaciones asombrosas, ni datos nuevos; todo lo importante es archivo y lo prescindible son algunas entrevistas a artistas actuales que hablan del impacto de estos cuatro liverpulianos. Pero tras el documental, en el cine y solo en el cine durante esta semana del 16 al 23 de septiembre se proyecta el concierto del 15 de agosto de 1965 en el Shea Stadium de New York ante 56.000 personas. Este concierto ha sido restaurado con tecnología 4K y con una nueva remasterización del sonido, pero no estará disponible en el DVD. Posiblemente será una maniobra para sacar dentro de 30 meses el concierto en algún nuevo formato y seguir dándole a la máquina de hacer billetes.
Estos 30 minutos de concierto valen por sí solos. Los Beatles fueron los pioneros de los conciertos en los estadios, pero fueron pioneros o abanderados también de prácticamente cualquier novedad musical, visual, estilística, incluso mística de aquellos trascendentales años 60.
Sigue siendo un interrogante el por qué se generó la beatlemanía. Los gritos y desmayos de aquellas chicas siguen siendo estremecedores. ¿Qué fibra sensible de la humanidad tocaron esos cuatro chavales que con su presencia y su música galvanizaban a auditorios enteros desde Canadá a Australia pasando por Filipinas, España, Suecia o Japón?
De igual modo que hoy nos siguen acompañado Grimm, Mozart o Freud, por poner, vivimos también, sin saberlo, de los Beatles. Porque lo maravilloso es que, lejos de perder calidad en las composiciones a medida que la presión sobre ellos aumentaba, iban mejorando mes a mes, innovando, experimentando, abriendo caminos. Así han llenado la tierra de esos clásicos que sonarán desde entonces por todas las radios del mundo, cantadas por miles y miles de artistas de todo nivel, desde las divas del soul hasta los chavales del instituto.
Porque la suya es la historia del genio humano, del espíritu tocado por lo divino, que saca de sí mismo algo tan maravilloso que no puede ser solo suyo. Estas figuras geniales, como Einstein, Messi o Santa Teresa de Calcuta son tan absolutamente singulares, tan únicos, que son para todos. Así han sido los Beatles.
Porque lo maravilloso es que, lejos de perder calidad en las composiciones a medida que la presión sobre ellos aumentaba, iban mejorando mes a mes, innovando, experimentando, abriendo caminos
Este documental es como los hijos pequeños cuando piden oír una y otra vez el mismo cuento. Pues hay ciertos cuentos que es obligatorio estar contándolos siempre. Como es preceptivo que los padres perpetremos los mismos conatos de chiste cuando se repiten algunas circunstancias domésticas. No hacerlo puede significar el derrumbe de la armonía familiar.
Los Beatles pueden ser como Grimm, como los manes o los lares, las pequeñas divinidades de la casa. Por eso hay que contar su historia, una y otra vez, a cada nuevo nacimiento, a cada nueva generación. Me temo que así aceptamos que también los Beatles son una vaca que sigue ordeñándose económicamente cada poco tiempo a beneficio de un cada vez más complicado complejo de viudas, supervivientes, empresas y supongo que caraduras varios, pues de todo hay. Bien, esto es irrelevante. Al fin y al cabo, alguien tiene que dar un sentido económico a la obra de un artista y aunque suela ser el malo de la película, sin malos no hay película.
Yo lo tengo claro, “cántala otra vez, John”, aunque sea ocho días a la semana.