José Luis Velayos | 10 de abril de 2019
La muerte provocada de María José Carrrasco evidencia que la eutanasia no se debe legitimar.
Con ocasión de la muerte provocada de María José Carrasco, parece oportuno hacer algunas reflexiones relativas a la eutanasia en España.
La vida es agridulce, pues conlleva alegrías, pero también va con sufrimiento, dolor, enfermedades, limitaciones. “Muerte por compasión”, “ayudar a morir”, “vida sin sentido”, “muerte digna” son términos emocionales, no racionales, utilizados para hacer aceptable la eutanasia en España, así como el suicidio asistido. Parece como si actualmente, con la eutanasia en España, aunque con otro matiz, hubiese vuelto la condena a muerte.
Cuando el sentimiento y la razón no van al unísono, aparece un sufrimiento que no tiene que ver con el dolor físico; es mayor el dolor moral que el físico. Por eso, la legalización de la eutanasia en España (se llame muerte digna o no) no es lo mismo que su despenalización. La muerte no se debe legitimar, y al hablar de despenalización de la eutanasia en España se significa que la eutanasia es penable y se anula la pena que lleva consigo.
Si al administrar un sedante la intención es practicar eutanasia, tal sedación no es ética
Es bueno suprimir el dolor, aliviarlo, para evitar la posible “alienación” del enfermo. Pero no cabe engaño: el doliente es una persona con más necesidad de atención que el sano. Por eso, para evitarle mayores sufrimientos puede ser necesaria la sedación farmacológica, aunque, como consecuencia, haya un probable riesgo de muerte (hay que informar debidamente al enfermo).
No es lo mismo dolor que sufrimiento. El dolor se alivia, se anula, con analgésicos, con sedantes. El sufrimiento, con comprensión, acompañamiento, amor.
No hay duda de que el esposo de María José acompañó, amó a su mujer toda la vida. No se puede juzgar a las personas, solo Dios es el que juzga. Pero, ¿qué ha ocurrido para que tomase tal decisión? ¿No tuvieron apoyos? ¿No se le ofreció a la enferma algo que fuese realmente digno, de forma personal, individual o de forma institucional? ¿Por qué ocurrió esta catástrofe?
Dentro de pocos días conmemoraremos la Pasión del Señor. Jesús se quejó en la cruz del abandono en que estaba (“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”). La muerte es una situación en que un ser humano concreto se enfrenta personalmente con la eternidad. Y abundando más: ¿estuvo solo este matrimonio? ¿No debería haber tenido más apoyos, más cariño?
Es bueno evitar la ansiedad, el nerviosismo, pero siempre si previamente se han atendido necesidades importantes: auxilio espiritual, dispensación de cariño, acompañamiento, solucionar problemas económicos (por ejemplo, herencia, deudas), temas sociales, etc. Esto es factible en nuestro país, por la idiosincrasia de sus gentes; por eso, se comprende que muchos vean la eutanasia en España como algo inhumano.
No se da solución a una vida de mala calidad eliminándola, sino mejorándola
Si al administrar un sedante la intención es practicar eutanasia, tal sedación no es ética.
Por otra parte, ¿es real el poder morir sin dolor, sin darse cuenta? ¿No constituye un misterio el final de la vida, que no conocemos cómo sucede realmente? ¿Qué cataclismos suceden en ese momento, aunque el paciente esté sedado? ¿Qué ocurre en ese instante, atemporal?
Tener como meta el conseguir falta de dolor y de sufrimiento en la vida es utópico. Otra utopía es vivir eternamente aquí abajo. Quizá estas sean las equivocaciones de la sociedad actual, pues el dolor, la enfermedad, la muerte son nuestros acompañantes. Compadecer es “padecer con” el que sufre. No se da solución a una vida de mala calidad eliminándola, sino mejorándola.
Y el hombre es libre, y en virtud de esa libertad su tendencia es hacia el bien. Lo natural es la elección del bien, de lo bueno. La opción por el suicidio, aun cuando se vea como algo bueno, lleva en sí una gran contradicción: sin vida no hay libertad. La vida lleva implícito el bien de la libertad. Y existen en el hombre, como en todos los animales, dos fuertes instintos: el de la propia conservación y el de la conservación de la especie; los dos con un sustrato biológico muy determinado, incluso a nivel neurológico.
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