Jorge Aznal | 22 de abril de 2019
Una serie sobre el poliamor, un concepto que no es amor sino interés. No es libre, sino esclavo.
El embarcadero, la serie de Movistar+, comparte con La casa de papel creadores (Álex Pina y Esther Martínez Lobato) y protagonista (Álvaro Morte, el actor que da vida al profesor en La casa de papel). Eso de forma objetiva. En lo subjetivo, las dos producciones tienen en común el esfuerzo implícito que piden al espectador para que acepte situaciones inverosímiles.
En La casa de papel, ese esfuerzo del espectador no es tanto la facilidad con la que asaltan e imprimen billetes los atracadores en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre como el amor -imposible donde los haya y más en tan poco tiempo- entre la inspectora de policía encargada del caso y el cerebro del asalto.
En El embarcadero, el esfuerzo está en creer la peculiar relación entre una mujer que acaba de enviudar (Verónica Sánchez) y la amante de su marido (Irene Arcos). Después, hay otro tipo de esfuerzo que debemos realizar como espectadores: el de aguantar al personaje que interpreta Cecilia Roth. Ese cuesta más, la verdad.
"#ElEmbarcadero va de que mi padre tiene dos novias, y una de esas novias es mi madre" Luna Fulgecio.
No encontraréis una sinopsis mejor de @elembarcadero ? pic.twitter.com/NpqLN2q0YZ
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De El embarcadero me gusta más lo de fuera que lo de dentro. Disfruto con su gran nivel técnico, pero preferiría que fuese al revés. Lo realmente importante en la ficción, como en las personas, está en el interior. Y el de El embarcadero, en contraste con su aspecto exterior, es feo.
Aunque visualmente nos recuerde a otras series y películas, la cuidada fotografía de El embarcadero -tanto la que retrata la Valencia urbana como la que capta la esencia de los paisajes naturales de la Albufera- es un atractivo envoltorio que contrasta con la fealdad del mensaje que guarda -más bien, muestra con detalle- la serie: el relacionado con el “poliamor”.
Óscar, el personaje que desde el principio sabemos que muere en extrañas circunstancias, afirma estar enamorado de Alejandra, su mujer, y de Verónica, su amante. En vida, como vemos en uno de los frecuentes flashbacks de la primera temporada de El embarcadero -habrá una segunda-, lo reconoce abiertamente, pero solo se lo dice a una de las dos. Y no es su esposa, que debe enfrentarse a la muerte de su marido y a la doble vida que descubre que tenía. Doble o triple porque, ya puestos, por qué no liarse con una amante y con el amante de tu amante… al mismo tiempo. Cosas del supuesto “amor libre” que defienden algunos, sin querer darse cuenta de que ese concepto no es en realidad amor sino interés y no es libre, sino esclavo.
“A la hora de interpretar a Óscar Me resultó muy dificíl entender como se puede querer a dos mujeres a la vez” @AlvaroMorte. #ElEmbarcadero #ElEmbarcaderoenRambleta pic.twitter.com/zqO9UcghvG
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Me parece especialmente destacable el trabajo de Irene Arcos, la actriz que encarna el personaje de Verónica, probablemente el de mayor complejidad de El embarcadero. No me gusta su personaje ni comparto la forma de entender el amor que tiene Verónica, pero sí su composición. Hace que parezca sencillo lo que en realidad no lo es y es justo reconocerlo.
Álvaro Morte quizá no brille como lo hace en La casa de papel, pero está a la altura. Como actor y como persona. Dice que a él, a Álvaro Morte, le cuesta muchísimo entender cómo alguien puede estar enamorado de dos personas a la vez, que es justo lo que debía representar en la ficción.
El embarcadero empieza muy bien, pero pronto toma el desvío erróneo y el camino, por bonitos que sean algunos paisajes, se hace cada vez más lento. Más pesado. La serie, conscientemente, se aparta de la ruta del thriller para transitar por la carretera del drama y los atajos morales del libertinaje. Llegados a ese punto, comienza el atasco. Para entonces, ya es demasiado tarde para dar media vuelta, desandar el camino y volver al mismo cruce del principio.