Cristina Barreiro | 13 de febrero de 2017
EL DEBATE se convirtió a lo largo de la Segunda República en el tutor ideológico de muchas agrupaciones políticas derechistas. Contribuyó a la formación de Acción Nacional y llamó a los católicos a intervenir en la vida pública.
EL DEBATE aparece el miércoles 1 de noviembre de 1911. Lo hace en su “segunda época” pues desde meses atrás, se publicaba un periódico del mismo nombre influenciado por el sacerdote gallego Basilio Álvarez, que se distanciaba bastante de la línea de restablecimiento de la unidad religiosa necesaria. Pero la significación ideológica “herreriana”, la que lo distinguió durante más de dos décadas como diario católico impulsor de la Doctrina Social de la Iglesia, adquiere sentido a partir de este ejemplar: un número que se tiró a cuatro páginas y seis columnas, con fotografía en portada del Obispo de Madrid-Alcalá bendiciendo los talleres del rotativo y el editorial “A banderas desplegadas y alta la visera”. Eran los días en los que la crisis de la Restauración hacia mella sobre la debilitada monarquía de Alfonso XIII, acuciada por la violencia anarquista y los problemas en Marruecos. Y en este contexto, cuando todavía coleaba el eco de la ruptura de Antonio Maura con el sistema y las reformas de Canalejas se entreveraban con las repercusiones sociales de la “Ley del Candado”, salía a la calle un periódico dispuesto a convertirse en exponente renovador del pensamiento católico. Lo hacía bajo la dirección de Ángel Herrera y la Asociación Católica Nacional de Jóvenes Propagandistas, recién fundada por el jesuita padre Ayala.
El Debate aparece el miércoles 1 de noviembre de 1911. Un número que se tiró a cuatro páginas y seis columnas, con fotografía en portada del Obispo de Madrid-Alcalá bendiciendo los talleres del rotativo y el editorial “A banderas desplegadas y alta la visera”
En ese tiempo, el veterano La Correspondencia de España era líder en tirada aunque perdía fuelle frente a los periódicos de empresa que privilegiaban la información. La Prensa de partido entraba en decadencia y EL DEBATE aspiraba a abrirse camino en la vanguardia de un nuevo periodismo: de calidad, sin dogmatismos, especializado y que además, fuera católico. Para ello, se constituyó la Editorial Católica, motor de una cadena de Prensa que se desplegaría por toda España, y se dispuso a formar a los mejores profesionales con herramientas acordes a los tiempos. Porque Ángel Herrera primaba la especialización, “la restauración en España –dijo- debe ser en gran parte, obra de los periodistas”. Por ello, desde la dirección del diario se envió a tres de redactores –Marcelino Oreja Elósegui, Manuel Graña y Francisco de Luis– a recibir formación en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia (Nueva York), fundada por Joseph Pulitzer y referente mundial, antes y ahora, en los estudios de comunicación. Era el primer paso hacia la creación en 1926 de la “Escuela de Periodismo de EL DEBATE”, que durante diez años formará a los mejores profesionales y que vería su continuidad en la Escuela de Periodismo de la Iglesia. EL DEBATE fue moderno, también y entre otras cosas, porque se convirtió en el primer periódico madrileño que tuvo jefatura de información y especializó por materias a toda su redacción. Y lo fue además, por su arraigada defensa de la justicia social y de una legislación laboral, que llevó a sus operarios y personal de talleres, a disfrutar de unas condiciones de trabajo mucho más ventajosas que las que se presumían en el Sindicato Español de Periodistas, adscrito a la UGT.
La Prensa de partido entraba en decadencia y EL DEBATE aspiraba a abrirse camino en la vanguardia de un nuevo periodismo
EL DEBATE respalda unos planteamientos acordes con la obediencia y el deber de sumisión de los católicos a los poderes de hecho, en línea con la política de accidentalidad que se recoge en la Rerum Novarum de León XIII. No es dinástico ni antidinástico y presenta artículos de fondo, densos y precisos aunque poco amenos. Germanófilo durante la Gran Guerra –los mapas informativos de Francisco Martin Llorente, más conocido como Armando Guerra, serán pioneros en las técnicas infográficas de la Prensa española- excitó a la unión de las derechas ante el clima de desgobierno derivado de la Asamblea de Parlamentarios de Cambó. EL DEBATE defendió la conveniencia de una Dictadura civil, que llegó de la mano de Primo de Rivera. En ese tiempo, EL DEBATE ya se había convertido en un diario exitoso, que con el ABC era el de mayor tirada, y ganaba simpatías entre un público instruido alejado del lector de vespertinos como La Voz. Sin embargo, conforme el régimen se fue alejando de su base social-católica, EL DEBATE mostró discrepancias en políticas como las adoptadas en Cataluña. Sin entrar en la frontera de oposición abierta en la que ya se encontraba El Sol, un lustro atrás condescendiente con el régimen y luego abanderado de la clase media intelectual que cerraba filas a favor de la República, EL DEBATE avaló las políticas de acatamiento activo a las formas de gobierno legalmente establecidas. Y lo hizo con uno de los editoriales más veces recordados en la historia de nuestro periodismo: “Ante un poder constituido” (15 abril 1931), en el que recuerda el deber de los católicos de acatar la II República. El motivo del diario para esta aceptación se encuentra en su adhesión a la Doctrina de la Iglesia y al Episcopado, postulados inamovibles a lo largo de sus 25 años de vida. El torno a la mesa de redacción de EL DEBATE, y con todo el Consejo de Redacción (José Medina Togores, Francisco de Luis y Díaz, José María Gil Robles, José Larraz, Alberto Martín Artajo, Fernando Martín-Sánchez Rafael de Luis y Santos Fernández), se había argumentado una fórmula para salvar lo máximo del pensamiento eclesial sin renunciar al presente: EL DEBATE mantuvo su línea editorial de aceptación teórica y práctica de la República. Y lo hizo con rotundidad. Pero nunca consiguió mitigar las imputaciones que la Prensa de oposición, le hizo de ser “un monárquico encubierto”.
EL DEBATE ya se había convertido en un diario exitoso, que con el ABC era el de mayor tirada, y ganaba simpatías entre un público instruido alejado del lector de vespertinos como La Voz
EL DEBATE se convirtió a lo largo de la Segunda República en el tutor ideológico de muchas agrupaciones políticas derechistas. Contribuyó a la formación de Acción Nacional y llamó a los católicos a intervenir en la vida pública. Fue, sobre todo, el mentor de Acción Popular y de la CEDA, aunque nunca su órgano de partido. Ambos bebían en la misma fuente doctrinal, pero sus criterios eran independientes y lo siguieron siendo aun cuando en 1933, Ángel Herrera abandone la dirección del diario. EL DEBATE combatió los artículos laicos de la Constitución, la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas, el estatuto catalán y la reforma Agraria. Y fue censurado por sus críticas a la disolución de la Compañía de Jesús. Llamó a la “unión de las derechas” y celebró la victoria en las elecciones de 1933. Pero se mantuvo siempre en la misma posición de acatamiento activo, aún en las horas de feroz combate de ABC por su apoyo gubernamental. EL DEBATE advirtió del peligro de la Revolución y en octubre de 1934, se cumplieron sus presagios. Y fue precisamente a raíz de la concesión del indulto al líder sindicalista González Peña, cuando EL DEBATE mostró sus diferencias con Gil Robles, entonces en el Gobierno. EL DEBATE reconoció la victoria del Frente Popular en febrero de 1936 pero se mantuvo firme en el llamamiento a los católicos a actuar dentro de la legalidad. Sin embargo no dejó de denunciar el desgobierno y las alteraciones del orden público que los gabinetes de la izquierda, parecían incapaces de controlar. El país se encaminaba hacia una Guerra Civil y EL DEBATE hacia su desaparición. La situación era extrema.
El último número de EL DEBATE salió el 19 de julio de 1936, fuertemente censurado y con información sobre la sublevación militar. Sus talleres en la sede de Alfonso XI –compartidos con Ya, que había aparecido en 1935 como diario de la tarde también de Editorial Católica- fueron incautados por el Partido Comunista y en ellos, pasaron a editarse Mundo Obrero y Política. Desaparecía así un diario que dejaba un legado apostólico y periodístico al servido del bien común: un periódico serio, innovador, adaptado a los tiempos y a la realidad social, moderno en su concepto y que interpretaba bajo un prisma católico la actualidad. Todos los intentos por relanzarlo después de la guerra fracasaron. En su lugar, se autorizó la salida del Ya. Era más joven y carecía todavía del peso editorial del diario matriz.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.