Santiago Taus | 02 de mayo de 2019
Mary Beard desentraña algo más sobre el carácter o el espíritu de cada civilización.
Un peregrino llega a París en el siglo XIII y contempla atónito por primera vez la catedral de Notre Dame. La inmensidad del templo no se puede equiparar a cualquier otra cosa que haya visto jamás, y reconoce en él un lugar de adoración, la casa de Dios, un monumento advocado a la Virgen María o un reflejo en el mundo terrenal de la Jerusalén celeste.
La civilización en la mirada
Mary Beard
Crítica
252 págs.
21,90€
Ocho siglos más tarde, afanados en cubrir el incendio, los medios de comunicación hablan del valor incalculable de este “símbolo de la cultura occidental” y de las pérdidas irremplazables que va a ocasionar el incendio de este “monumento a la humanidad”. La mirada que las personas arrojan sobre las obras de arte nos dice mucho sobre la civilización a la que pertenecen. Puede que tanto como la obra de arte misma. Esta es la premisa sobre la que discurre Mary Beard con su libro La civilización en la mirada.
La historiadora británica realiza un recorrido por el arte del mundo antiguo a través de una extensa variedad de monumentos, esculturas, pinturas, etc. pertenecientes a distintas culturas, en aras de desentrañar el modo en el que estas eran contempladas por las personas de su tiempo.
Beard pone el foco sobre “los seres humanos que han usado, interpretado y debatido acerca de estas imágenes y las han dotado de significado”. Sin duda, nunca seremos capaces de comprender la impresión exacta de un ciudadano ateniense al contemplar la primera escultura de un desnudo femenino. Pero resulta emocionante descubrir que, contra lo que podríamos pensar, su sentido de la moralidad y el pudor no quedó indiferente.
La segunda parte del libro lleva por título “El ojo de la fe”, y profundiza el tipo de obra de arte religioso que producen las distintas religiones
Encontramos el ejemplo de dos vasijas de la Grecia antigua. En la primera de ellas, destinada a contener agua, vemos la imagen de una mujer a quien se le entrega un niño y que tiene a sus pies un cesto de lana. En la segunda, en la que se almacenaba vino, encontramos la imagen de unos sátiros en una escena de desenfreno dionisíaco. Más allá de su estilo, el tipo de decorados de cada dibujo, o el naturalismo con el cual están representados, Beard se preocupa porque en las vasijas destinadas al agua, que previsiblemente se encontrarían en la cocina, se proyecta una imagen adoctrinadora sobre lo que debe ser una mujer griega.
Mientras tanto, en la vasija de vino encontramos un mensaje de advertencia, destinado a los hombres y que les previene sobre el peligro de convertirse en seres animalescos, porque la ebriedad no era propia de hombres rectos. Gracias al análisis de las miradas que pudieron caer sobre dichas vasijas descubrimos cuál era el concepto de mujer y hombre civilizados, y que nuestros antepasados helenos tenían formas más originales de recomendar “un consumo responsable”.
La segunda parte del libro lleva por título “El ojo de la fe”, y profundiza el tipo de obra de arte religioso que producen las distintas religiones, así como en la mirada que se proyectaba sobre ellas. En este sentido es complicado pasar de largo –y La civilización en la mirada no lo hace- por el eterno problema del propósito de las representaciones de Dios, el problema de la iconoclasia y el temor a caer en la idolatría. Durante estos capítulos, Beard reflexiona sobre la extremada devoción que se dedica a la Virgen de la Macarena y rastrea sus orígenes en ciertos cultos religiosos de la Antigua Grecia por los cuales algunas estatuas de diosas eran vestidas, maquilladas y cuidadas como si se tratase de deidades de carne y hueso.
Como es habitual en todas sus obras, Beard se esfuerza por destacar con justicia el papel de las mujeres artistas
Especialmente interesante resulta la reflexión sobre el modo particular mediante el cual los musulmanes han logrado vadear la prohibición de representar imágenes de Allah, de seres humanos y de cualquier otro tipo de seres vivos. Un rasgo determinante del arte islámico es la importancia de la caligrafía como elemento decorativo. Algo que determina la civilización islámica en la cual la palabra escrita queda sublimada por tratarse del único modo con el que cuentan para representar a Dios o a cualquier ser viviente.
Como es habitual en todas sus obras, Beard se esfuerza por destacar con justicia el papel de las mujeres artistas, promotoras o historiadoras, que merecen ser rescatadas en el transcurso de su investigación. Con la misma mirada inclusiva, procura llegar más allá de las culturas occidentales y reflexiona sobre algunas de las más importantes obras de arte de la India, la China imperial o la cultura Olmeca. De algún modo, la mirada que Beard mantiene en su ensayo es la mirada que poco a poco va calando en los ojos de las sociedades del siglo XXI, lo que a la postre podríamos considerar como un rasgo esperanzador de nuestra civilización.
En 1163 el rey Luis VII colocó la primera piedra de una nueva catedral que tardaría casi doscientos años en concluirse.
La preservación del patrimonio histórico beneficia a España en diferentes campos. Además de fomentar sectores como el turismo cultural, ayuda a reflexionar sobre nuestro pasado para entender mejor el presente.