Patricia Santos | 25 de abril de 2019
Los 290 cristianos fallecidos en el atentado de Sri Lanka son mártires que han ido directos al Cielo.
Sri Lanka, 21 de abril de 2019. El Sudeste asiático madrugaba para comenzar el día de mayor alegría y celebración para los cristianos: Domingo de Resurrección. Hacía sol, unos 30 grados centígrados. Turistas y locales se disponían a disfrutar de su descanso. Muchas familias consultarían el horario de Misas, y a eso de las siete de la mañana ya habrían decidido sus planes de descanso y el lugar en el que compartir la fe en día tan señalado. La iglesia de San Antonio en la capital, Colombo; San Sebastián, en Negombo; o el templo al este de la isla, en la región de Batticaloa, fueron los lugares mayoritariamente elegidos por su localización y accesibilidad.
Comienza la celebración eucarística. Cantos, el Gloria resonaría con la fuerza de la música, de la fe, de las campanas de cada iglesia, como suele suceder el Domingo de Resurrección. “¡Cristo ha resucitado, en verdad ha resucitado!” Y en plena celebración de la Vida, siete terroristas suicidas se hicieron estallar entre la multitud, bañando de sangre la fiesta cristiana, tiñéndola de brutalidad y cinismo. 290 muertos y centenares de heridos.
Puertas Abiertas denuncia que 4.305 personas han sido asesinadas por ser cristianas y 3.150 detenidas
Prácticamente todos los líderes políticos han condenado de inmediato los atentados; se ha expresado tristeza, repulsa, condena, indignación, solidaridad y ofrecimiento de ayuda para descubrir a los responsables, a partes iguales. Es lo lógico. La lógica cristiana debe ir más allá. Sin buenismos, sin endulzar la tragedia, con la realidad de la fe. Lo sucedido es terrible. Esos cristianos han ido directos al Cielo: han dejado su vida imperfecta en la tierra para abrazar de golpe, para siempre, la Vida eterna. Los que querían acabar con su vida, arrebatándosela, les han regalado la Vida que celebraban aquella mañana, la Vida que llena de esperanza cada minuto en este lugar de paso llamado tierra.
Son mártires. Con nombres y apellidos, con familias, con amigos. Hay más de siete nacionalidades entre las víctimas. De vacaciones o descansando, contaban con Dios y poniendo su relación con Él lo primero del día. Y con seguridad, Él los ha puesto los primeros en su Reino. Los últimos diez años se están convirtiendo en los años de los mártires, especialmente en países como Egipto, Pakistán, Nigeria o el Sudeste asiático.
La Lista Mundial de la Persecución que elabora anualmente la organización cristiana Puertas Abiertas denuncia la muerte de 4.305 personas, asesinadas este año por ser cristianas, y 3.150 cristianos detenidos por esa razón. Así, de los más de 2.000 millones de cristianos que hay en el mundo, al menos 245 millones sufren persecución religiosa, es decir, 1 de cada 9 en el mundo. Esta cifra asciende a 1 de cada 3 en el caso de los cristianos en Asia y 1 de cada 6 en África.
Según el Informe sobre Libertad Religiosa de 2018 realizado por Ayuda a la Iglesia Necesitada en el siglo XXI, hay personas perseguidas hasta la muerte por su fe. El 61% de la población mundial vive en países donde no hay libertad religiosa. 6 de cada 10 personas vive en lugares donde no se respeta en absoluto. En los países donde se persigue la fe religiosa, la situación ha ido a peor en estos dos últimos años.
El papa Francisco ha repetido ya en distintas ocasiones (2014, 2016 y 2019) que “hoy hay más mártires que en los primeros siglos”. Cristianos que, deseando celebrar su fe, se dirigen a templos incendiados, saqueados, vandalizados o bombardeados. Saben que se juegan su vida y acuden. Son un ejemplo de fidelidad y de fe en este siglo de claudicaciones y apostasía. Son la verdadera resistencia, nuestro salvoconducto al Cielo, el testimonio de que la Cruz vence al mundo.
Hoy hay más mártires que en los primeros siglosPapa Francisco
Los terroristas no pueden comprender que cuanto más débil quieren hacer a la Iglesia, más fuertes nos hacen. San Pablo lo tiene muy claro: “Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios. Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Y así, aunque vivimos, estamos siempre enfrentando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (2ª Corintios 4, 7-11).
La Exhortación Apostólica del Papa es una llamada a la esperanza que aborda los desafíos de la juventud.
El objetivo de la santa es conseguir recuperar a quienes han perdido la fe y no conocen a Cristo.