César Cervera | 28 de abril de 2019
Marino, empresario y militar asturiano, se convirtió en un hombre de confianza de Felipe II.
Si a cualquier español medio le hablan de un tal Pedro Menéndez de Avilés, seguramente le suene a «conquistador demediado». Si es francés, tal vez le suene a algo peor… De las naciones que prendieron la leyenda negra, una propaganda que más tarde caló en la historiografía europea y luego interiorizaron los españoles, la contribución más desconocida es la de Francia.
Se asume que el holandés Guillermo de Orange (más bien alemán) y sus propagandistas dispusieron los textos, y que los ingleses pusieron el altavoz. Pero, ¿qué hizo Francia mientras tanto? Pues más de lo mismo, salvo que en este país, desangrado en guerras civiles entre católicos y hugonotes, España contó por momentos con tantos partidarios como detractores. Sin ir más lejos, francés era Pierre de Bourdeille, un viajero y escritor que en su obra Rodomontades Espaignolles (Bravuconadas de los españoles) no deja de declarar su admiración por el país y por sus hombres de armas.
Para la propaganda de los protestantes galos existen, así, dos episodios fundamentales que evidencian la vileza de la raza de los españoles: la matanza de hugonotes por parte de Menéndez de Avilés en La Florida y, tras la batalla de la isla Terceira, la ejecución ordenada por Álvaro de Bazán de ochenta gentiles hombres y 313 soldados y marineros. Dos claroscuros que ocupan páginas traseras de la leyenda negra, pero que son un obstáculo invisible, por ejemplo, para que a Menéndez de Avilés, poblador de La Florida y fundador de la ciudad más antigua de Estados Unidos, le sea reconocido el papel crucial en la historia universal que se ganó en vida.
Pedro Menéndez de Avilés fue un marino, empresario y militar asturiano que escaló, desde practicar el corso defensivo en el Cantábrico cuando apenas era un niño, a convertirse en hombre de la máxima confianza de Felipe II. Una de sus mayores aportaciones a la monarquía católica la realizó como capitán general de la Armada y Flota de la Carrera de Indias, un hito logístico al que Menéndez dio forma teórica y práctica. Al sistema de convoyes que diseñó se debe que, entre 1540 y 1650, de los 11.000 buques que hicieron el recorrido América-España se perdieran únicamente 519 barcos, la mayoría por tormentas y otros motivos de índole natural. Solo 107 (menos del 1%) lo hicieron por ataques piratas.
Menéndez de Avilés ejecutó a unos 142 franceses, perdonando la vida solo a las mujeres, los niños y quienes se declararon católicos
Felipe II confiaba tanto en Menéndez de Avilés como para enviarlo allí donde habían perecido Juan Ponce de León, Pánfilo de Narváez, Lucas Vázquez de Ayllón, Hernando de Soto y otros muchos. Poblar la denominada como La Florida, que ocupaba una superficie de 170.000 kilómetros cuadrados, se había revelado un imposible para los europeos, hasta el extremo de que el rey llegó a prohibir la organización de nuevas expediciones «a no ser que surgiera alguna causa de fuerza mayor». Y esa fuerza mayor no fueron sino los franceses. La Corona española preparó una nueva expedición cuando tuvo noticia de que un grupo de protestantes franceses se había asentado, primero, en lo que hoy es Carolina del Sur y, luego, cerca de la actual Jacksonville, donde levantaron, en junio de 1564, el fuerte Carolina.
Pedro Menéndez de Avilés, de 46 años, se desplazó con barcos y hombres de guerra a La Florida y tomó posesión, en septiembre de 1565, de un lugar a 60 kilómetros al sur de Jacksonville; asentamiento que llamó San Agustín, cuya existencia perdura hasta hoy como la ciudad más antigua de los EE.UU. Todo ello bajo la mirada de numerosos indígenas, que fueron invitados a una comida que puede considerarse un antecedente directo del conocido hoy como Día de Acción de Gracias. A continuación, el asturiano inició una marcha de 85 kilómetros, al frente de 500 soldados, hacia el fuerte Carolina.
Con ayuda de un intérprete galo y de un guía indio, cayó por sorpresa sobre este fuerte. Menéndez de Avilés ejecutó a unos 142 franceses, perdonando la vida solo a las mujeres, los niños y quienes se declararon católicos, esto es, unos 70 del total. En las siguientes semanas, el asturiano pasó a cuchillo a otros 150 hugonotes armados que halló en este territorio. El resto de franceses huyeron hacia la selva, donde los indios no fueron más clementes, de modo que solo René Goulaine de Laudonnière, el hombre que había fundado el fuerte, y un puñado de supervivientes, incluido el ilustrador Teodoro de Bry, lograron escapar a Francia.
La noticia de la matanza fue recibida en Europa con estremecimiento, y pronto fue adornada con literatura tenebrosa. Teodoro de Bry y su entorno familiar son responsables de algunos de los grabados más impactantes contra los españoles, incluidas escenas en La Florida. La propaganda presentó, así, este episodio como un asesinato de hombres indefensos, con los ojos arrancados, las mujeres violadas y los niños degollados.
Aparte de la deformación de lo que realmente ocurrió, cabe contextualizar la decisión de Pedro Menéndez de Avilés como parte de un enfrentamiento militar, como una cuestión de vida o muerte ante la falta de suministros y como un traslado a América de las guerras religiosas que en Europa generaban, mes sí mes no, matanzas similares en ambos bandos. Solo en la llamada Matanza de San Bartolomé (1572), los católicos franceses asesinarían a 3.000 hugonotes en París y a más de 10.000 en el país.
El rey de España aprobó las ejecuciones en La Florida en base a la consideración de que no se trataba de colonos, sino de piratas y luteranos que habían infringido las Bulas Alejandrinas, que decretaban la excomunión para todos aquellos que cruzasen los límites ibéricos. Entre otros aliados poco saludables, la colonia francesa había contado con la asistencia del esclavista y pirata John Hawkins, un cercano colaborador de la reina Isabel Tudor. Además, un grupo de desertores del fuerte se había dedicado a saquear y asesinar a cuantos españoles se toparon por los puertos cercanos.
Pero no se trata de justificar unos hechos propios del siglo XVI desde postulados actuales, sino de emplazarlos en su tiempo y en una forma de ver las cosas distintas. Si a Pedro Menéndez se le arranca del contexto religioso, militar y político en el que vivió, resulta un monstruo sediento de sangre; pero si se evitan los juicios sumarios desde la comodidad de la pantalla del móvil, fallo básico a la hora de estudiar otros periodos, lo que nos queda es un marino asombroso, un hombre leal a su Estado y un esforzado católico de su tiempo, con todo lo bueno y todo lo malo que esto significaba.
El presidente filipino Rodrigo Duterte utiliza la historia para hacer política y pretende borrar la huella española en el país, que siempre fue una fuente de oportunidades y crecimiento.