Santiago Taus | 03 de junio de 2019
El autor y director teatral ocupa, desde el 19 de mayo, la silla “M” de la Academia de la Lengua.
Cuando Juan Mayorga (1965) era un niño, pasaba las tardes junto a sus hermanos escuchando los libros que su padre les leía en voz alta. Lecturas como La montaña mágica, Rebecca o Tiberio llegaron a él, no por medio de la palabra escrita, sino a través de la voz y la interpretación del padre. Es muy posible que esta sea una de esas circunstancias que dejan una peculiar huella en la infancia de los artistas, preparándolos para lo que serán en el futuro.
Mayorga, que durante su juventud creyó que se convertiría en un ingeniero de provecho, al final optó por estudiar Matemáticas y Filosofía y, más tarde, como por sorpresa, terminó convirtiéndose en dramaturgo. Ahora, cuatro décadas más tarde, es él quien, en calidad de padre, inunda su casa de literatura, reinventando los clásicos del teatro para sus hijos y escribe para el resto algunas de las obras de más calidad del teatro actual.
Para Mayorga, el teatro “debe ser un acto de amor hacia el espectador”, y con esa ilusión crea su obra. Esta se desenvuelve con la claridad que se podría esperar de un matemático, con unas historias comprometidas en su sentido filosófico, desde las cuales podemos juzgar el mundo y desenmascararlo. Muy influido por la filosofía de Walter Benjamin, el suyo no es un teatro que albergue certezas, sino más bien una representación del mundo que mueve inevitablemente a la reflexión. El dramaturgo propone en sus obras distintas historias que obligan a un esfuerzo colectivo de reflexión, de reevaluación del mundo que nos rodea. En el centro de todas ellas está el hombre, su fragilidad y su lucha por relacionarse con la realidad. Lo vemos en obras como El jardín quemado o La paz perpetua.
El dramaturgo propone en sus obras distintas historias que obligan a un esfuerzo colectivo de reflexión, de reevaluación del mundo
Ahora, a sus cincuenta y cuatro años, tras tres décadas como dramaturgo, ha pasado a ocupar la silla “M” de la Real Academia, que quedó vacante tras el fallecimiento de Carlos Bousoño. En su discurso de ingreso, el tema ha sido El Silencio, que “nos es necesario para un acto fundamental de humanidad: escuchar las palabras de otros. También para decir las propias. El silencio, frontera, sombra y ceniza de la palabra, también es su soporte”.
En línea con esa voluntad de repensar el mundo que nos rodea, encontramos otras obras como El crítico o El chico de la última fila. En ambas el autor juega hábilmente con la literatura dentro de la literatura y, en la segunda, muy especialmente reflexiona sobre el valor de la educación, de la enseñanza como modo de vida y como instrumento de reflexión. El chico de la última fila fue llevada con gran éxito al cine por el director francés François Ozon bajo el nombre Dans la maison (2012). Otra de sus obras, El arte de la entrevista, está siendo adaptada para al cine por la directora Paula Ortiz.
Mayorga es, posiblemente, uno de nuestros dramaturgos más internacionales. Sus obras se representan por todo el mundo, desde los países de habla hispana hasta Corea del Sur, pasando antes por todas las capitales europeas. Siempre con gran éxito. En España, todos los años desde hace casi dos décadas, se estrena al menos una de sus obras. Hasta el momento, entre los premios que ha cosechado se encuentran el Premio Nacional de Literatura Dramática (2013), el Nacional de Teatro (2007), el Valle Inclán (2009) y hasta cinco premios Max, entre muchos otros galardones.
Mayorga busca traer los clásicos a la realidad actual para extraer de ellos una nueva visión sobre el mundo que nos rodea
Como hombre que vive para el teatro y que está comprometido con las capacidades de este género para replantear el mundo, Mayorga ha trabajado por reactualizar las obras de los grandes clásicos del teatro. Desde Eurípides hasta Chéjov, sin olvidar a los grandes clásicos de nuestro teatro áureo, Lope y Calderón, Mayorga ha realizado casi veinte versiones de textos clásicos. En estas, llevadas a las tablas por la Compañía Nacional de Teatro Clásico o el Centro Dramático Nacional, el autor busca traer las obras a la realidad actual para extraer de ellas una nueva visión sobre el mundo que nos rodea. El dramaturgo conversa con el pasado, a través de los textos clásicos, para encontrar lecciones sobre nuestro presente.