Pedro González | 04 de junio de 2019
El Gobierno chino de Xi Jimping sigue justificando la represión en aras de la estabilidad social del país.
El régimen comunista chino ha ocultado cuidadosamente la cifra de muertos que perecieron aquella noche del 3 al 4 de junio de 1989. En la plaza de Tiananmen llevaban acampadas dos meses entre seis mil y diez mil personas, la mayoría estudiantes, que protestaban por la purga a la que habían sido sometidos Hu Yaobang, anterior secretario general del Partido Comunista (PCCh), y su sucesor, Zhao Ziyang.
El primero ya había fallecido, después de que el ala dura del Politburó lo hubiera destituido tras acusarlo de “falta de coraje” para afrontar las primeras manifestaciones estudiantiles, registradas en 1986. A su vez, Zhao Ziyang también fue defenestrado al preconizar el diálogo frente a la represión ante la acampada y las protestas de Tiananmen, la gigantesca plaza situada en el corazón de Pekín, junto a la Ciudad Prohibida.
Día y noche, aquel campamento recibía miles de voluntarios, que se turnaban en las protestas y en el relato a visitantes y corresponsales extranjeros de los miles de episodios de corrupción de los gerifaltes del régimen. Proliferaban los dazibaos (periódicos murales a grandes caracteres), en los que aparecían cada vez más descarnadamente las vergüenzas del régimen. Los medios extranjeros quisieron ver en aquella marea una inédita “primavera democrática”, semejante a la que ya se atisbaba en el este de Europa a consecuencia de la perestroika (apertura), del entonces líder soviético Mijail Gorbachov.
Aquel incidente fue una turbulencia política y el Gobierno central tomó las medidas pertinentes para detenerlaWei Fenghe, ministro de Defensa chino
Los dirigentes chinos decidieron en cambio cortar por lo sano, de manera que despacharon directamente al ejército, que entró en la plaza a sangre y fuego. Entre los acampados nadie había siquiera imaginado que los soldados dispararían a discreción contra la multitud ni que el régimen realizaría tan descomunal matanza.
Muchos de los heridos que lograron ser evacuados por sus propios compañeros serían después perseguidos y ajusticiados. El ala dura del régimen se había impuesto, pues, definitivamente. Atrás quedaban las fuertes divergencias registradas en el seno del PCCh y la cúpula militar, las negociaciones entre los líderes políticos y los estudiantes y la ley marcial. El ejército tomó finalmente las calles, tras desplegar varias columnas de carros de combate.
“El hombre del tanque”, un ciudadano anónimo desarmado que logró parar con su sola persona una de aquellas columnas, se convertiría en el emblema icónico de aquellas jornadas. Treinta años después, se ignora todo de él: su nombre y su paradero; si logró escapar y mantenerse oculto o bien si fue detenido y asesinado. Hay numerosas conjeturas, pero el régimen nunca ha dado una respuesta categórica a tal interrogante. Solo la conocida periodista de la ABC norteamericana Barbara Walters logró arrancarle en 1990 una contestación titubeante al entonces dirigente chino Jiang Zemin. Este declaró no saber nada del paradero del “hombre del tanque”, pero sin mucha convicción le contestó que creía que “no fue ejecutado”.
Desde entonces, las autoridades chinas se han esmerado en borrar todo rastro de aquella matanza. De modo preventivo, en cada aniversario se detiene o se confina a los disidentes, no se permiten conmemoraciones de ningún tipo, tampoco publicaciones que glosen o evoquen aquellos sucesos, y mucho menos que se recuerde en libros de texto o charlas a cargo de profesores.
Estrangular la libertad de expresión significa pisotear los derechos humanos, reprimir la humanidad, y suprimir la verdadLiu Xiaobo, intelecual chino
Por primera vez, sin embargo, el régimen del ahora presidente Xi Jinping ha realizado una declaración sobre aquellos acontecimientos. No ha sido para lamentarlos, ni mucho menos para pedir perdón a las innumerables víctimas. Por boca de su actual ministro de Defensa, Wei Fenghe, “aquel incidente fue una turbulencia política y el Gobierno central tomó las medidas pertinentes para detenerla, lo cual fue una política correcta”. A juicio del dirigente del más numeroso ejército del mundo, tan correcta actuación alumbró los grandes cambios que registra China, su estabilidad y desarrollo.
Por su carácter inédito, esta reacción de Wei Fenghe podría esconder las inquietudes que sacuden a la superpotencia china. En el orden interno, el régimen está operando un gigantesco recorte de libertades y un creciente control sobre la población. Su indudable ventaja tecnológica ha sido puesta ya al servicio de ese control, como lo prueba la identificación biométrica instantánea de cualquier ciudadano, tanto si se pasea por un lugar público como si deambula por áreas privadas, pero que son sospechosas a ojos del régimen.
Los intelectuales son objeto de una atención especial, sobre todo después de que algunos de ellos, encabezados por el fallecido Liu Xiaobo, denunciaran tanto los atentados contra los derechos humanos como las evidentes pretensiones del presidente Xi Jinping de perpetuarse en el poder.
Su guerra comercial con Estados Unidos, las sanciones decretadas contra Huawei, la joya tecnológica china y el enfrentamiento con todos sus vecinos en el Mar del Sur de China a cuenta de reclamaciones territoriales dibujan una tensión creciente. En medio de todo ello, algunos hacen otra interpretación radicalmente distinta de lo que sucedió en Tiananmen.
El gigante asiático guarda las formas y trata de no ofender a la contraparte, lo que no implica que se vaya a firmar un tratado.