Javier Arjona | 08 de junio de 2019
El cuñado y mano derecha del general Franco se convirtió en el principal ideólogo de los primeros años del naciente régimen.
Tras la victoria del Frente Popular en las elecciones generales de febrero de 1936, la violencia política se había apoderado de las calles de una España que parecía condenada al enfrentamiento civil desde la Revolución de Octubre. Una importante facción de los militares, coordinada por José Sanjurjo y bajo el mando operativo del general Emilio Mola, apodado ‘el Director’, planeaba un levantamiento contra el Gobierno republicano, que finalmente tuvo como catalizador el asesinato de José Calvo Sotelo, un brillante parlamentario que se había convertido en portavoz del partido monárquico Renovación Española.
Pocos días después, y a bordo del famoso avión modelo Dragon Rapide, el general Franco llegaba a Tetuán, procedente de Canarias, para tomar control del ejército sublevado en el norte de África. Con ayuda de la aviación alemana e italiana, comenzó de inmediato el transporte de tropas a la Península para llevar a cabo un avance relámpago desde Sevilla hasta Madrid a través de la ruta de la Plata, y acabar uniéndose a las puertas de la capital al contingente militar de Mola, que esperaba en la sierra de Guadarrama procedente de Navarra.
A finales de mes, se creaba en Burgos una Junta de Defensa Nacional presidida por el veterano general Miguel Cabanellas, mientras en Madrid la presidencia del Consejo de Ministros pasaba a manos de José Giral, militante de Izquierda Republicana y amigo personal de Manuel Azaña, entonces presidente de la República. Tras la liberación del Alcázar de Toledo en septiembre de 1936, Francisco Franco asumió, a propuesta de la Junta, el mando rebelde como Generalísimo del Ejército, tomando posesión en Burgos del cargo de jefe del Gobierno. Desde ese momento y con las reticencias de Cabanellas, Franco aglutinó el poder militar y político firmando sus primeras órdenes como jefe del Estado.
Con cierta visión de futuro, el general Franco comenzó entonces a diseñar las líneas maestras del nuevo modelo de Estado, apoyándose en el jurista Ramón Serrano Suñer, su cuñado y mano derecha, que pronto se convertiría en el principal ideólogo de los primeros años del naciente régimen franquista. Declarado germanófilo, el ‘cuñadísimo’ definió una España a imagen del emergente fascismo italiano de Benito Mussolini, impulsando entre sus primeras medidas el decreto de unificación por el que se creaba el partido único, Falange Española Tradicionalista y de las JONS. En enero de 1938 asumió el cargo de ministro de Gobernación en el primer Gobierno oficial de Franco y, dos meses después, se promulgaba el Fuero del Trabajo, la primera de las Leyes Fundamentales.
En paralelo con aquellos primeros pasos, el ejército sublevado había logrado una estratégica victoria en la Campaña del Norte, en octubre de 1937, y pronto terminaría de doblegar a las milicias republicanas en el frente oriental para terminar de conquistar Cataluña. El 1 de abril de 1939 se firmaba el último parte de guerra, dando por concluida una terrible contienda que arrojó un balance de medio millón de muertos en ambos bandos y, en septiembre del mismo año, las tropas alemanas invadían Polonia, provocando el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
La entrada de las tropas nazis en Paris, en junio de 1940, hizo que España pasase de declarar el estatus de ‘estricta neutralidad’ al de ‘no beligerante’ en el conflicto bélico. Las buenas relaciones de Serrano Suñer, entonces ministro de Exteriores, con el Tercer Reich alemán, impulsaron una serie de cordiales reuniones tanto en Berlín como en Madrid con Heinrich Himmler, comandante de las SS y hombre de confianza de Adolf Hitler. Fruto de aquellos contactos, tuvo lugar el encuentro entre Franco y Hitler en Hendaya y la colaboración germano-española en el frente ruso, traducida en la 250ª División Española de Voluntarios, la popularmente conocida como División Azul.
Mientras tanto, en España continuaba el proceso de fascistización del régimen, con la promulgación de la Ley Constitutiva de las Cortes, segunda de las Leyes Fundamentales, que relegaba al Congreso de los Diputados a un órgano consultivo sin capacidad legislativa, en una inequívoca declaración de intenciones sobre el nuevo modelo de Estado. Este hecho hizo saltar las alarmas de parte del estamento militar y de la Iglesia, y Franco reaccionó sustituyendo a Serrano Suñer, el que había sido su principal arquitecto político, por Francisco Gómez-Jordana al frente de la Cartera de Exteriores.
Con el cambio de signo en la Segunda Guerra Mundial, tras la derrota italiana en Sicilia en julio de 1943, el régimen franquista comenzó a tomar distancia con las potencias del Eje, mientras suavizaba su perfil ideológico. Se eliminaron símbolos falangistas como el saludo con el brazo en alto, y el partido único pasó a denominarse Movimiento Nacional. La firma del Manifiesto de Lausana por parte de Juan de Borbón será el detonante de la aprobación del Fuero de los Españoles, la tercera de las Leyes Fundamentales, que buscaba ser una carta de derechos y libertades con la que Franco trataba de vender una imagen aperturista hacia la nueva Europa que se acababa de configurar.
Con «Antifascismos 1936-1945» se lleva a cabo un repaso a la historia de este movimiento que deja a un lado tópicos y mitos. Tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial, el comunismo trató de crear una nueva lucha ideológica olvidándose de las democracias liberales.