Sandra Várez | 12 de junio de 2019
La ludopatía sigue afectando a muchos jóvenes en España. Incentivar la lectura desde niños puede evitar la ruina de muchas familias.
Cierran la librería de mi barrio. La casa de los libros por excelencia en el centro de mi pueblo, el más grande de España en número de habitantes, echa el cierre después de casi 40 años de historia. “Se traspasa por jubilación”, reza el cartel en la puerta de entrada. “Pero no hay nadie que quiera quedarse con esto”, dice la dueña con una mirada en la que se mezcla la resignación y la melancolía. 40 años de trabajo para llegar a los amantes del libro en papel y de esfuerzo por adaptarse a los nuevos gustos y formatos, quedan reducidos a un cartel que es quizá el punto y final de un lugar de referencia para muchos de nosotros.
Solo en la Comunidad de Madrid el número de casinos, bingos, salones de juego y casas de apuestas que figuran en el registro de la Consejería de Economía y Hacienda ha crecido un 75,6% en el último lustro
Me sorprende que nadie esté dispuesto a rescatar esta fortaleza que ha sido durante años referente de calidad y excelencia. Hay pocos, muy pocos establecimientos en esta localidad del sur de Madrid dedicados casi íntegramente a los libros sin otras “chucherías”, como juguetes o artículos de papelería, que normalmente se tienen como recurso para ayudar a mantener el negocio. Para su propietario, la venta de este tipo de productos siempre fue como un castigo y se dedicó a atesorar fondos que en algunas ocasiones han llegado hasta los 20.000 libros.
Y mientras nadie se atreve a arriesgar con este tipo de negocio (solo hay una decena de librerías para una población de más de 200 mil personas) proliferan por doquier las casas de apuestas deportivas, cuya actividad genera dinero seguro. El cinturón metropolitano del sur de Madrid es la zona que más establecimientos de este tipo concentra, con más de una veintena en el municipio de Móstoles, con el porcentaje más alto de la zona, a los que se suman los que fomentan el juego sin ser específicamente espacios dedicados a él (como los bares, cafés o locutorios).
La tendencia es generalizada. Solo en la Comunidad de Madrid el número de casinos, bingos, salones de juego y casas de apuestas que figuran en el registro de la Consejería de Economía y Hacienda ha crecido un 75,6% en el último lustro (un 300% en Madrid), concentrados principalmente en los barrios más humildes, y con un nivel de facturación que no deja de aumentar. Según el último Anuario de Codere, en 2017 el juego movió 42.000 millones de euros en toda España. Un dato que incluye no sólo las apuestas deportivas, sino también boletos de loterías, casinos, cartones de bingo o dinero introducido en máquinas tragaperras.
Un 36% de las personas con ludopatías reconoce haber empezado antes de los 18 años
El perfil medio del apostante es el de un varón, entre los 18 y los 34 años, y de clase media baja. Aunque, según un trabajo realizado por la Dirección General de Ordenación del Juego en el año 2017, un 36% de las personas con ludopatías reconoce haber empezado antes de los 18 años. Y es que las casas de apuestas lo ponen fácil. Unas ofrecen bebidas de forma gratuita y bonos de 200 o 300 euros para empezar a jugar a coste cero. En otras se usa como gancho un desayuno o una merienda gratis. Y en todas juega un importante papel la publicidad que inunda los medios de comunicación e Internet (solo en 2017 se emitieron más de 2,7 millones de anuncios de juego online). Cuando no hay otra motivación cerca, el ciudadano cae en el anzuelo.
¿Cómo, en medio de esta dinámica de negocio fácil va a apostar alguien por tomar el relevo de una pequeña librería, cuyo nivel de riesgo en España en este momento está en un 97%? Solo alguien con mucha pasión y mucha fe en los amantes de las letras, que los hay, aunque un 40% de los de los españoles reconozca no leer libros o leer “poquísimo” en su tiempo libre.
Una vez más, la clave está en la educación y el incentivo a la lectura desde niños, de forma original, sin imposiciones ni castigos. Un niño que lee será un adulto que piensa y una persona que es capaz de pensar también lo es de cambiar su entorno. Por eso, cada vez que cierra una librería mueren las posibilidades de combatir modelos devastadores, que anulan la voluntad, que arruinan los bolsillos y destruyen vidas, familias y barrios.