Jorge Martínez Lucena | 17 de junio de 2019
El consumo de la pornografía aumenta en los menores. El bloqueo tecnológico que proponen los políticos no servirá si no se trabaja en vincular sexualidad y amor.
Un estudio realizado por la Universidad de las Islas Baleares ha hecho saltar todas las alarmas. Su título es expresivo de su contenido: “Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales”. El titular más común en la prensa ha sido: cada vez se adelanta más el consumo de pornografía, el 25% de los niños empieza a visionarla antes de los 13 años, e incluso se detectan casos a partir de los 8.
Un estudio realizado por la Universidad de las Islas Baleares revela que el el 25% de los niños empieza a visionar pornografía antes de los 13 años
Según el mencionado estudio las consecuencias de tal calamidad son: el incremento en las posibilidades de adicción al sexo, la reducción de la mujer a objeto, la promoción de la violencia de género, el fomento del consumo de la prostitución, el aumento de las prácticas sexuales llamadas “de riesgo”, etc. En suma, tendencias que no prometen nada beneficioso en la vida personal de nadie ni en la convivencia social en general.
Según la mayoría de los análisis leídos, se trata de un problema tecnológico. Un mero descuido, ay, y con uno de esos teléfonos inteligentes, tabletas u ordenadores, los infantes se deslizan hacia ese nuevo fondo de armario que no lleva a Narnia, sino a Pornotopía, un Mordor lúbrico donde las relaciones humanas se viven en función de la reducción del otro, de su dominación, utilización, rendimiento y aprovechamiento.
En Pornotopía, el neoliberalismo se hace carne, se hace presencia y compañía pegajosa como en ningún otro lugar, transformando el egoísmo en ley, y la sexualidad en intercambio de fluidos. La antigua promiscuidad deviene, en este nuevo escenario, una mera activación del mercado. El antiguo prójimo se hace cosa, mercancía, prolongación de uno mismo, esto es, esclavo de nuestras pulsiones menos elaboradas y preconscientes.
Como solución al problema tiende a invocarse algo que está en el programa del PSOE y que muy probablemente formará parte de la agenda política del próximo gobierno: la regulación del acceso de los chicos a contenidos pornográficos en la red. La ley como recurso, como imposición de un cierto orden social en la entropía en la que chapoteamos. Una buena medida, que esperamos consiga alejar a los chavales de Pornotopía y de ese nuevo modo de mirar el mundo y al otro que allí se enseña.
Como solución al problema tiende a invocarse algo que está en el programa del PSOE y que muy probablemente formará parte de la agenda política del próximo gobierno
Sin embargo, pensamos, Pornotopía seguirá estando ahí cuando cumplan dieciocho años. Es verdad que sus psicologías serán menos maleables, pero los datos de este mismo estudio nos hablan de un 30% de varones heterosexuales adultos adictos al consumo de pornografía en la red. Hábito que, hasta donde yo soy capaz de entender, debe tener implicaciones neuronales similarmente nocivas en cuanto a la concepción de las relaciones interpersonales, incluso tras la mayoría de edad.
Además, Pornotopía no es un país que haya surgido de la nada, sino una megálopolis construida por nosotros. Y no es solo una amenaza externa, sino una proyección de los nuevos imaginarios, el lugar donde se hacen realidad nuestros sueños; donde nuestros actos no tienen consecuencias; donde el otro queda domesticado en su capacidad de perturbación; donde el sexo se reduce a hobby desenfadado, a actividad estética, lúdica y banal; donde se desvincula la sexualidad del amor y sus difíciles impedimentas y responsabilidades. En suma, un lugar donde uno, por fin, se descubre libre de cualquier determinación externa a su propia voluntad.
Pornotopía es un fuego que hemos encendido nosotros, es un holograma proyectado desde nuestros ideales, es uno de los abrevaderos preferidos por nuestras ansiedades. Por eso, para mantener a los chicos alejados de esa nueva Atlántida, no creo que resulte del todo efectivo limitarse a bloquearlos tecnológicamente. Especialmente si, mientras creemos protegerlos, les aleccionamos sobre los principios y la mirada individualistas propios de esa nueva tierra, tan quemada como prometida, tanto en casa, como en el colegio o en el poderoso aparato mediático.
A veces braceamos hiperbólicos por cambiar la realidad, cuando el mejor modo de empezar a construir un mundo un pelín mejor es el de dejarse cambiar por lo que la realidad nos dice.
María Calvo, experta en educación diferenciada, habla de la distinta maduración psicológica de niños y niñas, analiza el fenómeno del varón blando y las «mamás-bis» o la amenaza que la ideología de género supone para la familia.