Álvaro de Diego | 22 de junio de 2019
La Operación Carne Picada constituyó un formidable engaño al Eje basado en un cadáver lanzado a la costa española. Su participación póstuma en la Segunda Guerra Mundial fue decisiva.
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El 30 de abril de 1943 un pescador onubense localizó un bulto flotando frente a las costas de Punta Umbría. Se trataba de un cadáver con chaleco salvavidas y uniforme militar. Lo llevó a tierra, informó a las autoridades y regresó a faenar. Ignoraba el engaño que se había puesto en marcha y del que dependería el resultado de la Segunda Guerra Mundial.
El plan había sido urdido mucho tiempo atrás. El almirante John Godfrey, director de la Inteligencia Naval del Almirantazgo, también era aficionado a la pesca. Pero los cebos que colocaba no iban dirigidos a las sardinas. Debían picar el anzuelo los nazis, contra los que su país luchaba desde hacía casi cuatro años. A él y a su ayudante, el capitán de corbeta y futuro autor de las novelas de James Bond, Ian Fleming, hay que atribuirles la idea inicial de lanzar al mar un cadáver pertrechado de documentos falsos para engañar al enemigo.
Otro oficial británico, apellidado Cholmondeley, perfeccionó la treta en un plan bautizado como «Caballo de Troya». Su idea fue asignada a la denominada Oficina 13, un cuchitril que albergaba la más secreta sección del espionaje naval británico. A su frente se encontraba Ewen Montagu, abogado y aristócrata, oficial de la Marina y, sobre todo, el cerebro capaz de cuidar hasta el último detalle una de las acciones de espionaje más decisivas de la guerra.
Se requería ser muy valiente para contradecir a Hitler y la historia demuestra que muy pocos hombres tienen madera de mártir
En enero de 1943, Churchill y Roosevelt decidieron en Marruecos que, tras la exitosa campaña en el norte de África, debía asaltarse la isla de Sicilia para que los aliados pusieran el pie en Europa. Por ello, se ordenó un plan para engañar a los alemanes. Los nazis debían convencerse de que la invasión se produciría por Grecia y Cerdeña. De este modo, desguarnecerían el verdadero objetivo. El paranoico Hitler estaba obsesionado con un ataque al frente balcánico y unos colaboradores pacatos no dudarían de cualquier cosa que viniera a confirmar las visiones del líder. Además, el cadáver portador del engaño no revelaría nunca la verdad. Toda tortura resulta inútil en un muerto.
Fue entonces cuando entraron en juego la Oficina 13 y el plan «Caballo de Troya». Montagu y Cholmondeley determinaron que el cadáver debía arrojarse frente a las costas españolas. La España de Franco había demostrado ya que su neutralidad, trastocada en una significativa “no beligerancia”, encubría el deseo de participar al lado del Eje en el conflicto.
Lo primero era obtener un cadáver. Este resultó el de un joven galés sin parientes cercanos que acababa de suicidarse ingiriendo una pequeña dosis de raticida. Un reputado forense explicó a Montagu que, tras su inmersión en el agua marina, se requeriría de un patólogo muy experto para determinar una causa de muerte distinta a la del ahogamiento. Para entonces, el plan «Caballo de Troya», con macabro humor, se había convertido ya en la «Operación Carne Picada».
El cadáver fue ataviado con el uniforme de la infantería de Marina y dotado de la identidad falsa de William Martin, un acomodado galés de religión católica. En una cartera, que se fijó al cinturón de su gabardina, se introdujeron los documentos militares que descartaban Sicilia como objetivo de la invasión aliada. En sus bolsillos, junto a su identificación, se guardaron cartas de su prometida, una misiva del banco por impago e incluso el billete de una función teatral a la que el minucioso Montagu asistió en persona. El cadáver fue introducido en un cilindro metálico y hermético que se rellenó de hielo seco, y embarcado en el submarino Seraph. Diez días después, la nave se hallaba frente a las costas andaluzas.
¿Dónde depositar el cuerpo? De hacerse frente a la costa de Cádiz, podría llegar a Gibraltar o ser recogido por la Armada, una de las escasas armas españolas favorables a los británicos. En ese caso, es improbable que la información falsa llegara a manos alemanas.
Se decidió arrojarlo en la costa onubense, donde el jefe de policía era muy favorable a los germanos y existía una importante comunidad alemana. Era, de hecho, el territorio de un activo agente nazi. Adolf Clauss, “la Sombra”, coleccionaba mariposas y haría lo imposible por hacerse con cualquier ejemplar único. El falso mayor Martin lo era.
En la madrugada del 30 de abril, el Seraph emergió a poco más de un kilómetro de la costa de Huelva. Se extrajo el cuerpo del mayor Martin del tubo y se depositó suavemente sobre las aguas. El comandante musitó un breve salmo y ordenó regresar aguas adentro. El remolino de las hélices facilitó la aproximación del cadáver a la playa.
Horas después de que el pescador español localizara el cuerpo, este seguía descomponiéndose bajo los pinos. Después, un oficial de la Armada se hizo con el maletín, a la vez que ordenaba el traslado del cuerpo a Huelva. A lomos de un burro, con escolta militar y conducido por un niño, el cadáver arribó a Punta Umbría. La autopsia, en Huelva, determinó que el oficial habría caído aún vivo al mar y se habría ahogado más tarde. Llevaría en el océano entre ocho y diez días. El consulado británico fue inmediatamente informado.
El maletín acabó en Madrid, en las manos del ministro de Marina, almirante Moreno. Para entonces, Karl-Erich Kühlenthal, el protegido en la capital del almirante Canaris, jefe de los servicios secretos alemanes (Abwehr), ya removía Roma con Santiago para hacerse con la vital información. Funcionarios españoles extrajeron las comprometedoras cartas de sus sobres y copiaron la información. El maletín fue restituido a las autoridades británicas, pero su información facilitada a la embajada del Tercer Reich. ¿Picaría el enemigo el anzuelo?
«Carne Picada» era un plato que contenía todos los ingredientes para ser digerido por los alemanes. El servicio de espionaje deseaba complacer a Hitler, convencido de que la invasión mediterránea afectaría a Grecia, no a Sicilia. El líder nazi quería escuchar aquello que desbaratara las “mentiras” de sus insufribles generales. En el análisis minucioso que «Carne Picada» atravesó por el cedazo de la inteligencia alemana, muchos se convencieron de lo que les interesaba creer, mientras otros callaron; por miedo, en la mayoría de los casos, y secreto desprecio al nazismo, en algunos pocos. Se requería ser muy valiente para contradecir a Hitler y la historia demuestra que muy pocos hombres tienen madera de mártir.
Los Aliados desembarcaron el 9 de julio de 1943 en Sicilia sin apenas oposición. Comenzaba el asalto de Europa que facilitaría, apenas un año después, el Día D. Un cadáver era el responsable de un considerable ahorro de vidas humanas.
Grandes actores como John Wayne, Clint Eastwood o Tom Hanks se han puesto en la piel de los soldados que llegaron a las playas francesas el Día D.