Jesús Tanco | 23 de junio de 2019
El primer presidente de la ACdP reconocía el valor de la mujer y trabajó en potenciar su papel en la vida pública.
Nos encontramos en una época en la que la feminidad está presente o debe estarlo en la sociedad, con la normalidad que requiere y que el sentido común reclama. Nos encontramos cincuenta años después de la muerte del siervo de Dios Ángel Herrera Oria (1886-1968) y, al hilo de los actos y estudios que estamos llevando a cabo, me gustaría desgranar algunos aspectos que considero relevantes en el pensamiento y en la acción de este gran prócer del apostolado social en España y fuera de nuestras fronteras.
El embrión de lo que se llamó Acción Católica Nacional de Propagandistas fue la reunión con jóvenes congregantes marianos en 1908 convocada por el padre Ángel Ayala de la Compañía de Jesús. El 3 de diciembre de 1909, con la imposición de las primeras insignias se ponía en marcha esta institución eclesial que tantos frutos iba a dar a la Iglesia en los decenios sucesivos. Como sabemos, el padre Ayala tuvo que apartarse al poco tiempo del gobierno de la Asociación, que fue regida por don Ángel y sus más estrechos colaboradores.
Es preciso que se conceda el voto y la representación parlamentaria a la mujer, y los católicos debemos adelantarnos en esta campaña a todos los demás sectoresÁngel Herrera Oria
La delicadeza suma que tuvo este propulsor en el trato con las mujeres y la creencia firme de que la dirección espiritual de las mismas debía correr a cargo de sacerdotes en su ejercicio ministerial retrasó la incorporación formal a la Asociación del mundo femenino. Deberían llegar los tiempos conciliares del Vaticano II para que se cristalizara esa realidad. Según investigaciones que promovimos hace unos meses, Ana Campos me dio el dato de que la primera propagandista fue Elena Moreno, maestra y luego inspectora en las escuelas capilla malagueñas.
Eso no significa que desde el principio don Ángel Herrera no tuviera presente el papel decisivo de la mujer en la Iglesia y, en concreto, en la Doctrina social que propugnaban desde la Rerum Novarum los sucesivos pontífices. El presidente de la pujante Asociación se expresaba así el 11 de mayo de 1919, en un círculo organizado en Zaragoza: “Hoy ya no se habla de ese poder indirecto de la mujer, sino que se predica la actuación social directa de aquella, y lo prueba el hecho de que ya comienza a tomar parte en empresas que antes eran exclusivas del hombre. Este fenómeno ha sido precipitado, indudablemente, por la guerra europea… Es preciso que se conceda el voto y la representación parlamentaria a la mujer, y los católicos debemos adelantarnos en esta campaña a todos los demás sectores”.
Indicaba, en el mismo acto, la importancia de una experiencia concreta en Valencia como fue la puesta en marcha de un sindicato femenino denominado de la Aguja, y que tenía como objetivo la defensa de los derechos de quienes trabajaban en el sector textil artesano e industrial y que había conseguido acortar jornadas, aumentar jornales y suprimir velas.
Este carácter, diríamos utilitarista y práctico, tan presente en la obra de don Ángel que no quedaba en planteamientos meramente teóricos sino que descendía a cuestiones prácticas y cotidianas, podemos verlo también en las distintas obras que en el campo de la educación emprendió. Así, en la promoción de las escuelas capilla cuando, siendo ya obispo de Málaga, se puso a disposición de pueblos perdidos en la geografía y en el alfabetismo, confió plenamente en las maestras y en instituciones tan femeninas como las Teresianas de san Pedro Poveda el perfeccionamiento de su labor educativa. También lo hizo en su permanente propuesta de dignificación del Magisterio Nacional, en la Confederación Católica de Padres de Familia, y en la inmensa tarea de promoción del campo y del mundo rural que, en unión con distintas organizaciones también de inspiración católica, promocionaron una parte de la sociedad española que, en condiciones de humildad rayando la pobreza, tenían en la inmigración su única salida airosa.
Dos décadas antes de reconocerse constitucionalmente, preconizó don Ángel Herrera Oria el voto femenino, al que se oponían las izquierdas políticas, y no le faltaban razones, ya que perdieron las elecciones de noviembre de 1933, como señalan los historiadores, por el decisivo voto femenino. Pero no pensemos que esta reivindicación tan justa como evidente de igualdad en los derechos cívicos y sociales se ciñó al terreno político.
Cuando en el campo periodístico lanza otra de sus geniales y pioneras empresas, como fue la puesta en marcha de la Escuela de El Debate, primera inserción en la enseñanza superior del Periodismo en España, siguiendo modelos punteros en el mundo, hay una buena representación femenina en sus aulas. Ahí tenemos algunos nombres que lo atestiguan en las diez promociones que desde 1926 a 1936 se formaron en ellas: Isabel Amores Herrera, Cristina de Arteaga, Natividad Jiménez Salas, Fernanda Pereda, María Rincón González, y otras que obran en la nómina de matrículas son exponente de ello.
Conforme han ido pasando los años y a tenor de la adecuación de la doctrina, de las exigencias de la vida y, sobre todo, del reconocimiento social, la mujer ocupa en la Asociación Católica de Propagandistas, como en las demás instituciones eclesiales, el papel fundamental que le corresponde, sin contraposiciones artificiosas inducidas con los varones, sino en armonía de funciones en la misión urgente, siempre nueva, de evangelizar en el mundo de hoy, de acercar el mundo a Dios y de cumplir todos nuestra específica vocación humana y cristiana.