Manuel Llamas | 26 de junio de 2019
Animar a que empresas y familias se endeuden por encima de sus posibilidades es justo lo que aconteció durante la burbuja crediticia de la pasada década.
La laxa política monetaria que ha protagonizado el Banco Central Europeo (BCE) tras el estallido de la crisis financiera internacional en 2008, consistente en situar los tipos de interés en el 0% y comprar una ingente cantidad de deuda pública, no ha logrado resolver ninguno de los graves problemas estructurales que padecen algunas economías de la zona euro.
No en vano, a pesar de los históricos manguerazos lanzados en los últimos años, algunos países miembros siguen presentando una frágil solvencia financiera, al tiempo que el PIB de la Unión Monetaria no acaba de despegar. Y, sin embargo, el BCE insiste de nuevo en la misma receta fracasada, solo que ahora sube un escalón al proponer tipos de interés negativos.
Animar a que empresas y familias se endeuden por encima de sus posibilidades y a que gasten por gastar es justo lo que aconteció durante la burbuja crediticia que tuvo lugar durante la pasada década
En el foro anual de bancos centrales que organiza el BCE en Portugal, el presidente de esta institución, el italiano Mario Draghi, avanzó la posibilidad de recortar aún más los tipos de interés, hasta el punto de situarlos en terreno negativo, y ampliar la adquisición de deuda (pública y privada) con el objetivo de “estimular” el crecimiento económico.
La idea que subyace en esta estrategia es simple, pero, igualmente, equivocada: la política de tipos bajos busca facilitar la concesión de crédito a familias y empresas, la compra de bonos también persigue abaratar la financiación, especialmente la de los Estados, mientras que los tipos de interés negativos pretenden, en última instancia, incentivar tanto el consumo como la inversión, ya que familias y empresas se verían a obligadas a pagar por tener su dinero depositado en los bancos.
Pero el BCE se equivoca de plano. Para empezar, porque la base sobre la que se sustenta la creación de riqueza no es el consumo, sino el ahorro y la producción. Animar a que empresas y familias se endeuden por encima de sus posibilidades y a que gasten por gastar, sin importar lo más mínimo la necesidad o rentabilidad real de tales dispendios, es justo lo que aconteció durante la burbuja crediticia que tuvo lugar durante la pasada década, cuyo resultado fue la mayor crisis desde la Gran Depresión de los años 30.
Los principales efectos de esta errónea política monetaria, y aún más si, finalmente, termina aplicando tipos de interés negativos, son tres: nuevas burbujas, un enorme despilfarro de dinero público y la creación de un impuesto sobre los depositantes.
En caso de que el BCE imponga los tipos de interés negativos, un creciente número de empresas e incluso algunas familias podrían verse obligadas a tener que pagar por depositar su dinero en los bancos
El origen de la última crisis no fue la especulación ni la tan cacareada desregulación de los mercados financieros, sino la expansión artificial del crédito que inflaron los bancos centrales sin el necesario respaldo de ahorro previo. Empresas y familias de numerosos países ricos se endeudaron de forma muy sustancial para comprar vivienda a precios desorbitados mediante la concesión de crédito abundante y barato, generando con ello una histórica burbuja inmobiliaria auspiciada por los bajos tipos de interés existentes en EE.UU. y Europa.
Hoy por hoy, ese riesgo es muy reducido, ya que la crisis ha depurado buena parte de los excesos cometidos y, además, por muchas facilidades que ofrezcan los bancos, la mayoría de hogares y compañías no quieren endeudarse más. Sin embargo, la laxitud del BCE y otros bancos centrales está contribuyendo de forma crucial al crecimiento de una nueva burbuja en el ámbito de la deuda pública.
Tanto es así que cerca de 12 billones de dólares en bonos soberanos de países ricos cotizan a tipos de interés negativo, casi el 30% del total. Esto significa que los inversores están dispuestos a pagar para prestar dinero a los Estados, lo cual constituye una anomalía. No tiene ningún sentido que países poco productivos y con Estados hiperendeudados se estén financiando a costes históricamente bajos. Es un síntoma inequívoco de burbuja y, como todas, se acabará pinchando tarde o temprano.
El segundo efecto es que si a esos tipos bajos se le suma, además, la compra de deuda por parte del BCE, el resultado es que los Gobiernos más irresponsables y manirrotos de la zona euro carecen de incentivo alguno para implementar las impopulares reformas y ajustes que precisan sus respectivas economías para impulsar el crecimiento del PIB sobre bases sólidas y sostenibles en el tiempo.
Y, por último, en caso de que el BCE imponga los tipos de interés negativos, un creciente número de empresas e incluso algunas familias podrían verse obligadas a tener que pagar por depositar su dinero en los bancos. El BCE ya cobra a las entidades financieras un 0,4% por los remanentes de liquidez que depositan en el banco central. Como resultado, algunos bancos europeos ya han trasladado este coste a los depósitos de grandes empresas. Pero si el BCE eleva esta carga y apuesta por extender los tipos de interés negativos, es muy probable que los bancos acaben haciendo lo mismo a una parte relevante de sus clientes para compensar dichas pérdidas. En Suiza, por ejemplo, algunas entidades cobran hasta un 1% a los particulares a partir de una determinada cantidad de dinero.
La senda de Draghi constituye, en definitiva, un auténtico despropósito.
El agujero de la Seguridad Social es permanente, pues el problema es demográfico. Los españoles se ven obligados a pagar más para cobrar menos.