Javier Pérez Castells | 26 de junio de 2019
Beber agua resulta esencial para el buen funcionamiento del organismo, por lo que es muy importante adquirir hábitos de hidratación.
Con la edad es frecuente que aparezca la confusión mental. El pensamiento se vuelve espeso, las ideas se amalgaman e incluso se producen desorientaciones, pérdidas parciales de memoria que pueden acompañarse de mareos. La gente piensa que casi siempre la causa está en el envejecimiento tisular, el de las neuronas que mueren. Cuando a uno de nuestros mayores le ocurre esto, los familiares se temen lo peor: ¿será un tumor cerebral, o el comienzo de una enfermedad neurodegenerativa como Alzheimer, Párkinson, demencia…? Pero, en realidad, lo más frecuente es que se trate de un “simple” proceso de deshidratación. Parafraseando aquel eslogan oficioso de la campaña de Bill Clinton, diríamos: “Es la deshidratación, estúpido”.
En este artículo pretendemos hacer un canto al agua de nuestro cuerpo, haremos propaganda del líquido elemento. Porque no hay nada más fácil y claro: cuanta más agua, mejor, y cuanta menor hidratación, peor. Recuerden lo ocurrido hace poco a Angela Merkel, en opinión de los médicos un problema de deshidratación que le produjo convulsiones y una importante alarma y dudas sobre su estado de salud. No hay supermodelo que no lo diga: la receta para mantener el aspecto deslumbrante, en especial de la piel, es beber muchísima agua. También las dietas de todo tipo lo aconsejan: agua, agua, mucha agua.
A partir de los 60 años empezamos a perder la sensación de sed y no bebemos agua suficiente, llegando a perder casi la mitad de nuestras reservas de agua. Además, hay algunos fármacos como los diuréticos, frecuentemente prescritos a la gente mayor, que empeoran el problema. No se sabe el motivo de esta disminución en la sensación de sed.
Cuando uno de nuestros mayores se desorienta, lo más frecuente es que se trate de un “simple” proceso de deshidratación
Entre las últimas investigaciones en marcha, mencionaremos la de un grupo de científicos de las Universidades de Texas y de Melbourne que van a monitorizar el cerebro de dos grupos de voluntarios: uno formado por jóvenes y otro por mayores de 60 años. Los cerebros serán observados mediante espectrometría PET en el momento de sentir sed o de deber sentirla. Se les generará para ello una situación de parcial deshidratación mediante la inyección de suero salino.
Tras la toma de agua, se volverán a observar los efectos cerebrales, controlando en todo momento la hidratación corporal. Esto último servirá para cuantificar lo que de otra forma ya se sabe: que los mayores beberán cuando su situación de hidratación sea mucho peor que la de los jóvenes. Intentarán desentrañar si la sed se controla o, mejor dicho, se descontrola, desde el cerebro o tiene más que ver con receptores periféricos como piensan algunos fisiólogos.
Ahora que llega el verano, los riesgos para las personas mayores se acrecientan. Si, por alguna razón, son expuestas a altas temperaturas o al sol, tienen pocas reservas y pierden la poca agua que tienen con rapidez. Recordemos el desastre que acaeció en Francia en el caluroso verano de 2003. Más de 20.000 personas, en su mayoría mayores, murieron ese verano por causa del calor. La deshidratación tuvo mucho que ver. En España, sin embargo, hubo muy pocas muertes, posiblemente por la mayor costumbre y preparación para el calor.
La bajada del nivel de hidratación perjudica a todas las reacciones químicas. En particular, la circulación de neurotrasmisores y neuropéptidos se dificulta, haciendo que las sinapsis neuronales no vayan bien y con ello que el pensamiento se atasque. Una de las formas más sencillas de controlar la hidratación es observar el color de la orina, que se hace más oscura y es menos abundante si falta agua en el cuerpo. Puede ser la mejor señal de alarma que nos invite a hidratarnos.
De lo dicho hasta ahora, podemos concluir que es muy importante adquirir hábitos de hidratación a lo largo de nuestra vida, antes de llegar a la edad en que nos abandona la sed.
Tener una botella o una jarra con agua en la mesa mientras trabajamos y acostumbrarnos a tomar mucha fruta rica en agua como la sandía o el melón.
Hacer pausas a mitad de mañana y para merendar que incluyan bebidas, a poder ser isotónicas.
Acompañar las comidas con abundante agua, procurando que nos resulte atractiva, con la temperatura que más nos guste. En definitiva, asegurar que bebemos algo, al menos cada dos horas.
Respecto a nuestros mayores, es esencial sugerirles que beban y ofrecerles agua con frecuencia, en especial durante el verano. Y no entrar en pánico si el mayor se marea, está disperso, irritado o confuso. La primera medida es hidratarlo y en la mayor parte de los casos el problema se solucionará.
Se descarta la construcción de infraestructuras clave como los trasvases y los embalses.