Jorge Martínez Lucena | 28 de junio de 2019
La desigualdad, la exclusión, la pobreza, generan incertidumbre y miedo con respecto al presente y a un futuro nada halagüeño.
Respiramos una renovada confianza en nuestro futuro económico. Tendemos a pensar que los tiempos de la miseria han quedado atrás. Para desmentirlo, hace un par de semanas se presentó el Informe FOESSA. Los datos que nos revela son abrumadores. Muestran efectos endémicos de la crisis, una enfermedad crónica que late amenazante.
Hay una realidad que ves y otra que es.
Descubre #LaRealidadQueEs. pic.twitter.com/DRLbCvBWDo— Fundación FOESSA (@_FOESSA) June 12, 2019
El titular dado por Cáritas es bastante expresivo de su contenido: “La exclusión social se enquista en una sociedad cada vez más desvinculada”. Se nos habla de casi un 20% de personas excluidas. Hoy en día, el número de excluidos en España es de 8,5 millones, lo que supone 1,2 millones más que en 2007 –un primer regalito de la crisis-. Dentro de este sector social existen 4,1 millones de personas que se encuentran en «exclusión social severa». Acumulan tantos problemas cotidianos que no pueden tramar un proyecto vital mínimamente estructurado.
Sobre estos ciudadanos se ciernen amenazadores: vivienda insegura e inadecuada, desempleo persistente, precariedad laboral extrema e invisibilidad para los partidos políticos. Si seguimos excavando en el subsuelo, dentro de ese mismo grupo existe un subconjunto cuyos integrantes han sido literalmente expulsados de nuestra sociedad. Suman 1,8 millones de personas (600.000 en 2007), otra secuela de la crisis que parece que ha venido para quedarse.
Hay casi un 20% de personas excluidas. La cifra en España es de 8,5 millones, lo que supone 1,2 millones más que en 2007
Más acá y más allá de la sociedad excluida tenemos lo que se ha venido llamando el «precariado». En la sociedad supuestamente incluida también se puede rastrear una brecha entre dos grandes sectores: un primer grupo, mayoritario, al que se denomina «la sociedad de las oportunidades», que integra a dos tercios de la población de España; y un segundo grupo, al que se denomina «sociedad insegura», donde encontramos a unos 6 millones de personas en la antesala de la exclusión. Cualquier imprevisto puede precipitarlos al vacío sin red. Por eso se sienten olvidados por los más beneficiados y votan salir, porque quieren sentir “el poder de interrumpir la dinámica de la sociedad de los seguros y de impedir la entrada de foráneos”, dice textualmente.
Este cuadro, extraído de la realidad española más reciente, nos da una primera pista de por qué vivimos en tiempos populistas. La desigualdad, la exclusión, la pobreza, generan incertidumbre y miedo con respecto al presente y a un futuro insospechado y nada halagüeño. Es esta sensación vital de crisis, tan extendida entre nosotros incluso ahora, en tiempo de florecimiento económico, la que funciona como combustible del populismo, tanto de izquierdas como de derechas.
No es fácil sustraerse en nuestra sociedad a esta experiencia psicológica de vivir con miedo. Incluso el grupo de la llamada «sociedad de las oportunidades» respira, siquiera inconscientemente, el tibio aroma de la crisis.
Diversos fenómenos siembran una incertidumbre sistémica: la reducción del empleo debida a la tecnología digital; los imparables flujos migratorios; la flexibilización y precarización del mercado laboral; la previsible bancarrota de las pensiones y del Estado del bienestar; la desigualdad generada por las inercias de la especulación financiera; la difusión de la cultura de la autoexplotación, con sus patologías correlativas de ansiedad, depresión y burn-out; la gentrificación y el encarecimiento desmedido del mercado de la vivienda; el individualismo galopante; el cambio climático; etc. Toda esta caterva de problemas aboca al sujeto a la complejidad y a la sensación de inminencia.
Exudamos pavor a no estar a la altura y a ser descartados por cualquier imprevisto derivado de esta perpetua agitación en la que sobrevivimos
Como hemos visto, los excluidos son muchos. Pero es que, además, los que sienten miedo ante el futuro son una gran mayoría que no acierta a encontrar una hipótesis plausible de significado para la existencia que permita afrontar el presente desde alguna certeza y esperanza. En nuestra sociedad, lo que nos otorga valor es el rendimiento. Son muchas las trampas mentales que nos devuelven una y otra vez a ese mismo lugar común. Por eso exudamos pavor a no estar a la altura y a ser descartados por cualquier imprevisto derivado de esta perpetua agitación en la que sobrevivimos.
Es en ese desierto individualista donde nos dedicamos a buscar desesperadamente una identidad, algo o alguien que nos dé un lugar y un sentido, que nos saque de esa asfixiante intuición de la crisis que nos atenaza y encasquilla. Y ahí llega el populismo en su caballo blanco: una respuesta antigua pero muy actual a este corazón inquieto agitado por la crisis y el miedo. El “America First” de Donald Trump o el “Los italianos primero” de Matteo Salvini dan una respuesta clara a este hombre que se siente olvidado y que se cuece a fuego lento en las sociedades globalizadas. O, en el otro extremo ideológico, los “chalecos amarillos” franceses se visten de colores llamativos y protestan movidos desde su “miedo a la invisibilidad social”.
La respuesta a esta crisis sistémica en los diferentes niveles no puede ser una de las fórmulas que nos han traído hasta aquí. El neoliberalismo se muestra incapaz de redistribuir la riqueza en un mundo esencialmente individualista. Las soluciones socialdemócratas se muestran cada vez más incapaces de garantizar una cierta justicia social tanto en el presente como en el futuro. Ni el dinero ni el Estado proveen de sentido a nuestras vidas. Así, el reto está servido. Eso sí, si no buscamos soluciones reales a los problemas que plantean el informe FOESSA y nuestra sociedad del miedo, el futuro, señores, es del populismo.
La ausencia de cordura, respeto y rigor periodístico de la televisión pública nacional al informar sobre la beatificación de las religiosas ha merecido la repulsa de espectadores y medios.