David Vicente Casado | 27 de junio de 2019
Laura García es la presidenta de El sueño de Vicky, una fundación para la investigación del cáncer infantil creada en honor a su hija Vicky, que falleció a los cuatro años de edad.
Laura García vivía junto a su marido y sus cuatros hijos en Panamá. Al igual que muchas familias, pensaba que era una persona feliz que tenía todo lo que podía desear. Sin embargo, cuando su hija pequeña, llamada Vicky, cumplió dos años, su vida se truncó debido al cáncer infantil. Laura y su hija Vicky crearon una fundación llamada El sueño de Vicky, con la que poder ayudar a la investigación de una enfermedad que es la principal causa de fallecimiento entre los niños de 2 a 16 años. Tras dos años de lucha, Vicky falleció dos días después de crear la fundación, dejando a su familia el legado más bonito que podía dejar: seguir ayudando a quienes más lo necesitan mientras ella se convertía en una de las estrellas que más iluminan cada noche.
David Vicente: Para quienes no conocen la fundación, ¿qué es El sueño de Vicky?
Laura García: Se trata de una fundación que surgió hace dos años y medio. Mi hija, cuando tenía dos años, fue diagnosticada de un tumor cerebral contra el que luchamos durante dos años y medio. Fue una batalla muy dura, en la que nos recorrimos el mundo entero pero no pudimos salvarla.
David Vicente: ¿Cómo surgió?
Laura García: Durante esa lucha, vi que gracias a recursos de afectadas por el cáncer infantil estaba recaudando dinero para ensayos clínicos. Entonces le dije a mi hija, que ya estaba en cuidados paliativos, que entre las dos podríamos hacer algo para ayudar a más niños. Creamos la fundación, pero la mala o la buena suerte quiso que mi hija nos dejara dos días después. El sueño de Vicky es una misión que me ha dejado mi hija y con mucha ilusión pienso que su muerte es esperanza para otros niños. Nosotros dedicamos el 100% a recaudar fondos para la investigación del cáncer infantil. Nuestro lema es “los niños con cáncer no necesitan milagros, necesitan investigación”.
Vicky no era un cáncer con patas, por eso vivimos junto a mis hijos en el hospital
D.V.: ¿Cómo afectó al núcleo de su familia la enfermedad de su hija?
L.G.: La enfermedad fue como un tsunami. Mis cuatro hijos, mi marido y yo vivíamos en Panamá por motivos de trabajo, pero muy felices. Cuando Vicky cumple dos años la llevo a la guardería y al recogerla vi que tenía un párpado cerrado y lo achaqué a una posible picadura. Fui al médico pensando que me darían un antihistamínico y lo que me dijeron fue que mi hija tenía una enfermedad rara y que le quedaban tres meses de vida.
Se me rompió el corazón en mil pedazos, nunca estás preparado para ello y nunca piensas que algo así te puede ocurrir a ti. Nos volvimos inmediatamente para España y desde un principio quisimos meter la enfermedad dentro de la familia. Vicky no era un cáncer con patas, por eso vivimos junto a mis hijos en el hospital. Estuvimos 8 meses sin salir del hospital. Cuando salimos del hospital, mi hija era una más en la urbanización, nunca la oculté y nunca pensé que la enfermedad de Vicky era un castigo; al contrario, estaba muy orgullosa de tener la capacidad de poder cuidarla.
Los niños con cáncer no necesitan milagros, necesitan investigación
D.V.: ¿Qué importancia tuvo para usted la fe durante la enfermedad de Vicky?
L.G.: Cuando Vicky enfermó, pensé: ¿por qué, Dios mío, me ha tocado esto?, ¿qué he hecho yo mal en la vida para que me toque esto? Poco a poco fui entendiendo que Dios me daba fuerzas y que si Él había perdido a su hijo en la Cruz, ¿por qué no iba yo a perder a mi hija? Me sentí muy identificada con la Virgen y hablaba muy de tú a tú con ella.
Mi relación con Dios ha cambiado muchísimo, antes lo veía como alguien a quien había que hablarle de usted y ahora le habló de una forma más coloquial. A mí la fe me ha ayudado muchísimo y pensar que Vicky está en el Cielo esperándonos me hace vivir una situación privilegiada porque no tengo miedo a la muerte. Si vivo, genial, porque estoy con mi marido y mis hijos y, si me muero, me voy con Vicky.
D.V.: ¿Cómo ha evolucionado su relación con Dios a raíz de lo que pasó con Vicky?
L.G.: Al principio solo le pedía que la curase; cuando avanzó la enfermedad, le pedía que me diera la oportunidad de luchar, que me diera la oportunidad de tener fuerza para no abandonar a mis otros hijos. Mucha gente me decía: ¿por qué no dejas de sonreír? Pero para mí era un regalo ver que cada día mi hija estaba conmigo, para mí no era una tortura el que mi hija estuviera enferma, sino que agradecía por cada día que podía seguir disfrutando de ella.
Todos los días, en vez de pedirle a Dios, le daba las gracias por darme un día más al lado de Vicky y sé que detrás de todas las cosas que hago están mi hija y Dios.
A mí la fe me ha ayudado muchísimo y pensar que Vicky está en el Cielo esperándonos me hace vivir una situación privilegiada porque no tengo miedo a la muerte
D.V.: ¿Cómo afrontó Vicky su enfermedad?
L.G.: Cuando enfermó tenía dos años y ella no era consciente de lo que tenía, pero se adaptaba a tener su párpado cerrado. Todo el mundo quiere ser querido y a mi hija todo el mundo la quería. Era feliz porque sus hermanos, sus padres, sus abuelos, sus amigos, todos la adoraban. Era una niña tan querida que no necesitaba más. Vicky era muy guerrera y muy retadora, pero siempre con una sonrisa, hasta cuando más grave estaba. Por eso, al mirarla y verla sonreír no tenía derecho a quejarme. Si ella era feliz, yo más todavía.
D.V.: ¿Cómo es su vida y la de su familia actualmente?
L.G.: Mi vida es pensar que ya que no puedo entregar ese amor a Vicky, lo tengo que entregar de otra manera y El sueño de Vicky es mi manera de canalizar ese amor hacia mi hija. Tanto mi familia como yo la tenemos muy presente. Mis hijos todos los días antes de ir al colegio y al volver dan un beso a su foto. Lo afrontamos desde el positivismo y pensando que somos unos privilegiados porque tenemos un ángel en el Cielo que nos cuida.
Hay que concienciar sobre el cáncer infantil. Es la primera causa de muerte infantil, entre los 2 y los 16 años, es considerada enfermedad rara, con lo cual apenas hay presupuesto del Estado
¿Cómo podemos ayudar y colaborar con El sueño de Vicky?
L.G.: Hay que concienciar sobre el cáncer infantil. Es la primera causa de muerte infantil, entre los 2 y los 16 años, es considerada enfermedad rara, con lo cual apenas hay presupuesto del Estado para el cáncer, y eso que hay 7.000 enfermedades raras. Hay que dividir el presupuesto entre todas, por lo que la proporción que le llega al cáncer infantil es mínima. Somos las fundaciones y las familias afectadas las que empezamos a recaudar fondos. Hace años la penicilina o la aspirina fueron ensayos clínicos y hoy en día son medicamentos que curan. Eso es lo que hay que conseguir: concienciar, investigar y recaudar.
Yo siempre pongo un ejemplo: todos pagamos con nuestros impuestos a los bomberos, el día que quema nuestra casa, que probablemente nunca se queme, todos queremos que venga el mejor equipo de bomberos. Pues con el cáncer infantil es igual, probablemente no te pase, pero el día que te pasa créeme que quieres estar en las mejores manos, porque como madre escuchar que no hay nada que poder hacer por tu hijo es muy duro.
D.V.: Dicen que los sueños se cumplen… ¿cuál es el sueño de Vicky que le encantaría poder cumplir?
L.G.: Dejar en paro a los oncólogos, pero sobre todo que la gente conozca el color dorado, que es color del cáncer infantil. Un color que simboliza el tesoro, porque nuestros hijos son nuestro bien más preciado. Mi ilusión es que se conozca tanto como, por ejemplo, el de cáncer de mama, con el que todo el mundo está concienciado. Me gustaría que la gente identificara ese color dorado de una manera natural y todos apoyaran al cáncer infantil. Nosotros además usamos la estrella, que es el avatar de nuestra fundación y que es la manera de explicar a nuestros hijos que no pueden ver a Vicky, que está en el Cielo con Dios, pero por las noches es la estrella que más brilla.
D.V.: Por último, ¿qué mensaje podría darle a las familias que están pasando o han pasado por su misma situación?
L.G.: Que no lo vean como un castigo ni se pregunten por qué les ha tocado sino para qué. A mí me tocó para aprender más de la vida, para ser más agradecida, para disfrutar el 100% de todo. Aprendí a disfrutar el aquí y ahora y a no compararte con otras personas. Yo tuve la suerte de cuidar de mi hija hasta el final y de que se fuera entre mis brazos.