Sandra Várez | 05 de julio de 2019
Las aplicaciones que pone en contacto a jóvenes con adultos adinerados es un modelo edulcorado de prostitución que se dispara entre las universitarias españolas.
“Él está soltero y no tiene hijos, ha sido educado en EE.UU., Europa e India. Posee importantes negocios internacionales y viaja constantemente a diferentes países. Es un hombre romántico, divertido, generoso y tierno. Le gusta la vida tranquila y saludable. Busca una chica, libre sentimentalmente y sin hijos, que esté dispuesta a acompañarle y con la que compartir momentos inolvidables…”
Podría parecer la sinopsis de uno de esos bodrios televisivos de las sobremesas de los fines de semana. Pero la realidad suele, en demasiadas ocasiones, superar hasta la ficción más superficial, surrealista, exagerada y lamentable, y este texto no es solo la presentación de una situación real, sino el anuncio de una nueva modalidad de página de citas que enmascara una tipología de prostitución de lujo.
Se llama sugar dating, una aplicación que se presenta aparentemente como una plataforma de citas más, pero con alguna diferencia fundamental: las relaciones que surgen de ella están basadas en un contrato económico, que exige una contraprestación. La dinámica, a grandes rasgos, es la siguiente: la parte contratante 1, denominada sugar daddy (si es hombre) o sugar mommy (si es mujer), de clase alta, de edad madura (desde 30 hasta los 50 generalmente) y sin pareja, busca un acuerdo con la parte contratante 2: joven de unos 27 años, generalmente universitaria, sin compromisos, ataduras y pocos dilemas morales.
Con el ‘sugar dating’ las relaciones humanas se rigen por ley de la oferta y la demanda
“¿Quieres conocer a un importante empresario multinacional en busca de pareja estable?», reza el reclamo de una de estas páginas de contactos. “No hablamos de matrimonio, ni hijos, pero sí de una pareja para compartir amor, ternura y cariño, en una vida social de clase muy alta”, continúa el anuncio, ofreciendo “una vida de sueño, junto a un importante hombre de negocios” o “una vida de lujo viajando por todo el mundo”.
Estas plataformas sugar dating, que conectan jóvenes con millonarios, cuentan cada vez con mayores usuarios en todo el mundo. La más famosa, Seeking Arrangement, tiene 20 millones de perfiles registrados en 139 países, 400.000 de ellos solo en España, lo que nos sitúa en la quinta posición mundial. Otra de las más exitosas, SugarDaters, cuenta ya en nuestro país con unos 15.000 usuarios
Una mezcla, por seguir con el símil cinematográfico, entre Pretty Woman y Matrimonio de Conveniencia, pero sin historia de amor de por medio, donde las relaciones humanas se rigen por ley de la oferta y la demanda: sugar daddy compra sugar baby para ser usada como un objeto más en ese universo de lujos, como pareja para un evento social, como acompañante para un viaje, o para mantener una relación íntima que de otro modo no obtendría. A cambio, sugar baby se beneficia de unos estándares de vida a los que de otra forma no podría acceder: viajes, cenas en lujosos restaurantes, estudios pagados y regalos caros. Incluso se le ofrece la posibilidad de tener un sueldo mensual o la apertura de una cuenta de inversiones.
“Con ese dinero yo pago un año de mi carrera, dice María Alejandra, usuaria de este tipo de perfiles, y ellos están acostumbrados a gastar tanto dinero que para su economía no supone nada”. Y si, en medio de esa relación contractual, hay alguien que ofrece más, puedes romper “la relación”, porque así es el mercado.
Como María Alejandra, muchas de estas sugar baby son universitarias que necesitan dinero para costear sus estudios y caprichos durante la carrera. Una de ellas es Ana (nombre ficticio), estudiante de doctorado en la Universidad de Barcelona, a quien, dice, ningún trabajo “convencional” le da para pagarse el doctorado. Sin embargo -confiesa en unas declaraciones a El Periódico-, siente a veces “cómo está vendiendo su juventud a hombres que tienen más arrugas que otra cosa”, y en el fondo lo considera un tipo de “prostitución adornada”, donde lo que más importa al final es “cómo vamos a acabar”.
Los fundadores de este tipo de plataformas lo niegan y se defienden alegando que se trata de una relación consentida, más parecida a lo que se conoce coloquialmente como “dar el braguetazo”.
Pero para la catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED Amelia Valcárcel, filósofa y consejera de Estado, no hay duda: “Siempre que hay una transacción económica en una relación que implique sexo en última instancia, hay que hablar de prostitución”. Y no es algo excepcional. “Aquí mismo, en la universidad, hay chicas que están pagando con sexo la habitación que les deja un sinvergüenza”. ¿Terrible? “Claro”, me dice. “Pero no se desanime, porque hemos tenido épocas peores”.
La ludopatía sigue afectando a muchos jóvenes en España. Incentivar la lectura desde niños puede evitar la ruina de muchas familias.