Isidro Catela | 26 de julio de 2019
El odio del que usa el nombre de Dios en vano y el que termina en persecución de los cristianos son algo muy serio, el mal no se puede banalizar.
Nos han mantenido en la ficción de que la vida virtual y las consecuencias de los actos en las redes no eran reales.
Los populares términos ‘nativos digitales’ y ‘realidad virtual’ han terminado, a la postre, en los últimos años, por hacernos más mal que bien. A fuerza de repetirlos en determinados contextos, el primero nos ha hecho creer que los muchachos nacidos con el milenio ya traían las competencias de serie y que la cuestión de la alfabetización era cosa de viejunos inmigrantes digitales; y el segundo nos ha mantenido en la ficción de que la vida virtual no era real y que, consecuentemente, tampoco lo eran las consecuencias de los actos que en las redes se llevaban a cabo.
No es verdad, como afirman demagógicamente algunos políticos populistas, cuando sale a la palestra un caso límite, casi siempre de humor zafio contra los mismos, que vivamos en una dictadura digital. No es verdad que lo nuestro sea una pseudodemocracia donde esté prohibido usar Twitter. Está prohibido injuriar, calumniar, difamar, amenazar de muerte a alguien … tanto si lo haces en Twitter como si lo escribes en las puertas de los baños públicos.
Por todo ello, la inclusión del delito de odio contra los sentimientos religiosos por parte de Twitter, en concreto “el lenguaje que deshumanice a otros en base a su religión”, tiene ya, sin entrar en más detalles, una parte muy buena: la de recordarnos que la vida virtual es real como la vida misma y que, también en España, sin ir más lejos, en el artículo 510 de nuestro Código Penal se recoge que “serán castigados con una pena de prisión de uno a cuatro años y multa de seis a doce meses” quienes públicamente fomenten el odio contra una persona por razón, entre otras, de religión o creencias.
La inclusión del delito de odio contra los sentimientos religiosos por parte de Twitter nos recuerda que la vida virtual es real
Además de para refrescarnos las cuestiones legales, es todavía más importante el fundamento moral sobre el que no puede sostenerse, en palabras del profesor Alfonso López Quintás, un presunto derecho a odiar, que es más bien fruto de una deficiente comprensión de la libertad, como simple libertad de maniobra (capacidad de hacer lo que uno desee sin traba alguna), en lugar de como libertad creativa, madura, propia de las personas desarrolladas y que es la que en realidad sirve al fomento del encuentro y la concordia, no al de la discordia, el enconamiento y la destrucción.
Cuando de odiar se trata, con la disculpa del humor sin Gracia alguna ni pizca de gracia, se olvida la libertad creativa y se pasa a criticar los defectos de una persona o grupo con la intención de dañarlas. En palabras del propio comunicado emitido por Twitter, “de deshumanizarlas”, con el pretexto en este caso de la religión, exhibiendo un mezquino odium fides que, además de cosificar al que tienes enfrente, contribuye a un envilecimiento social que a nadie beneficia.
En este sentido, hemos de estar alerta porque las redes sociales (y la del pájaro azul especialmente) son caldo de cultivo para el surgimiento de continuas olas de indignación que, a pesar de hacer mucho ruido, son poco propicias para articular en torno a ellas verdaderas comunidades, ni discursos públicos sólidos.
No todo son ventajas, hay que reconocerlo. Frenar las ofensas cuando se producen, con especial inquina en las redes de redes, con individuos que falsamente se creen impunes por el supuesto anonimato con el que operan, es justo y necesario. Sin embargo, nos coloca también ante el reto de discernir con prudencia cuáles son verdaderas ofensas y cuáles imaginarias. Como sostiene con acierto y agudeza el profesor Miguel Ángel Quintana Paz, abundan en nuestra época los ofendiditos, gente que se siente ofendida todo el tiempo y por todo tipo de cosas.
Vence al mal con el bienSan Pablo apóstol
Al estilo del falso axioma según el cual el cliente siempre tiene la razón, el que se ofende debería tener, por ello y sin más, la razón también. El odio del que usa el nombre de Dios en vano y, con particular incidencia actualmente, el odio que termina en persecución de los cristianos en numerosas partes del mundo son cosa seria. Ya conocemos a dónde puede llevarnos la banalización del mal.
Por eso hace bien Twitter en encender el semáforo amarillo y haremos bien nosotros en darle, sin sobreactuar, la importancia que tiene. Ni todo vale, ni ofendernos por todo. Lo que hemos de perseguir con ahínco no es la bronca ni la estéril disputa. Lo que perseguimos está escrito con claridad en la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos. Cabe en un tuit: vence al mal con el bien. O en versión más franciscana, que allí donde haya odio (sí, también en Twitter), seamos capaces de poner amor.
Las 14 mártires concepcionistas beatificadas en Madrid son todo un ejemplo. La manipulación de RTVE ha calificado de desaparición su tortura y asesinato.