Fernando Ariza | 23 de julio de 2019
Comenzamos una serie de artículos que proponen una vuelta al mundo a través de la literatura.
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Empieza el periodo del año en el que rompemos con la rutina y el día a día se esfuma como un mal sueño. Es el tiempo de recargar las pilas, de desconectar, de formatear el cerebro, todas metáforas curiosamente electrónicas que se asocian demasiado a mantenerse en stand-by. Dejar el cerebro con las funciones básicas de supervivencia, como el piloto rojo de la televisión, hasta su posterior encendido con el nuevo curso.
No estoy seguro de que sea el mejor modo de descansar. El verdadero descanso también se llama ocio, como contraposición al negocio, y más que inactividad supone enriquecerse con nuevas experiencias, cambiar de hábitos, que no eliminar hábitos.
Se me ocurren dos modos de tener un descanso creativo: viajar y leer, aunque bien considerado podríamos decir que se trata de lo mismo. Viajar nos saca de nuestra vida cotidiana y nos expone a nuevas experiencias. Leer también. Jorge Luis Borges viajaba a través de los libros y Ernest Hemingway leía a través de sus viajes. El verano nos proporciona el mejor momento para realizar ambas actividades.
Pero viajar no es hacer turismo, sustantivo que proviene del Grand Tour romántico corrompido por el consumismo del siglo XX, como bien explica Yuval Noah Harari. Hace unos meses saltó a la prensa el atasco de montañeros que hacían cola para coronar el Everest y el turismo espacial se perfila como uno de los grandes negocios de los próximos años. Existe un ansia global de experiencias, pero poca paciencia para ganárselas. Hay gente que paga un paquete turístico en Asia y aún no conoce los museos de su ciudad.
Del mismo modo, no es leer pasar los ojos por las redes sociales, la prensa, los informes o los correos electrónicos. Me atrevería a decir que ni siquiera es leer terminar el último ensayo sobre política, historia o cualquier otro tema que nos entusiasme. Estas lecturas nos informan y nos forman, pueden ser absolutamente enriquecedoras, pero no nos trasladan a otros mundos, no nos sacan de nosotros mismos para ocupar la mente de personajes imposibles como una buena obra de ficción.
Creo que se puede dar un paso más en esta conexión entre literatura y viaje; a fin de cuentas, durante muchos siglos nuestra vida se redujo a trashumar durante el día y contar cuentos por la noche (Homo viator nos definió Gabriel Marcel). Gardner dijo que solo existen dos tipos de historias: la de una persona que inicia un viaje o la de un extraño que llega a la ciudad. El mitólogo Joseph Campbell va más allá y defiende que todos los mitos se resumen en uno, lo que llamó “el viaje del héroe”.
Al margen de lo acertado o no de estas interpretaciones, una gran verdad es que nuestros clásicos de la literatura están empapados de viajes. Es más, el libro fundacional de la cultura europea, Odisea, es un viaje. Del mismo modo, lo son tantos otros que derivan de la obra de Homero: Eneida, La Divina Comedia o, más cercana en el tiempo, Ulises de James Joyce.
Pero se puede ir mucho más lejos, los poemas épicos medievales obligaban al viaje: Cid, Roldán, Sigfrido o Beowulf lograron la eternidad en tierras extrañas. El Quijote no puede, como consecuencia, ser más itinerante e incluso el otro loco de la época, Hamlet, tuvo que moverse entre tres países a lo largo de la obra de teatro. Si nos trasladamos a nuestra época, el viaje se multiplica: Herman Hesse, Jack Keruak, Cormac McCarthy, Paul Bowles, Hemingway
En la serie de artículos que comenzamos vamos a viajar a través de diferentes territorios literarios: libros que no son de viajes, sino narraciones en las que los personajes se trasladan tanto en el exterior como en su interior. En este verano, qué más le podemos pedir a la vida que viajar y leer.
No se me escapa la idea de que, al final, lo que importa no es el destino, sino el viaje, como bien escribió Constantino Cavafis, otro poeta viajero:
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Una variada selección bibliográfica para acercarse a la guerra que partió la España de hace 80 años.