Ramón Pi | 24 de febrero de 2017
Ramón Pi: Háblenos del nuevo Dicasterio que se está organizando, para los Laicos, la Familia y la Vida
Nicolás Jouve: Los humanos, desde el primer momento de su existencia, tienen en cada célula de su cuerpo 23 pares de cromosomas que contienen su código genético; pues bien, en el par número 21 de cada célula de una persona con el síndrome de Down hay un cromosoma extra, procedente de un error en la división previa de uno de los gametos que dieron origen al nuevo ser. De ahí el nombre de «trisomía 21» que el profesor Lejeune puso a esta anomalía. Lejeune vio con toda claridad la matanza que se podía abatir sobre los niños con síndrome de Down, como efectivamente ha ocurrido y está ocurriendo todavía, también en España.
R.P.: ¿También aquí?
– En nuestro país, entre el 60 y el 70 por ciento de las embarazadas se hace practicar una amniocentesis -que es el análisis del líquido amniótico en que nada el hijo en el útero-, para averiguar si tiene el síndrome de Down; y aproximadamente el 95 por ciento de los niños Down que se detectan es sacrificado en abortos quirúrgicos. Hay fuerzas importantes que parecen ir en busca del exterminio de los niños Down. Pero no son todos iguales, cada uno es distinto de los demás; y aunque fueran iguales y todos padecieran anomalías muy graves, el fenómeno de la matanza es el mismo, porque esta cuestión es una cuestión de principio, en la que no caben gradaciones ni excepciones: a los inocentes no se les puede dar muerte nunca. Y esta matanza tiene todas las características que permiten calificarla, sin exagerar, de genocidio. Hasta tal punto esto es así, que incluso las estadísticas han registrado el fenómeno. Ha habido alguna Comunidad autónoma donde la estadística registró hace un par de años que el número de nacidos con síndrome de Down era cero, o insignificante. En mi profesión se da por sabido que en esa Comunidad hace varios años que no nacen niños con síndrome de Down.
En materia de aborto no hace ninguna falta acudir a las creencias religiosas para saber que un aborto consiste en dar muerte a un individuo humano en sus primeras fases de desarrollo
R.P.: Así que España está en el pelotón de cabeza de la cultura de la muerte
– España ha dado un vuelco espectacular en pocos años. Es de los países de Occidente, que quiere decir del mundo en este asunto, que dispone de leyes más permisivas de estas manipulaciones de la naturaleza gracias a los avances de la genética, y que además cuentan con más apoyo social. Este es un fenómeno para el que yo no tengo explicación.
R.P.: De hecho, las encuestas periódicas del CIS señalaban en 1981 que el 85 por ciento de los españoles estaba en contra del aborto en cualquier circunstancia, y el 15 por ciento lo admitía en los llamados «casos límite»; y en 1991, sólo diez años después pero con la despenalización de 1985 en medio, los valores se habían invertido exactamente: 85 a favor de leyes permisivas, y 15 en contra. ¿Cómo se explica que una sociedad como la española, hija de la que evangelizó América y parte de Asia y África, con una historia, una cultura y unas costumbres inequívocamente ancladas en la tradición católica, haya dado este vuelco?
– Ya digo que yo no encuentro explicación. Quizás tras el Concilio Vaticano II la Iglesia católica española, o parte de su jerarquía y su clero, y también parte de los fieles, claro, no atinó a ver la dimensión de los movimientos que se incubaban cada vez más visiblemente en el mundo. Por otra parte, parece bastante claro que las costumbres sociales a que usted se refiere tenían un anclaje demasiado superficial y frívolo… No lo sé, la verdad.
R.P.: También podría ser que se ha producido de forma especialmente aguda el efecto pedagógico de las leyes, que no sólo reflejan el estado de una sociedad sino que además contribuyen a modelarla. Ya sabe, el error de creer que todo lo legal es moral y lo ilegal inmoral.
– Creo que hemos vivido un proceso de lógica inversa, al revés de como aconsejan la lógica y el sentido común. Lo que habría que haber hecho era: primero consultar a la ciencia: ¿qué dice la ciencia empírica del origen de la vida humana? Luego, de acuerdo con los conocimientos disponibles, se sondean los intereses de la opinión pública, y finalmente se elaboran las leyes. Pero aquí se han hecho las cosas al revés: primero se han promulgado las leyes inspiradas por una ideología; luego se ha pretendido, desde el poder político y los partidos interesados, dar a esas leyes cobertura propagandística para «venderlas» a la opinión pública, y finalmente se pretende que la ignorancia de lo que dice la ciencia sea la que presida la convivencia en esta materia de la vida humana. Todo esto es un disparate muy considerable.
R.P.: Bueno, a mí me parece que en esta materia tan sensible y con implicaciones morales enormes hay sectores y personas especialmente interesados en encerrar el debate en el terreno religioso, y reducirlo a «cuestiones de creencias», pero entendidas como si fueran manías y rarezas de unos «friquis» que hay que tolerar en la democracia, ¿no lo cree así?
– Eso de las creencias me lo dicen con alguna frecuencia, pero yo les digo que no es así, que una cosa es la fe religiosa que cada uno tenga y otra es la moral, la ética, la distinción entre lo que está bien hacer y lo que no. Y, desde luego, cosa completamente distinta de estas dos es lo que dice la ciencia experimental, el conocimiento empírico demostrable. Y en materia de aborto no hace ninguna falta acudir a las creencias religiosas para saber que un aborto consiste en dar muerte a un individuo humano en sus primeras fases de desarrollo. No hay nadie con un poco de cultura general y un mínimo de honradez intelectual que discuta eso. Yo hablo como científico, como especialista en Genética, y por eso digo que defender las leyes abortistas y los derechos humanos al mismo tiempo es contradictorio, es incompatible.
Nadie un poco informado aprecia ninguna novedad en la compra vejatoria de una mujer para que actúe como incubadora viviente del hijo de otros obtenido en un laboratorio
R.P.: Pero usted es católico, claro.
– Lo soy, sí.
R.P.: ¿Y cómo se lleva con sus colegas abortistas? Porque habrá hasta genetistas abortistas, ¿no?
– Pues me llevo bien, tengo muchos amigos entre mis colegas, y con los abortistas no discutimos de eso, porque todos sabemos lo que pasa en un aborto.
R.P.: ¿Ha notado en algún momento que le hacen el vacío, o que ha sido discriminado profesionalmente precisamente por ser católico?
– Pues la verdad es que no. Yo no tengo la impresión de que mi condición de católico me haya impedido poner en práctica mis proyectos vitales o profesionales. Más bien he tenido experiencias de lo contrario, como cuando, sin esperarlo ni mucho menos buscarlo, fui nombrado consultor del Pontificio Consejo para la Familia.
R.P.: Bien: una cosa es la ciencia empírica, otra es la moral y otra la fe religiosa. Pero en estas materias de su profesión de genetista parece que las tres están muy relacionadas.
– Claro que sí: las cuestiones que hacen referencia al origen de la vida humana, los primeros estadios de la vida embrionaria o las manipulaciones en el genoma humano plantean problemas morales muy importantes. A eso me refería antes al hablar de que en España hay leyes más permisivas que en otros países.
R.P.: ¿Por ejemplo?
– Por ejemplo, con la fecundación artificial. La ley española contribuyó a crear un enorme número de embriones llamados sobrantes (denominación dramática, pero exacta), porque para implantar en una mujer algunos embriones producidos en el laboratorio hay que producir bastantes más, y seleccionar los más sanos, o más robustos, para su implantación. Entonces los que sobraban se congelaban, y llegó un momento en que los embriones congelados sumaban muchos, muchos miles. Eso había que pararlo, y en 2003 el Gobierno de José María Aznar promovió una ley que sólo permitía producir hasta tres embriones, y había que implantar los tres para que no hubiera sobrantes. La ley posterior, de 2006, ya gobernando Zapatero, derogó la de los tres embriones, pero hizo algo muy curioso: prohibió los vientres de alquiler, impropiamente llamados «maternidad subrogada», de los que la ley de Aznar no decía nada. Digo que es muy curioso porque los vientres de alquiler son coherentes en la lógica de la cultura de la muerte que la izquierda española ha decidido abrazar; se conoce que a Zapatero y los suyos les pareció mal la degradación de la mujer al ser convertida en una especie de incubadora viviente, pero luego se ve que ya les ha parecido bien. Veremos qué acaban haciendo.
R.P.: Da la impresión de que a un sector importante del Partido Popular también le parece bien, a juzgar por el aplazamiento del debate sobre eso mismo en su último congreso.
– Sí, eso parece. Por cierto, la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, que ha aprobado la ley inspirada en la ideología de género más permisiva y coactiva de todas las que hoy están vigentes en España, se ha pronunciado recientemente a favor de los vientres de alquiler con un argumento pintoresco: ha dicho que es bueno para la sociedad aprovechar los avances científicos.
En la realidad los vientres de alquiler no suponen ninguna novedad científica en absoluto. La fertilización in vitro se practica desde hace casi cuarenta años, por cierto con escasa efectividad reproductiva y con muchos problemas éticos. Ni yo ni creo que nadie un poco informado aprecia ninguna novedad en la compra vejatoria de una mujer para que actúe como incubadora viviente del hijo de otros obtenido en un laboratorio.
R.P.: Y eso no lo dice usted por ser católico, sino por ser científico. A este propósito: Su fe católica, ¿ayuda o entorpece su trabajo como investigador y docente?
– Sin ninguna duda, me ayuda. Me ayuda mucho. El primer mandamiento del investigador, sea creyente o no, es buscar humilde y honradamente la verdad. Y Cristo es la Verdad. Y la Vida. No puede haber incompatibilidad entre fe y razón.