Israel Duro | 06 de agosto de 2019
Debemos concienciar a la sociedad sobre la belleza de la maternidad y de la familia. Hace falta superar ideologías y adoptar medidas valientes.
Debemos arrancar un compromiso fuerte por la maternidad.
Los políticos intentarán apropiarse de la causa y la bandera.
España se muere a chorros. Eso es lo que nos indican todas las estadísticas sobre demografía y población en nuestro país. Cada año nacen menos niños y mueren más personas y, entre medias, aumenta la esperanza de vida de los españoles.
Es una realidad palpable, pero incómoda, difícil de abordar, sobre todo para políticos cuya aspiración no llega más allá del siguiente mandato electoral. Hacen falta medidas valientes, superar ideologías y apostar por una institución tan denostada como necesaria: la familia.
Por eso mismo, es algo que no podemos dejar únicamente en manos de los políticos. Aunque ellos son parte fundamental de la solución, solo actuarán cuando perciban que los españoles les reclamamos esto. Como siempre, se subirán al carro e intentarán apropiarse de la causa y la bandera. La historia está llena de ejemplos.
Pero para que ocurra, debemos, cada uno de nosotros, en nuestros trabajos y familia, empresarios, trabajadores, sindicalistas, medios de comunicación… arrancar un compromiso fuerte por la maternidad. Porque no habrá más niños si no hay madres, y son ellas las que más ataques y presiones reciben hoy en día.
Ser madre hoy está mal visto. Parece que es cosa de ‘viejas’ o de ‘carcas’ y que ser madre supone ser menos mujer o menos libre o que estás anunciando tu muerte social.
Está claro que la maternidad conlleva esfuerzo, pero merece la pena. Y eso es lo que debemos recuperar, desde todos los ámbitos de la sociedad. De ahí esas demoledoras estadísticas: cada vez se tienen menos hijos (1,25 por mujer) y cada vez más mayores (la media de edad para el primer hijo está cerca de los 32 años y se han multiplicado las madres primerizas con 40 años o más).
Necesitamos romper los tópicos con los que se bombardea desde la televisión y la cultura a nuestros jóvenes. Esa idea de felicidad en comprar lo último de lo último, de que solo estarás bien si has vivido o experimentado todo, de viajar… de ser, y ser en singular. Se nos vende una felicidad como si solo dependiera de lo que tenemos y de nosotros mismos, en la que los demás son piezas a las que usar conforme a nuestras necesidades y apetencias.
Se nos vende una felicidad en la que los demás son piezas a las que usar conforme a nuestras necesidades y apetencias
Frente a esto, debemos concienciar de la belleza de la maternidad, de la familia a la sociedad. No queremos “convertir a las mujeres en vasijas”, como dijo una veterana política andaluza, sino de ofrecerles otro punto de vista diferente y, desde la experiencia, decirles que la maternidad merece la pena.
Las españolas, según el INE, han expresado su deseo mayoritario (3 de cada 4 mujeres) de tener dos o más hijos. Como podemos ver, estamos muy lejos de cumplir este ideal. Las razones principales que esgrimen para retrasar o rechazar la maternidad son principalmente económicas y la dificultad para conciliar familia y vida laboral.
Tener hijos se considera una carga
Es curioso que esto no movilice a nuestras élites. Por toda Europa se están tomando medidas para incentivar la natalidad y, cuando lo hacen en serio, para potenciar la familia y el matrimonio. No es casual que el número de nacimientos se hunda al mismo ritmo que el de los matrimonios. Porque el matrimonio, por su vocación de compromiso, permanencia y estabilidad, supone el entorno ecológico y natural ideal para la crianza y educación de los hijos.
En la sociedad de usar y tirar, del estaremos juntos a ver cuánto nos dura el amor, tener hijos se ve como una carga o una irresponsabilidad por lo que sufrirán si sus padres se separan.
Hace falta llegar a la convicción de que la importancia de la institución familiar y apoyar a los jóvenes que quieren compartir la vida
Es imprescindible que se fomenten iniciativas natalistas y que faciliten la conciliación, pero no es suficiente. Lo primero que hace falta es llegar a la convicción de la importancia de la institución familiar. De fortalecerla, de apoyar a los jóvenes que quieren compartir la vida, de buscar fórmulas para reforzar esa unión, no de facilitar su separación.
Sobre todo, es fundamental que se cambie la mentalidad. Las familias no necesitan ayudas. Las familias son el principal motor económico. Lo que necesitamos es que se invierta en familia. Porque lo que nos venden como ayudas, son en realidad, inversiones. Cada ciudadano aporta a lo largo de su vida cinco euros por cada uno que las Administraciones han gastado en su infancia.
Hagamos que se suban al carro.
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